Hace un año incorporé la inteligencia artificial a mis dinámicas de trabajo. Lo hice en vísperas de la final de la Champions entre el Real Madrid y el Borussia Dortmund , con un objetivo tan simple como tradicional: encontrar ‘pubs’ en Londres donde se reunieran aficionados del equipo alemán para hacer un reportaje. En condiciones normales, habría consultado el censo londinense para identificar los barrios con mayor presencia de inmigrantes llegados de Westfalia. Aunque, para algunos, si vienes de Westfalia no eres inmigrante, sino expatriado . La diferencia entre una cosa y otra se mide en melanina.Después habría perdido horas cruzando los datos con los mapas para buscar los bares más futboleros y patearme las calles en busca de los locales. Habría perdido horas. Sin embargo, con la IA –en mi caso, ChatGPT– fue inmediato : estos son los barrios, estos son los bares, y esta es la mejor forma de llegar teniendo en cuenta dónde está tu hotel. Hice lo mismo con el Real Madrid. Así que pude limitarme, como me enseñó Pery, a «ir, ver y contar», que no es lo mismo que «consultar el censo, cruzar pirámides de población, buscar alemanes, localizarlos, y entonces ir, ver y contar». El resultado: un gran ahorro de tiempo y, por tanto, de dinero.El reportaje nunca se escribió . Al parecer, lo que interesaba no era la sociología de los ‘pubs’, sino con qué equipo simpatizaban los ingleses. Y los ingleses de esos ‘pubs’ en concreto, parecían estar más interesados en agredirme que en responderme . Así que, tras consultar con mis superiores, decidimos salvaguardar mi integridad física y salir de aquel antro de Tottenham en el que, desgraciadamente, no supieron valorar mi peculiar interpretación a capela del himno de Jabois.ChatGPT no saber escribir buenas columnas, pero es un excelente asistente de producción. Y no está solo: tenemos a la IA, a Siri, al asistente de Google, Alexa, el de Amazon y el de WhatsApp. Hablo con todos ellos: «Oye Siri, ponme una alarma en nueve minutos». Y ella responde: «Vaya, parece que vas a hacer pasta. ¿Quieres que te busque una receta de carbonara?». Me gusta más como me da las recetas ChatGPT, así que le digo: «Siri, gracias, pero por favor, pregúntaselo a ChatGPT». Y ahí llega el problema: «Lo siento, no estoy preparada para hablar con ChatGPT» . Lo intenté al revés, es decir, que ChatGPT hablara con Siri. Pero nada. Que uno reservase un hotel y el otro lo apuntara en el calendario. Tampoco. Ni reservar un hotel en Córdoba consiguieron, pese a que ambos sabían cuál era el más adecuado según mis gustos, mi presupuesto y el lugar donde tenía que reunirme.Lo que yo quiero es que se entiendan. Que colaboren . Que se metan en mi calendario. Que no solo me digan qué ‘pubs’ hay en Londres y cómo llegar, sino que me compren el billete, pidan la factura y se la pasen a la gestoría. Lo que necesito, en definitiva es una inteligencia artificial de confianza que coordine a las demás. Digamos que un jefe de gabinete digital. Por abreviar, y siguiendo la moda, la llamaré Tronco.Me lo imagino así: «Oye Tronco, dile a Siri que le diga a Alexa que me encienda la cafetera cuando llegue al hotel de Córdoba que me reservó BookingGPT . Metedme la reunión en el Google Calendar y la factura pasádsela a Luismi por WhatsApp». Aunque ahora que lo pienso, lo que necesito no es una superinteligencia artificial. Lo que necesito es un mayordomo, alguien de carne y hueso que hable con las máquinas por mí. Óptimamente alguien que ni siquiera sepa lo que es un ‘prompt’ . Y ya que estamos, puestos a pedir y en defensa del casticismo, ojalá que se llame José Luis y sea de Valencia.

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