El valle se despliega exuberante a la vista, y estarían perdonados los ojos distraídos que no repararan en la cerca que serpentea entre árboles y arrozales, en las banderas enfrentadas en la distancia. La naturaleza, ininterrumpida, parece objetar, pero esos muros camuflados por el follaje y un velo de polución forman parte de la frontera más militarizada del mundo: a este lado Corea del Sur , al otro Corea del Norte . Esta quiebra de una nación en dos países ensalza a la vez sus diferencias y su unidad, incuestionables ambas, y estas una enemistad visceral como solo brota entre hermanos. Las Coreas se odian porque son distintas y porque son lo mismo. El contraste resulta más marcado aún ahora que el Sur ultima la fiesta de su democracia, las elecciones presidenciales programadas para este martes, convocatoria en gran medida condicionada por la antítesis vecinal y su perpetua amenaza. No en vano el ya expresidente Yoon Suk-yeol adujo la supuesta «colaboración» de la oposición con el régimen para declarar la ley marcial el pasado diciembre, autogolpe frustrado que ha desembocado en estos comicios extraordinarios. La oposición denunció, asimismo, que el destituido y encausado Yoon habría planeado provocar una crisis bélica con el Norte para justificar su insurrección.Noticia Relacionada estandar Si Xi Jinping corteja a América Latina ante la «intimidación y prepotencia» de Trump Jaime Santirso El líder chino preside la sesión inaugural del Foro China-CELACClaro que para mirar al otro lado primero hay que acercarse. El autobús apenas acaba de echar a rodar por Seúl cuando una mujer se abalanza datáfono en mano. Su camiseta dice «Zona desmilitarizada» en tipografía estridente y colorida. Se presenta en inglés como Dora, la guía. «¿Vas a pagar con tarjeta de crédito o con efectivo?». El capitalismo hace de la guerra un negocio, el comunismo un método de supervivencia.El trayecto es breve. Apenas cincuenta kilómetros separan a la sofisticada capital surcoreana del peligro existencial y su barbarie. Buena prueba de ello es que durante la guerra de Corea las huestes invasoras tomaron Seúl en apenas tres días. El frente bajó hasta Busan, subió hasta el río Yalu y tres años después acabó quedándose, Estados Unidos y China mediante, donde estaba: en el paralelo 38 norte. El conflicto permanece ahí congelado desde el armisticio de 1953, por más que técnicamente la guerra no haya acabado. La Línea de Demarcación Militar actúa de frontera oficiosa, y ambos países controlan una franja de dos kilómetros a cada lado, un margen blindado que se extiende de costa a costa conocido como la Zona Desmilitarizada de Corea (ZDC).Sesenta autobuses turísticos pueden acceder cada día al lado surcoreano. El itinerario arranca en el parque Imjingak, donde el puente de la Libertad y la antigua vía ferroviaria, ambos dinamitados en su extremo norcoreano años ha, resisten cual brazos tendidos. En la explanada acaba de inaugurarse un pequeño museo sobre la vida cotidiana en Corea del Norte, y el producto estrella de su tienda de suvenires son billetes con la efigie de Kim Il-sung, fundador del régimen. El capitalismo, de nuevo, todo lo digiere.El programa incluye la opción de asistir a una sesión de preguntas y respuestas con una defectora. «¿Defectora o tiempo libre?», sondea Dora a sus pastoreados. Los rebaños se entrecruzan mientras de fondo las atracciones infantiles y un teleférico conviven con el alambre de espino. El esparcimiento, sin embargo, no debería llevar a engaño. «Esta zona no es pacífica», advierte Dora, quien recuerda cómo en los últimos meses han tenido que cancelar varios tours sobre la marcha ante la aparición de globos procedentes de Corea del Norte, cargados de basura y heces humanas. «Es un comportamiento muy maleducado, ¿qué tipo de país envía mierda a otro país?», protesta.Zona Desmilitarizada de Corea Turistas chinos se fotografían en las instalaciones del parque de Imjingak, frente a la ZDC; debajo a la izquierda, un refugio en desuso clama por la unificación; a la derecha, vallas y alambre de espino delimitan la zona bajo control militar J. SANTIRSO«En respuesta, nosotros mandamos globos con USB cargados de K-dramas y colocamos altavoces que emiten K-pop. Ellos también colocaron los suyos, pero son de peor calidad así que se oyen peor», apunta sin ocultar su satisfacción. «Si oyes ruido, es de Corea del Norte, si oyes buena música como BTS o Blackpink, es nuestra».Virajes políticosEn el mirador que asoma al valle, en efecto, resuenan los trinos machacones de celebridades surcoreanas. La serenata, no obstante, podría llegar pronto a su fin. El favorito en las elecciones, el demócrata Lee Jae-myung , ya ha adelantado que si gana apagará los altavoces. «Lee cambiará la política, pasará de la actual posición anti-Corea del Norte a favorecer la interacción, siguiendo la tradición liberal», explica Sheen Seong-ho, profesor de Seguridad Internacional y antiguo decano de la Oficina de Asuntos Internacionales de la Universidad Nacional de Seúl.