«Nosotros somos españoles, no británicos. No tienen ningún derecho a estar aquí», exclama el protagonista de la última novela de Jorge Molist (Barcelona, 1951), el marino menorquín Jaume Ferrer, a sus compañeros de aventuras en el mar allá por 1771. En la ficción, titulada ‘El Español’ (Grijalbo), todos ellos acaban de regresar a la localidad de Mahón, su casa, después de que los británicos les hayan obligado a combatir contra los otomanos en la batalla naval de Chesme, en Turquía. El odio irrefrenable del personaje principal hacía todo lo que venga de Gran Bretaña se debe a que, en el citado enfrentamiento, falleció su padre.No hay que olvidar que las Baleares habían sido conquistadas por los británicos en 1708 y que, durante la mayor parte del siglo XVIII, Londres fue dueña y señora de Menorca y del resto del archipiélago. Muchos autóctonos acabaron sintiéndose más ingleses que españoles con el paso de las décadas, aunque Jaume Ferrer no. «No tenemos nada que ver con los británicos. ¡Somos españoles! Menorca ha sido española toda la vida», insiste Ferrer cuando sus compañeros intentan convencerle de que su desprecio por el Reino Unido no es justo. Le dicen que «los campesinos, menestrales y comerciales están muy contentos con los ingleses», que «el comercio con el Mediterráneo es bueno» y que «nuestra ciudad también se beneficia de su presencia». Para intentar calmar sus ánimos, añaden: «Nosotros no somos ni españoles ni ingleses, somos menorquines». Pero él sentencia: «Pues yo sí que soy español. Y mucho. Espero que Carlos III entre en guerra contra esa gente y les dé su merecido». En ese momento empiezan a llamarle Jaume el Español y, poco después, él mismo se cambia el nombre por su traducción al castellano, Jaime.Noticia Relacionada estandar Si Jorge Farragut: el gran héroe español del siglo XVIII que ya nadie conoce Israel VianaMás allá de la ficción, lo más llamativo de la novela es que Jaime Ferrer está inspirado en un personaje real que participó en algunos de los episodios más relevantes de la historia de España y América del siglo XVIII: Jorge Farragut . Un personaje que, sin embargo, nadie conoce hoy, al igual que otros personajes históricos que se pasean por las páginas de ‘El Español’ y que forman parte de un selecto grupo de españoles convertidos en héroes de la Guerra de Independencia americana. «Me encontré con Farragut por casualidad, en un artículo escrito por un menorquín y me puse a investigar. Enseguida descubrí que era una joya, la aventura personificada. Un hombre que nació en la Menorca británica en 1755, pero que se declaró español a pesar de que allí se vivía mejor que en el resto de España», explicaba Molist a ABC hace dos semanas.La clandestinidadSi en ese artículo os contábamos la vida y obra de Farragut, hoy vamos a centrarnos en Juan de Miralles y Trayllon, un comerciante nacido en Petrel (Alicante), en 1713, que se estableció en La Habana en 1740 y que, años después, fue nombrado por Carlos III su representante oficial ante los independentistas. Convertido en uno de los diplomáticos más importantes de aquellos años en las «Trece colonias», como se conocían en el siglo XVIII a las posesiones británicas en lo que hoy es Estados Unidos, fue amigo íntimo de nada menos que George Washington , el primer presidente del país.«Juan de Miralles ayudó con todas sus fuerzas y capitales al triunfo de la Revolución de Independencia de los Estados Unidos. Su actividad, sin embargo, se desarrolló dentro de los límites semi-clandestinos impuestos por la voluntad de su Rey, Carlos III, y esa es la razón de que la historiografía americana, estudiosa hasta la saciedad de todo lo relacionado con el general Washington y su época, desconozca la aportación de este hombre, y de los españoles en general, a su causa», aseguraba Vicent Ribes en un artículo publicado en 1997 en la ‘Revista de Historia Moderna: Anales de la Universidad de Alicante’ . El historiador valenciano recordaba también que, detrás de ese olvido, habría que añadir otra razón más incómoda: la desconfianza que todo lo español y católico suscitó tradicionalmente en el mundo anglosajón, de lo que encontramos un