Eduardo Guerrero, el bailaor que le ganó la batalla al fútbol

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Eduardo Guerrero, el bailaor que le ganó la batalla al fútbol

Son las 12 de la mañana. Hay mucha actividad en El Corral de Morería . Los camareros van y vienen preparando las mesas de la jornada. Mientras, sobre el escenario del histórico tablao madrileño, Eduardo Guerrero (Cádiz, 1983) improvisa unos pasos para la cámara de ABC. Hace movimientos lentos, con el cuerpo erguido, muy elegante, que intercala con taconeos eléctricos a diferentes velocidades. En ese momento, sin que nadie le preste mucha atención, entra por la puerta Blanca del Rey, la propietaria y una de las primeras bailaoras del local allá por 1956, cuando era frecuentado por escritores, presidentes del Gobierno, premios Nobel y estrellas de Hollywood como Rock Hudson, que precisamente se encontraba en la barra la noche que ella debutó siendo una niña.La matriarca se detiene en la pared más alejada del escenario, en silencio, para ver bailar a Guerrero sin molestar . Se le escapa un «¡ooole!» a un volumen tan bajo que solo lo escucho yo porque estoy al lado. No se lo dice a nadie, se lo dice a sí misma, como si no pudiera evitarlo. «¡Shhhh!», advierte a los camareros para que hagan menos ruido con los cubiertos y los vasos. Con el siguiente movimiento de brazos, vuelve a susurrar: «¡Ole, qué arte más grande!». No puedo evitar interrumpirla, sin tan siquiera presentarme, al mismo volumen:— Con la de bailaores históricos que ha visto usted aquí y aún se emociona.—¡Uy! Es que veo bailar a Edu y me transmite un montón de cosas. Si hiciera las mismas maravillas técnicas sin transmitir ningún sentimiento, no sería lo mismo. La diferencia es que él utiliza la técnica para comunicar, no al revés, ¿me entiendes? Tiene una técnica depuradísima, pero no es la técnica. El lenguaje interior y los sentimientos que maneja necesitan esa técnica tan depurada para no tener carencias a la hora de expresarlos. — Pero esos movimientos son muy diferentes a los que usted hacía cuando debutó en El Corral, ¿no?—Claro. Yo tenía 14 años, pero comparar unas épocas con otras es el error más grande que se suele cometer. A mí, algunos movimientos de Edu me recuerdan a Dalí y otros a Picasso. En realidad, el baile flamenco es como en la pintura. Al principio estaba Velázquez, luego apareció Goya y al final vino Picasso. ¿Tú dirías que alguno es mejor que otro? No. Son la evolución de la pintura, de la misma forma que Eduardo representa la evolución en el baile flamenco.Antes de despedirse para seguir con sus tareas, se detiene, da media vuelta y comenta de nuevo en voz baja: «En realidad, cuando se trata de arte de verdad, no se puede definir». Y se marcha con una sonrisa . No es mala carta de presentación para el que es considerado, desde hace unos años, una de las grandes figuras masculinas del baile actual, Premio Cultura a la Danza 2024 de la Comunidad de Madrid. Y, sin embargo, es casi un milagro que haya llegado a la cumbre, porque en la familia Guerrero no había guitarristas, cantaores ni bailaores. Ni tan siquiera se escuchaba flamenco, a pesar de vivir en la tierra donde nació.«En Cádiz el arte está muy normalizado. El panadero, el cocinero, el frutero… Solo te hace falta dar un paseo y enseguida piensas: ‘¡Coño, qué arte tiene ese!’