«La cuestión es si Corea del Norte responderá o no, eso está por ver», continúa. « Kim Jong-un podría no estar interesado en dialogar de nuevo, quedó muy decepcionado por la experiencia anterior, pues cada vez que cambia el Gobierno cambian las políticas». El curso de los acontecimientos ha fortalecido la posición estratégica de su régimen. «Ahora tiene alternativas. Está la alianza con Rusia, buenas relaciones con China; quizá trate de hablar directamente con Trump para aislar a Corea del Sur».En el lado surcoreano de la ZDC, el cartel desvencijado de un refugio en desuso clama con letras difuminadas por «acabar con la separación e iniciar la reunificación», símbolo de un objetivo cada vez más borroso. «Que Kim Jong-un abandonara la ideología de la reunificación supuso un cambio de enorme magnitud», apunta Sokeel Park , jefe de Estrategia de la ONG Liberty in North Korea. «Esta idea ha sido central en Corea del Norte desde los tiempos de Kim Il-sung».«El giro puede entenderse como un intento de resolver algunas de las vulnerabilidades derivadas de percibir a Corea del Sur como una amenaza cultural e identitaria, y refleja una lucha contra la creciente influencia de sus medios entre la población», expone. «Pero, al mismo tiempo, también conlleva contradicciones. A los norcoreanos se les ha enseñado durante tanto tiempo a desear la reunificación que abandonar esa idea de golpe resulta difícil de aceptar. Según varios defectores de alto nivel con los que he hablado, es algo que ha generado problemas internos». Refugiados norcoreanosDivisar lo que sucede al otro lado se ha vuelto aún más complicado si cabe. El hermetismo característico del régimen se redobló a causa del aislamiento absoluto decretado durante la pandemia, el cual las autoridades solo han retirado de manera parcial. «La seguridad en la frontera con China ha aumentado mucho, es prácticamente imposible escapar por allí», cuenta Sokeel. Por eso su ONG, dedicada a facilitar el asentamiento de refugiados norcoreanos en Corea del Sur, solo ha podido asistir a individuos que ya habían salido y en cifras mucho menores que de costumbre. «En 2019 trajimos a 1.047 personas, después de la pandemia menos de 300».Chae Yoom-seo, refugiada norcoreana residente en Seúl Hong-kyu ShinUna de las últimas en lograrlo fue Chae Yoom-seo , quien atiende a ABC en un recinto privado en el centro de Seúl. Esta joven de 28 años siempre supo que «había algo mejor al otro lado», en gran medida gracias a los k-dramas que visionaba a escondidas. También porque allí estaba su madre. En 1998, cuando ella tenía apenas un año, su madre se trasladó a China con el propósito de ahorrar dinero pero acabó, como muchas otras emigrantes norcoreanas, en un matrimonio forzoso víctima de una red de trata. Su madre regresó a Corea del Norte, y en 2005 logró escapar de manera definitiva al Sur.«Mi madre nos enviaba dinero, así que vivíamos un poco mejor que los demás y nunca pasamos hambre, pero a cambio padecíamos mucha vigilancia. Era habitual que la policía viniera a nuestra casa y se llevara a alguno de mis parientes para torturarles», rememora. Tras un año de preparación, en 2019 llegó el momento. Su madre abonó el importe convenido a los intermediarios y Chae inició un periplo de siete meses dedicados a cruzar la frontera, pasar por China, otros dos países asiáticos y, ya en Corea del Sur, someterse a la investigación del servicio de inteligencia más un programa de inserción en el centro de Harawon. Su discurso está plagado de silencios cautelosos. «Era habitual que la policía viniera a nuestra casa y se llevara a alguno de mis parientes para torturarles» Chae Yoom-seo Refugiada norcoreana«Ahora ya soy una ciudadana de pleno derecho», presume. Este martes votará, pero no quiere revelar por quién. Tampoco quiere hablar de la ley marcial que puso en peligro su recién estrenada libertad, gracias a una democracia que al principio no entendía. Hoy ya sí. «Al observar la situación política en Corea, si alguien no está de tu lado no se le ve como alguien que piensa diferente, sino que directamente se le critica. Aunque, si lo piensas bien, ese tipo de cosas solo son posibles en un país democrático. Así que no es necesariamente malo». Antes de despedirse, una última pregunta, conclusión a todo lo anterior. «¿Has encontrado la felicidad aquí?». La sonrisa irreprimible que se dibuja en su cara contesta por ella.

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