Federico Steinberg (Buenos Aires, 1976) es Catedrático Príncipe de Asturias en la Universidad de Georgetown e investigador principal del Real Instituto Elcano. Es doctor en Economía por la Universidad Autónoma de Madrid y master en Economía Política por la London School of Economics y en Relaciones Internacionales por la U. de Columbia. Es uno de los expertos más cualificados en España en asuntos económicos e internacionales y ha sido asesor del Ministerio de Economía y del Alto Representante de la Unión Europea (UE) Josep Borrell. — En una reciente intervención habló de autocensura académica en EE.UU. ¿Tan mal están las cosas?— La sensación generalizada es que en el proyecto de Trump y, sobre todo, la visión del vicepresidente J.D. Vance y la agenda MAGA (Make America Great Again), quieren reformar de manera radical lo que ellos llaman ‘púlpitos de la izquierda woke’. Su idea es que a la opinión pública en general, no le preocupan tanto el clima o el género, pero estos altavoces, con mucha legitimidad, van introduciendo esas ideas en el debate. La solución sería una especie de contrarreforma o incluso la destrucción de partes del sistema universitario y sus altavoces. En términos más concretos, pues sí, la gente se autocensura, no pone tweets y se cuida con las opiniones. La propia UE, cuando mandó a sus delegados a las asambleas del Fondo Monetario y del Banco Mundial, les dijo que llevaran los ordenadores vacíos, limpios, igual que cuando van a China.— Hace días Yascha Mounk, y ahora ‘The Economist’, critican actos de censura en Europa, algunos de los cuales mencionó Vance en Múnich.— Lo que puedo decir es que trabajando como investigador en Madrid o en Bruselas, personalmente nunca me he autocensurado. En este asunto hay una tensión importante que parte de lo siguiente: para J. D. Vance, el proyecto europeo –como actor fuerte, unificado y de contrapeso– es un freno para algunas de las pulsiones norteamericanas, sobre todo relacionadas con la destrucción del orden multilateral y los valores de la democracia. Su discurso en Múnich y los contactos con los partidos de extrema derecha europeos apuntan a querer debilitar la cohesión europea. Eso se hace ayudando a colocar gobiernos de extrema derecha en el Consejo Europeo que bloquean cualquier proceso integrador y dejen a la UE adormecida.— ¿No cree que los aranceles de Trump han sido un fiasco?— Desde un punto de vista económico lo que ha hecho tiene muy poco sentido. Es decir, fijar unos aranceles extremadamente altos, incluso alienando a sus aliados, provocar una escalada descontrolada con China y después tener que parar porque hay miedo no tanto a la caída de la bolsa, sino a una subida de la rentabilidad de la deuda que ya le puede estar suponiendo a EE.UU. mayores costes de financiación, pues es bastante claro que no ha sido exitoso. Después hay partes de política de corto y largo plazo y de cómo se vende esto en el país, que yo creo que sí que hay que entenderlo de una manera algo distinta.— ¿Cómo?— Por un lado, anunciar un aumento de la recaudación arancelaria es muy importante para convencer a algunos de los republicanos más preocupados con el aumento del déficit y de la deuda de que van a tener ingresos adicionales. Esto forma parte de la discusión que va a haber estos meses sobre la aprobación del presupuesto y el recorte de impuestos. Si tienes un 10% de aranceles adicionales (y bastante más con China), que yo diría que es el punto de llegada de todo este lío, pues ahí hay una cantidad nueva de recursos. Por supuesto esto es ineficiente, es regresivo, empeora las relaciones bilaterales con Japón, Reino Unido, por supuesto con Europa, pero eso hay que tenerlo en cuenta en la estrategia de política interna. Y, segundo, hay una base digamos MAGA de un 30 y pico por ciento de votantes a los que les gusta esta retórica confrontacional y que está dispuesta a interpretar que en esta negociación, en la que en realidad Pekín no ha cedido en nada, pues que China pestañeó primero, que se asustaron, aunque la realidad sea la contraria.— Dice que la geopolítica lanzó una opa a la economía, pero las leyes de la economía no han dejado de funcionar. ¿Qué consecuencias tiene?— Las consecuencias son que es fundamental entender las variables geopolíticas para entender la economía. Por ejemplo, en el paradigma liberal, hegemónico de la década de 1990, se decía que el tipo de cambio debía ser flexible, los bancos centrales independientes, los movimientos de capitales libres y, además, que era mejor que las empresas fueran privadas y no públicas. Ese era el consenso y uno operaba en ese marco. Hoy, Europa sigue pensando más o menos eso, pero en China, en Brasil, en EE.UU., depende del día, esas ideas ya no son hegemónicas. Por lo tanto, ideológicamente, y esto es importante, ¿hasta dónde te restringe o te condiciona el paradigma dominante? Hay muchos elementos que ahora se ven mejor: la seguridad económica, los sectores estratégicos donde es mejor no estar expuesto. Ahora bien, en algunos casos, y los aranceles son el más claro, las leyes económicas siguen existiendo. A veces vas a chocar contra la realidad, que es lo que creo que le pasó a Trump, porque que la geopolítica sea más importante que antes no significa que la economía dejara de existir.— ¿Es inevitable caer en la trampa de Tucídides que habla de la confrontación entre la potencia incumbente y la aspirante?