Del burladero de Las Ventas salió Morante de la Puebla a hacer el quite con el vaso en la mano en lo que denominaremos en adelante el quite del vaso. Recortó el toro a cuerpo limpio y volvió al burladero a la manera suya de hacer las cosas, que es fundacional siempre de algo. Morante se cree un torero antiguo, pero en realidad es un ser del mañana, pues el futuro va sucediendo conforme él actúa como en el célebre quite del vaso. Será por vasos en Las Ventas. En los días de figuras, además de corridas de toros se podrían celebrar naumaquias de gin-tonic y roncola. Morante es un torero que invita a celebrar la vida, y por eso la gente se pone guapa y se toma sus copitas como cuando es Nochebuena. ‘Hoy torea Morante’, se dicen, como si tuvieran una cita con algo definitivo. Ver al de la Puebla es como si pudiéramos ver a Picasso o a Mozart y asistimos a un toreo al que la historia eleva a los altares sin que tenga que pasar el tiempo que otorga la dimensión a las cosas. La dimensión ya la tiene, y por eso hay que rendirse ante la evidencia de que estamos ante la presencia de un genio . En su primera faena maneja el capote con las yemas de los dedos en una suavidad de sedas y pies juntos que abrió conceptualmente una dimensión nueva y alteró las percepciones de manera que, en adelante, íbamos todos flipando detrás de la bamba de la muleta en no sé qué psicotropías negras y gualdas. Un poco como cuando Montero Glez se puso de ácido en el callejón para ver a Rafael de Paula y le parecía que manejaba los espacios de toda la plaza, que es exactamente lo que estaba sucediendo. Noticia Relacionada ENTREVISTA | ENFERMEDAD MENTAL estandar Si Morante de la Puebla y «la muerte como alivio» Jesús Bayort Habla como nunca de todos sus problemas. Desde hace más de veinte años sufre un trastorno disociativo que desconecta su cuerpo de las emociones, agravado ahora con un complejo cuadro depresivo. Se acaba de someter a una terapia de electroshocks para poder volver a torearDespués, se sienta en el estribo dentro del callejón, se enciende un pitillo y Andrés Rodríguez dice que entrega a la nicotina la memoria de su primera faena que pudo haber sido de dos orejas de no ser por la espada. Fuma, pensativo, como un torero de Rodin. Qué habrá en esa cabeza, me pregunto mirándolo, si estará viendo los fantasmas que le rondan a veces. Cuando sobre el ánimo le vuela la corona de moscas azules, verdes y negras de la tristeza, nos entran ganas de sostenerlo en una ‘pietà’ anímica. Morante, estando triste como está, nos pone a todos los demás contentos en una dación de vida y un rito caníbal o cristológico que celebramos por todo lo alto aunque si para que Morante se pusiera bueno tuviera que no verlo más, no lo veía más, y me quedaba a vivir en los recuerdos de su magnífica torería. Cuando José Antonio abrevia -justa y toreramente- y despacha al cuarto de la tarde y sale con la espada montada en la muleta, demuestra que hay una manera de no estar, y queda su hueco, que es una forma de presencia, una intermitencia que lo hace aún más interesante. A Curro, un día en que iba andando por Vitoria, se le acercó un aficionado que se cruzó con él por la calle y exclamó, maravillado: «¡Es usted Curro Romero!», a lo que el maestro respondió: «Tengo días».

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