Brigadier y los soldados, bajo la tormenta de San Isidro

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Brigadier y los soldados, bajo la tormenta de San Isidro

Amenazaban los nubarrones negros desde primera hora. Y con toda su fuerza se desataron, en forma de rayos, lluvia y truenos, en el segundo toro. Minutos antes, Román había desencadenado otra tormenta con un amplísimo colorado de Pedraza de Yeltes. Bello se llamaba este tren salmantino, tremendamente serio y con una transmisión que mantuvo a la afición expectante. Echó la cara arriba en el capote del valenciano, que quiso lucirlo en varas, aunque el animal no quería jaco. Apenas un picotazo en el primer encuentro y algo más hondo en el segundo: una eternidad duró el tercio, del que Bello salió prácticamente entero. Pero Román venía a apostar, a tirar la moneda en un Madrid donde se ha ganado con creces el respeto. Y ayer lo afianzó de nuevo en una faena que brindó a los tendidos mientras centelleaba un relámpago en el cielo. Bello, uno de esos toros que denominan mansos encastados, se asomaba por la montera de Gómez Escorial en la lidia. Román quiso rebajar ese temperamento (su altura era imposible ) en un inicio genuflexo en el que la muleta voló con violencia: el manso tenía también genio. Volvió a la carga el torero para dibujar un cambio de mano apasionante. Pesador el toro –630 kilos– y pesaba estar delante, con ese seco disparo, como un cañonazo. A Román se le quiere tanto en la capital que hasta, ¡ay, Madrid!, le aplaudieron ese «no te vayas, hombre», cuando Bello quiso pirarse. Lo persiguió Román en un toma y daca emocionantísimo, con el rugido de la Monumental. Había que tragar, y vaya si tragó el torero, que logró empapar la embestida de trapo rojo, dando un inteligente toque. Fue más agradecido por el derecho, por donde lógicamente Bello, con la boca cerrada siempre, iba más tapado. Tremendo el runrún en la plaza, ensimismada en los ayudados por abajo y empujando a coro la empuñadura. Lástima que pinchara antes del espadazo, que necesitó del uso del verduguillo, por lo que perdió un premio de ley. En vuelta al ruedo quedó la recompensa. Fue la tarde de los principios y los finales. Ya en el sexto, cuando muchos se habían marchado por el aguacero, apareció un toro inmenso. Un gigante frente al chaparrito Fonseca, que se creció con máxima entrega ante aquel ejemplar, que embistió con más clase que ninguno con sus 667 kilos. Ea, al carajo la teoría de la romana. A Madrid, que quiso ver de largo la corrida en varas, le fascinó el tercer encuentro, con Brigadier recargando, cumpliendo bravamente en el peto de Lorente. Una emoción recorrió los tendidos, puestos en pie. Como en banderillas, con un sensacional tercio de la cuadrilla y una mención de oro a Juan Carlos Rey, el torero de plata que viene pidiendo trofeos. Volvía Isaac Fonseca al campo de batalla donde hace un año miró a los ojos de la muerte. Con esta misma ganadería –aunque con un sobrero de Torrestrella– sufrió la cornada más dura de su carrera, con el pitón calando en su espalda. Le había correspondido un complicado y feote Burrecato en tercer lugar, con guasa y más de un susto, pero en el último le aguardaba el gran toro del sexteto. Lo lució el michoacano con generosidad y regaló una fenomenal apertura: de rodillas, con cinco derechazos y el de pecho. Una locura, con la lluvia ya olvidada. Aquel frío helador se calentó con el notable colorado, herrado con el número 2, al que exigió por abajo desde primera hora. Buscó el mando a derechas, con las telas empapadas de agua y barro. Y otra más, muy atalonado. Era el diestro el pitón, pues por el zurdo se le venció algo y, pese a obedecer luego, salía con la cara más alta. Se sintió Fonseca en todo momento, que perseguía el sueño de Cavazos en la primavera del 72. Los ayudados rodilla en tierra fueron la coda, con un pase del desdén en el que su mirada viajó hasta su México natal, con esa rabia por las traicioneras prohibiciones taurinas al otro lado del charco. El de Morelia agarró la espada desafiante y ni el pinchazo frenó la oreja. Como tampoco se frenó, cerca de las diez de la noche, la vuelta al ruedo en el arrastre al espectacular Brigadier –algo acobardado al final–, que tuvo enfrente a un soldado que se creció. Como antes, a las siete y cuarto, lo tuvo Bello con el meritísimo Román.Feria de San Isidro Monumental de las Ventas. Miércoles, 14 de mayo de 2025. Quinta corrida. Tres cuartos de entrada. Toros de la ganadería de Pedraza de Yeltes, amplios y serios, alguno más feote, de interesante comportamiento; transmitió mucho el manso y temperamental 1º; el mejor fue el 6º, premiado con la vuelta en el arrastre; noble y de buen fondo el 2º. Román, de azul azafata y oro: pinchazo en los bajos, espadazo y dos descabellos (vuelta al ruedo tras aviso); tres pinchazos, media caída atravesada y cinco descabellos (silencio tras aviso). Jesús Enrique Colombo, de sangre de toro y oro: estocada delantera desprendida (petición y vuelta al ruedo tras aviso); estocada caída (silencio). Isaac Fonseca, de turquesa y oro: estocada baja (silencio); pinchazo (con golpetazo en la cara) y estocada (oreja tras aviso).En la amplia y seria corrida de Pedraza, buen son traía la expresión de Holandero, en el que aplaudieron al picador Israel de Pedro y más aún las banderillas de Colombo. El reloj se acercaba a las ocho cuando llevábamos capítulo y medio, con las nubes negras jarreando y la ropa pidiendo centrifugado y secadora. Qué lento iba todo. Fue noble este colorado, aunque se apagó. Feo y de mal estilo el quinto, al que el venezolano cazó con habilidad. Se despidió la quinta feria con los honores a Brigadier, sin olvidar a dos valentísimos soldados.

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