— Inevitable no es. Pensemos en qué hubiera pasado si hubiera ganado Kamala Harris o si Biden se hubiera retirado dos años antes. Entonces hubiéramos visto tal vez cuatro años más de políticas demócratas, de subvenciones, de política industrial, de redistribución, de intentar reducir el enfado y la angustia de los perdedores de la globalización, de dejar atrás la inflación, de dar un poquito de marcha atrás en algún tema woke en el que se pasaron de frenada, todo hubiera sido distinto.—¿Era superior la estrategia de desacoplamiento con China de Biden que la de Trump?— Cuando hablas con gente experta en China te dicen que en general estaban más preocupados con Biden que con Trump, porque Biden –es curioso como lo dicen– era ‘más ideológico’, consideraba que los buenos son las democracias y los malos, las autocracias. Biden hizo un esfuerzo importante de trabajarse a los aliados para ir acorralando a Pekín y además había intentado reducir ‘Chimérica’, esa vinculación económica entre China y EE.UU., controlando solo los elementos tecnológicos y de seguridad más importantes, no todo el comercio. Además, tenía un compromiso absoluto con Taiwán. En cambio con Trump no se sabe, es un negociador, quiere un acuerdo, quiere quedarse con TikTok, pero no está claro si va a defender a Taiwán y además están más cómodos porque nadie les recrimina que sean una dictadura.—¿Crees que son compatibles los dos modelos –el librecambista y el intervencionista– que están sobre la mesa ahora en el mundo?—Solamente es sostenible, creo, si conseguimos darnos unas nuevas normas globales en materia de subvenciones. Pero esto es muy difícil. Me explico: la situación actual del comercio se parece mucho a lo que pasó con la agricultura. En la Organización Mundial de Comercio (OMC) se negoció qué subsidios agrícolas están permitidos y cuáles no, y llegamos a la conclusión de que hay subsidios que distorsionan y otros que no, y eso ha funcionado bastante bien. Necesitaríamos un nuevo acuerdo multilateral que defina hasta dónde se pueden subvencionar productos e industrias y que entrara en la compleja distinción de lo que es una empresa pública y privada en China o en Vietnam, que es muy difícil de definir. Y que nos pusiéramos de acuerdo, por ejemplo, en que subvencionar hasta un 40% del coste final del producto sería aceptable. Eso lamentablemente no va a ocurrir porque la OMC está prácticamente muerta. EE.UU. no va a invertir ni un gramo de capital político ahí.—¿Y entonces?— Eso nos va a llevar a cierta desglobalización en el campo tecnológico y de seguridad, pero en los demás, en los bienes no estratégicos que son la mayoría y en muchas de las cuestiones que tienen que ver con los servicios, podremos aguantar una economía más o menos integrada aunque cada vez habrá más elementos de fricción geoeconómica –materiales críticos, semiconductores, computación cuántica– y después también hay que ver quién le tiene miedo a quién, es decir, todo el mundo se ha dado cuenta de que China puede ser peligrosa y de que hay que reducir la dependencia, pero vamos a ver porque la economía está muy integrada y los costes de la desglobalización son muy altos para empresas y consumidores.— El sur global está esperando una señal. ¿Qué debería hacer Europa?— Europa está tendiéndole la mano a los países del sur global, pero tiene una posición ambivalente. El mensaje es el siguiente: ustedes son unos países que siguen disfrutando y queriendo un mundo basado en reglas, pero EE.UU. ya no quiere eso; China les va a decir que sí, pero en el fondo tampoco lo quiere y, en cambio, nosotros, los europeos, les garantizamos que vamos en serio. Por supuesto, se han firmado acuerdos o abierto negociaciones, pero el problema es que Europa va a esas negociaciones con una lista de demandas que al sur global no les interesan tanto, sobre todo en temas medioambientales y de derechos humanos. Como dicen en Bruselas, tal vez habría que dejar de colgar tantas bolas navideñas en el árbol de la negociación comercial si queremos cerrar más acuerdos.— Ucrania, que es el gran desafío de Europa. ¿Tenemos que tener un solo ejército o cada país el suyo propio?— Desde un punto de vista militar y económico, sería mejor convertirnos en una unidad política con un ejército único y, sobre todo, con una financiación de esas capacidades militares de una manera centralizada y optimizada. Habría que evitar producir 17 modelos de tanques y encontrarnos con que hay problemas de interoperabilidad… Y si existiera esa unión militar europea, que no va a existir y lo pongo sólo de manera teórica, podría decirle a Washington: ‘bueno, aquí dividimos a medias la OTAN, no te vayas y nos quedamos, y que la cadena de mando pueda ser ocupada por un europeo sin mayor problema’. Lo que pasa es que no existe ‘un consenso militar europeo’. Existe uno francés, uno alemán, uno italiano. La decisión alemana ha sido que no nos vamos a rearmar emitiendo deuda conjunta y optimizando el tanque y el avión europeos, sino que cada uno gaste por su cuenta, lo cual es subóptimo. ¿Puede ser adecuado para la industria alemana? Sí, pero no es lo más adecuado para todos.—¿Y Ucrania?—Aquí hay dos cuestiones, una es Ucrania a corto plazo, si Europa puede tener algún tipo de fuerza de intervención, aunque no sea en primera línea, si hay un acuerdo de paz. El problema que tiene Europa es que no tiene suficientes soldados. Llevamos demasiado tiempo en paz, afortunadamente, y no tenemos suficientes soldados disponibles. Y a medio o largo plazo, el tema es la disuasión de Rusia más allá de qué pase con Ucrania. Y si esa disuasión la puede hacer alguien que no sea Estados Unidos. Y ahí hay varias preguntas: ¿Polonia se va a volver nuclear en los próximos diez años? ¿Y Japón?

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