buen ejemplo en los escritos de Alexander Hamilton, el secretario del general Washington, que escamoteó en sus crónicas la trascendencia de la ayuda española a la causa americana. Tampoco se hizo eco del respeto y la amistad que el primer presidente de Estados Unidos profesó por Miralles, a pesar de que lo conocía bien, así como el hecho de que le acogió en su casa durante su última enfermedad, como una muestra más de gratitud del pueblo americano hacia su aportación en la causa independentista . «Los pocos autores españoles e hispanoamericanos que se interesaron por el personaje, han centrado sus estudios en los dos últimos años de su vida, aquellos en los que desarrolló su labor diplomática en Estados Unidos, periodo que es hoy en día sobradamente conocido. Pero cuando se refieren a los sesenta y cinco años anteriores de su biografía, lo hacen cumplimentando apresuradamente el trámite, e incluso, en algunas ocasiones, haciendo suposiciones gratuitas o simplemente inventando», añade Ribes en su artículo. Comerciante y espíaMiralles llegó a La Habana en 1740 con 27 años y 8.500 pesos en el bolsillo. Una vez allí se casó con María Josefa Eligio de la Puente y González-Cabello, hija de una de las familias más acaudaladas de Cuba. Tuvieron ocho hijos y, sobre todo, una próspera vida en los negocios que los hizo todavía más ricos. Nuestro protagonista comenzó a comerciar con Florida y, por extensión, con los puertos ingleses de Charleston, Philadelphia, New York y Boston. Sus negocios debían ser de índole muy variada, desde la compra y venta de buques al transporte y contrabando marítimo. Sin embargo, su principal objeto de atención era, sin duda alguna, el tráfico de esclavos, en el que participó tanto por su cuenta y riesgo como formando sociedad con otros comerciantes. Estas actividades las ejerció de forma paralela a la de agente secreto o comisionado real. Así lo reconoció en algunas de las últimas cartas que envió en su vida. Ribes asegura en su artículo que, el 9 de mayo de 1762, Miralles informaba a la Corte desde la isla de San Eustaquio acerca de los preparativos militares que hacían los británicos. «Estos datos no tienen desperdicio, puesto que confirman que antes de que fuese nombrado embajador extraoficial de España ante el Congreso de los Estados Unidos, Miralles ya había sido comisionado por el Rey en otras épocas anteriores como agente o informador secreto de los movimientos ingleses», escribía el historiador de la Universidad de Valencia. El español, además, conocía bien Jamaica, la principal proveedora de esclavos para las colonias españolas, y todo el Caribe. Tal es así que acabó convirtiéndose en la pieza clave de dicho comercio durante los años 60 y 70 del siglo XVIII. Su nombre aparece asociado al de cualquier empresa negrera española de mayor o menor envergadura. En 1766, de hecho, Miralles entró a formar parte de la Compañía Gaditana de Negros, la empresa esclavista más grande jamás creada en el Imperio español, aunque seis años después entró en una profunda crisis y nuestro protagonista acumuló una deuda astronómica. Finalmente fue expulsado del negocio. En el paraje de la guerraA pesar de ello, la fortuna y el crédito de Miralles estaban ya a salvo de cualquier contingencia. Era un hombre de probada capacidad empresarial que, además, había sido reconocido por el propio Carlos III, a cuyo servicio directo había pasado, como mínimo, el año que había pasado en Jamaica. No se sabe con exactitud la fecha en la que fue llamado a consultas para ser designado agente del Rey de España, pero sí su misión. «Debía instalarse en el paraje en el que se desarrollara la Guerra de Independencia, estableciéndose cerca de alguno de los generales en jefe, realista o insurgente, y en el lugar en que se hallasen los diputados del Congreso. Debía informar sobre la marcha y progresos del conflicto, los propósitos de ambos bandos, sobre todo si se relacionaban con España o sus Indias, y convencer a los protagonistas de que nada se debía hacer sin el acuerdo de Francia y España», puede leerse en el artículo de Ribes. El conde de Floridablanca, primer ministro español, declaró también en ese