Recuerdos y retratos de Luis Alberto de Cuenca

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Recuerdos y retratos de Luis Alberto de Cuenca

Juan Manuel de Prada, Loquillo, Manuel Vilas, Karina Sainz Borgo, Jon Juaristi, Ángel Antonio Herrera, Daniel Ramírez, María José Solano y José F. Peláez celebran y homenajean al poeta.Por Juan Manuel de Prada Un verdadero poeta que me hacía casoLuis Alberto de Cuenca fue el primer escritor que me dispensó su amistad, cuando yo era un don nadie, un pobre postulante envenenado de literatura, con apenas 18 años. Nunca olvidaré las atenciones que me prodigó cuando, viviendo yo en Salamanca, decidí venirme durante un mes a Madrid para documentar en la Biblioteca Nacional mi novela ‘Las máscaras del héroe’, leyendo toda la literatura bohemia habida y por haber. Yo vivía muy menesterosamente, hospedado en una pensión lóbrega llamada Buenos Aires, con camas de somier crujiente de chinches, a la que volvía después de una jornada completa de lectura en la Biblioteca Nacional, para tomarme un bocadillo de sardinas que era mi única comida al día. Noticias relacionadas estandar Si ELOGIO DEL POETA Luis Alberto de Cuenca, la poesía que refleja el gusto por vivir Diego Doncel reportaje Si Mosaico hallado en la ciudad de Madrid: Luis Alberto de Cuenca, el héroe de las mil caras Bruno Pardo PortoPero Luis Alberto, siempre risueño y hospitalario, mercedario y zangolotino, se empeñaba en invitarme, cuando salía de la Biblioteca Nacional, a tomar unos cócteles en Balmoral (bueno, en realidad él no tomaba cócteles, porque ya por entonces era desdichadamente abstemio). Me pedía que le leyera algún capitulillo de ‘Coños’ y me invitaba a unos manhattans que no se los saltaba un gitano. Y, como yo estaba en ayunas desde el día anterior, sin embaular nada desde el bocadillo de sardinas del día anterior, enseguida me ponía piripi. A él, los ojillos le cabrilleaban de gozo, escuchándome leer mis procacidades cándidas; y yo sentía que era un amigo para siempre. Treinta años después, sigo sintiendo lo mismo. A la salida de Balmoral, me llevaba hasta la pensión en coche, ponderando mi numen coñoncísimo, mientras el manhattan último me iba amodorrando. Yo era inmensamente feliz, porque había un verdadero poeta, un escritor auténtico, que me hacía caso, mientras el resto, indiferentes o cobardes, dejaban que me pudriera en la soledad. Y, antes de bajar del coche, envalentonado por el alcohol, lo abrazaba como si fuera un hermano y un maestro; como si fuera, quiero decir, lo que desde entonces hasta hoy ha sido para mí.Por Loquillo Muchos deberían aprender de élUn día le digo a Gabriel Sopeña: «Hay que hacer un disco con la poesía de Luis Alberto de Cuenca». Entonces era secretario de Estado de Cultura por el Partido Popular, y se me ocurrió la brillante idea de irme directo al ministerio para pedirle permiso. ¿Qué pasó? Que yo entré en el ministerio, estaba la Guardia Civil ahí, y les digo: «Voy a ver a Luis Alberto». Y me dicen: «Pasa, Loco». Y entonces subo, me encuentro a la secretaria y le digo: «He quedado con Luis». Y dice «Hombre, Loquillo, ¿qué tal? Pues pasa, que ahora viene». Y se me ocurrió, evidentemente, la brillante idea de sentarme en su mesa, en su silla. Entonces aparece Luis Alberto y se queda alucinado y dice: «Hostia, Loquillo». Así que le cuento que Gabriel Sopeña y yo tenemos la intención de hacer un disco con todo sus poemas. Y aquí viene lo que define el carácter de Luis. Me dice: «Me parece un honor, una idea cojonuda, jamás me hubiera imaginado que mis poemas pudieran interesar de esa manera. Solo os voy a poner una condición. Mientras yo sea secretario de Estado de Cultura, el disco no puede salir, porque no quiero que parezca que estoy aprovechando mi cargo para promocionar mi poesía». Muchos tendrían que aprender de eso. A partir de ahí, desarrollamos una amistad inquebrantable.Por Manuel Vilas El poeta que abrió todas las ventanasTodo era quietud solemne, polvo prestigioso, y oscuridad santa en la mansión de la poesía. Pero llegó Luis Alberto de Cuenca y abrió todas las ventanas de la casa. Y adiós al aburrimiento. Regresó la fantasía, también la grandeza y la humildad y la cotidianeidad de la vida. Regresó el humor, la melancolía moderna, el cine y la risa y los tebeos. Y las palabras de la poesía volvieron a ser las palabras que usa la gente en la calle. Nos enseñó que la poesía puede ser alta y no aburrida, profunda y no ininteligible, honesta y no sermonaria. Por fin la ironía y el sentido del humor invadieron las estancias de la mansión de la poesía como una brisa alegre y dichosa.Nos devolvió la casa de la poesía para todos y todas. Lo único que se necesita para entrar en esa casa de la poesía de Luis Alberto de Cuenca es haber aprendido a leer en cualquier colegio de primaria. Estoy hablando de poesía escrita para estas edades: de 8 a 100 años, por ejemplo. La poesía de Luis Alberto es un triunfo de la vida. Solo la vida. Nada menos que la vida, nuestro único y fabuloso tesoro. Por Karina Sainz Borgo El poeta que rejuvenece hasta a los muertosEn el oficio de rasgar las palabras, Luis Alberto de Cuenca rejuvenece hasta a los muertos, se da un baño en