El domingo pasado, mientras yo pensaba en cómo encajar a Bellingham en el esquema de Xabi Alonso , mi hija rompió su silencio para decirme muy seriamente: «Papá, me encanta la vida» . Yo la miré fijamente mientras esperaba que el razonamiento pudiera tener algún tipo de continuidad, pero nada. Eso era todo. La niña no tenía nada más que deci r. Yo no le respondí -¿qué se supone que debo decir?- y seguimos caminando en silencio mientras intentaba buscar en el manual de buen padre la respuesta adecuada a este tipo de epifanías. Apenas un minuto después la encontré y le dije: «A mí también». Y seguimos caminando, de nuevo, en silencio.Yo comprendo que en Cádiz con estos mimbres te hacen unas alegrías por bulerías al estilo de Chano Lobato, pero en Valladolid no nos ha llamado Dios por el camino de la efusividad. Yo me imagino la escena desde fuera y es posible que más que un padre y una hija muy felices que caminan por Valladolid, la cosa tuviera más pinta de Clint Eastwood y Lee Van Cleef buscando apaches por los campos de Oklahoma. Pero entiendo a qué se refiere, porque yo siento la misma alegría de vivir . Así se lo hice saber. «Estar vivo es una pasada, sobre todo si tienes en cuenta la alternativa. No me imagino a nadie que, en su tumba, ponga como epitafio algo así como ‘Lo prefería’». Se rio un poco y seguí. «El planeta en el que estamos es una anomalía azul y verde dentro de un infinito oscuro y frío. Esto son unas vacaciones pagadas, Lucía, un placer sensorial que dura un milisegundo en el conjunto de nuestra existencia. Hay que ser muy idiota para desperdiciarlo». No lo dije exactamente así, pero el entrecomillado es mío y lo pongo como quiero.Me dijo que le gustaban todas las estaciones del año; comer, viajar, dormir, la amistad, jugar al vóleyEn cualquier caso, ella se arrancó y me dijo que le gustaban todas las estaciones, la primavera, el verano, el otoño y el invierno; comer, viajar, dormir, la amistad, jugar al vóley. Y empezamos a enumerar cosas: Morante de la Puebla , Aitana, la sopa de pescado de Kako, en Astigarraga, el Village neoyorquino, la presión adelantada, el concepto de vacaciones, el jamón de Joselito, los gatos azul ruso, la Navidad . Y así. Pero más allá del mero disfrute, me llamó la atención que lo que le gustara fuera la vida en sí misma, es decir, el mero hecho de estar viva, la estructura de todo esto, nacer, crecer, estudiar, enamorarse, ser madre. Es decir: lo que le gusta es existir. Creo que eso puede tener algo que ver con la autoestima , pero, por un momento pensé en lo bien que lo había hecho, no creo que haya nada más satisfactorio para un padre que haber criado a una hija feliz. Es fácil pensar que algo tendré que ver, pero no es cierto, podría haber hecho exactamente lo mismo y tener una hija infeliz. Todo es una inmensa lotería y me ha tocado. «Pero llegará el desamor», pensé. « Llegarán las ojeras negras, las miradas perdidas, las tardes tristes. Y el fracaso y la soledad y la angustia» . Esto preferí no decírselo y terminé la conversación: «Recuerda este sentimiento para siempre, aférrate a él cuando te sientas triste y da gracias por cada segundo de felicidad».Y seguimos caminando como dos ‘cowboys’ por el centro de Pucela . La dejé en casa de su madre, en el portal ensayamos la tercera sevillana y se despidió de mí diciendo que era el mejor padre del mundo. Yo me volví a casa con una alegría fundacional y una sonrisa como de anuncio de compresas, mientras admiraba la temeridad de sus benditos ojos de 15 años y dejaba a Bellingham junto a Tchouaméni en el lado izquierdo del medio centro. Todo en orden.

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