momento que «el destino de los intereses de las colonias nos importa mucho, y vamos a hacer por ellos [los colonos] todo lo que las circunstancias nos permitan». Y añadía que a los agentes secretos como Miralles «se les facilitarán todos los auxilios que necesitaran y el dinero y crédito que hubieren menester, sin reparar en perjudiciales economías». Con ese respaldo partió de La Habana a Charleston, donde permaneció hasta la primavera de 1777 acogido por el gobernador de Carolina del Sur, Edward Rutledge. A finales de mayo llegó a la ciudad de Filadelfia, recién liberada, no sin antes pasar por Carolina del Norte, donde se entrevistó con su gobernador Abner Nash, y Virginia, donde rindió visita al gobernador Patrick Henry. Miralles establecía lazos allá donde iba en favor de la causa española y la causa independentista. Dotado de un carácter abierto y una personalidad brillante y cosmopolita, atrajo de inmediato la atención de la alta sociedad de Filadelfia. Organizó espléndidos banquetes en su residencia, a los que asistieron repetidamente el general George Washington, el marqués de Lafayette, los generales Nathaniel Greene, Philip Schuyler, Von Steuven, Dekalb, el pintor Charles Wilson Peale y un gran número de congresistas. «Miralles dedicó gran parte de su propia fortuna a mantener la causa de los insurgentes americanos. El carácter secreto de esta ayuda económica, puesto que España no estaba oficialmente en guerra con Inglaterra, hace que hoy sea imposible calcular las cantidades de dinero enviadas por España y qué parte de esos capitales salían directamente de la fortuna privada de Miralles. Pero, para darnos una idea de la trascendencia de la ayuda financiera española, bastará recordar que las inestables economías de los Estados de Virginia, North Carolina, Massachusetts, New Hampshire, Connecticut, Rhode Island, Pennsylvania… giraban en torno a las monedas de plata de ocho reales acuñadas por el Imperio español con los cuales mantenían la insurrección contra Inglaterra. Al mismo tiempo, Miralles, como delegado de la corte de Madrid, encauzó grandes donaciones de ropa de abrigo, pólvora, armas, medicinas, etc. hacia las tropas de Washington», apunta Ribes.La muerteSalvador Larrúa Guedes también rescató del olvido a este personaje en ‘Juan de Miralles: biografía de un padre fundador de los Estados Unidos’ (Alexandria Library, 2017). En el ensayo contaba que nuestro protagonista fue el encargado de armar un servicio secreto que operó en favor de los independentistas y en contra de Inglaterra, con «superagentes» como el fraile Antonio de Sedella, quien «no fue descubierto en 50 años», tal y como relató a EFE. El historiador cubano buceó en los archivos de la Biblioteca del Congreso en Washington y encontró infinidad de cartas cruzadas entre Washington y Miralles, en las que se puede ver que «eran muy amigos».Prueba de ello es que, el 19 de abril de 1780, Miralles llegó al campamento de Morristown, donde fue recibido con todos los honores. Sin embargo, las malas condiciones meteorológicas habían mermado sus fuerzas durante el camino desde Filadelfia, lo que le obligó a guardar cama en la propia mansión Ford, donde Washington se hallaba hospedado. A pesar de contar con los cuidados de los mejores médicos disponibles, y atendido solícitamente por el general y su familia, falleció de una pulmonía el 28 de abril. Hasta que pudiesen ser trasladados sus restos a La Habana, fue lujosamente amortajado con excelentes ropas y un derroche de pedrería, en una ceremonia presidida por el futuro presidente de Estados Unidos, con el ejército rindiéndole honores por decisión de su general. Y luego fue enterrado en el pequeño cementerio presbiteriano.«Miralles también merece una novela él solo. Si soy capaz de continuar la historia con una segunda parte que comience en el momento en que se detienen las aventuras de Jaime Ferrer, es decir, de Jorge Farragut, Miralles ocupará una parte central. Me gustaría seguir retratando la aportación española a la guerra de la independencia de Estados Unidos y él es un personaje principal», subraya Molist a ABC.

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