el estanque de los ojos amados y le levanta la falda a las olas. Encuentra oídos para el grito de Gilgamesh, el asombro de los Nibelungos, Shakespeare y Goethe, también desentraña un Virgilio huracanado y lo mezcla con el vértigo de un vestido corto y ajustado. Blasona su compresión de Homero, Eurípides, Calímaco o Chrétien de Troyes, y desenrosca la tapa del poema como una tempestad. Es la hélice del vuelo y jinete en la noche del poema. Por Jon Juaristi Luis Alberto y LuisitoEra la víspera de las elecciones legislativas de 1993. Durante la campaña electoral, Luis Alberto se había manifestado públicamente a favor de José María Aznar, dejando caer, como quien no quiere la cosa, que el mismísimo Federico García Lorca, si viviera aún, le daría su apoyo. Pues bien, en la tarde de la jornada de reflexión, Luis Alberto, Luis García Montero y quien esto escribe perpetramos un recital poético en el Ateneo de Madrid, terminado el cual, nos fuimos a cenar, los tres juntos, a un restaurante del Barrio de las Letras. Luis García Montero estaba muy irritado por las declaraciones aznaristas de Luis Alberto, sobre todo por la referencia sacrílega a Lorca, y así nos lo hizo saber apenas nos sentamos a la mesa. Como a los postres el hoy ya inveterado Director General del Instituto Cervantes siguiera insistiendo en el mismo asunto, Luis Alberto le espetó: «Mira, Luis, no te preocupes. Ya hemos escrito a los nuestros de Granada, ordenándoles: ‘Ni se os ocurra repetir con Luisito García Montero lo de Federico’, que, por cierto, si aún viviera, votaría mañana por Aznar». Y añadió: «Pero, por si acaso, no vayas a dormir mañana a casa de José Carlos Rosales» [estupendo poeta granadino de nuestra generación, aclaro, sobrino de Luis Rosales]. Y así llegamos los tres, en paz y concordia, a lo que Foxá habría llamado el remanso del café, copa y puro, colofón obligado del ‘Beatus ille’ a la española.Por Ángel Antonio Herrera Un éxito de amigosLuis Alberto de Cuenca tiene el gran galardón sin galardón de poeta primerísimo de la amistad, porque reúne amigos naturalmente, desde siempre, de un modo creciente, variado y desconcertante, cuando en la república de las letras el hábito es el contrario: ir acreditando enemigos. Creo que no conozco un caso igual al suyo, donde igual le guardan aprecio los devotos de Homero que los de Tintin, los filósofos de academia que los bailones de la Movida. Ha triunfado como el rebelde bien peinado que es: publicando mucho, y cabreando poco. Nada. Es un amigo de éxito, y un éxito de amigos.Por Daniel Ramírez García-Mina Un poeta pierde sus gafasLa última vez que fui al piso-biblioteca de Luis Alberto, el poeta me pidió que no lo abandonara. Había perdido sus gafas y me agarré a su brazo como si fuera su lazarillo. «Tenemos que encontrarlas. ¡No veo!», me decía mientras revisábamos el horno, el microondas, el salón, el cuarto de los niños. Todo lleno de libros. Lo quiero tanto que, pese a su repentina y borgiana ceguera, no tuve siquiera la tentación de robarle la primera edición de ‘Drácula’.Después de recorrer la biblioteca varias veces, rendidos y dispuestos a llamar a Alicia para que lo rescatara, se palpó el cuello de la camisa y dijo: «¡Joder! ¡Si las tengo aquí colgadas!». Había tantos libros, estábamos sumergidos en tantas historias, que no veíamos las gafas. Eso es lo más importante que me ha enseñado LAC: que, cuando se tienen buenos libros delante, la realidad se disuelve para dejar paso a un mundo maravilloso.Por María José Solano Carta de Nausicaa al poetaEn el reino de los muertos que yo habito, el futuro no existe, y la palabra, por innecesaria, se ha ido desdibujando en el hueco de mis manos muertas. En cierta afortunada ocasión, un poeta vivo, con palabras vivas y libros vivos, me escribió unos versos. Muchos aedos cantaron a Ulises; no así a mi juventud, ni a mi amor. El poeta que aún me recuerda y sella mi final se llama Luis Alberto de Cuenca y no es Homero, ni Virgilio, ni tiene más emperador amigo que él mismo. Sé que un día el mundo en ruinas necesitara de su poesía , esa que esculpe en papel tanta belleza. Por lo demás, nunca fue más dichosa esta antigua amante homérica que en los versos de Luis Alberto, porque en ellos he vuelto a ser moderna e inmortal.Por José F. Peláez La correcciónLa primera vez que fui a su biblioteca me pasé diez minutos contándole lo mucho que me había gustado ‘Seis personajes en busca de autor’, de Italo Calvino. Luis Alberto me miraba con respeto e interés, pero cambiaba de tema y de estantería, como si le moviera un especial interés en hablar de Borges. Yo no entendía el motivo hasta que finalizó la visita y nos sentamos en el sofá a charlar, como si nos conociéramos de toda la vida. Fue entonces cuando alabó mi gusto porque ‘Seis personajes en busca de autor’ era también su obra favorita de Luigi Pirandello. Yo no sabía dónde meterme: me había equivocado de italiano delante del maestro. Y no me corrigió. Entendí de golpe quién es Luis Alberto: una educación exquisita y una erudición insuperable que, en vez de hacer sentir pequeño al que tiene enfrente, prefiere abrazarlo y ayudarlo a crecer.

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