. Pero mi familia no es la familia Flores precisamente. Nadie, absolutamente nadie, se dedica al arte. Mi padre trabajaba en el marcador del Estadio Ramón de Carranza, mi tío era el utillero del Cádiz C.F. y mi hermano, futbolista profesional. Jugó en el Cádiz y en la liga portuguesa. Ahora entrena a las categorías inferiores del Cádiz. Mi familia era muy futbolera, hasta que un día a mi abuela le dio por regalarme unos zapatos de baile cuando tenía 7 años y me apunté a clases. Con el tiempo, el patio de mi vecindario se acabó convirtiendo en el lugar al que mucha gente iba a verme bailar cada año en las fiesta de las Cruces de Mayo. La Niña Pastori, José Mercé, bailarines de todas las escuelas de Cádiz… Y mis vecinas, que me habían visto crecer, decoraban sus balcones ¡Era muy bonito!». — Le ganó la batalla al fútbol…—¡Sí! Pero yo también soy muy futbolero, ¿eh? Soy del Cádiz y del Real Madrid. Lo he mamado. De hecho, en mi casa ha estado comiendo Mágico González, que tenía muy buena relación con mi tío Eduardo, el utillero.Ahora, el bailaor y coreógrafo gaditano recorre el mundo una y otra vez presentando sus propios espectáculos. El 20 de junio visitará el Milano Flamenco Festival de Milán, el 17 y el 18 de julio regresará al ciclo Flamenco Real del Teatro Real, en Madrid; el 19 de octubre estará en el Teatro La Maestranza, en Sevilla, y para 2026 ya está preparando una gira nacional e internacional para recuperar ‘El manto y su ojo’. Además, acaba de regresar de Japón, donde ha sido la estrella del Día de España en la Exposición Universal de Osaka. Allí interpretó ‘Debajo de los pies’ ante más de dos mil personas, un montaje que entrelaza el flamenco de raíz con la danza actual, inspirado en el cuadro ‘El jardín de las delicias’ de El Bosco.«Ha sido impresionante. Nuestra actuación empezaba a las siete de la tarde, pero desde las nueve de la mañana ya había gente haciendo cola en la puerta del auditorio. Llegué a hacer la prueba de sonido temprano y vi una fila de mil personas. ¡Uf! Eso es amar el flamenco», asegura Guerrero a ABC cuando baja del escenario en El Corral, el lugar al que siempre regresa desde hace una década por más vueltas que dé al planeta. Y eso que no es la primera vez que se enfrenta a grandes audiencias. En marzo agotó las 1.200 localidades del Teatro Villamarta de Jeréz y, en octubre, bailó para diez mil aficionados en la Plaza Mayor de Madrid, en la última jornada de la II Gala de las Estrellas del Flamenco . «En realidad, pongo el mismo amor cuando bailo para diez personas que cuando lo hago para 2.000 o 10.000. No se trata de la cantidad de gente, sino del compromiso que tienes contigo mismo y con tu arte. Es verdad que nunca había bailado para tanta gente. Llegué a Madrid con 17 años a la compañía de Aída Gómez [coreógrafa y ex directora del Ballet Nacional], y he cruzado la Plaza Mayor millones de veces andando, pero cuando puse el pie en el escenario ese día y sentí la mirada de toda esa gente, fue un subidón enorme. Me sentí cómo los Rolling Stones. La energía fue brutal», reconoce. Mientras acabamos la entrevista con las vistas del Jardín de las Vistillas y el Monasterio de la Almudena de fondo, nos interrumpe el ruido del camión del Ayuntamiento que se ocupa de vaciar los contenedores de vidrio. Luego comienza a escucharse el traqueteo de un motor en unas obras cercanas. Por unos segundos apenas se escuchan las respuestas del bailaor, así que detenemos la grabación hasta que pase el ruido. «¡No pasa nada! Eso lo mezclamos con… [se pone a tocar las palmas al ritmo de las máquinas] y listo», comenta entre risas. — Como cuando Vicente Escudero bailó con el ruido de dos motores en la sala Pleyel de París en 1928…  —¡Hostias, qué bueno! Eso fue brutal. — Una rareza en la historia del flamenco.—¡Sí! Pero Vicente no solo fue uno de los grandes revolucionarios del baile, sino del arte en general. Alguien que nos dio pie a sumergirnos en los performático… ¡y hace un siglo! ¿En qué momento se le ocurriría a ese hombre ponerse a bailar con dos motores? Vivía metido en un bucle, como si quisiera representar toda su vida a través de la danza. ¡Y ahora nos creemos muy modernos!

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