El secreto del Unicornio

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El secreto del Unicornio

No era el hombre más intimidante, ni el más famoso, pero era un hombre al que, sólo con verle entrar hoy en Planeta K, a Jorge Elías se le habían puesto de corbata. Se trataba de un miembro de la Real Academia Española, dónde ocupaba el sillón T (de ‘temible’ por decir una palabra al azar), experto bloqueador de gente en redes sociales y novelista de muchísimo éxito. Un hombre al que dejaron de tutear a los doce años, seguro. O tal vez once.Ah, y se me olvidaba: polemista. En una jungla donde cada palabra era un puñal, él era un experto lanzador de cuchillos. Seco. Cortante. Certero. Se estuviera de acuerdo con él o no, era difícil no admirar la lúcida mala hostia que se gastaba el tío. Aunque Jorge muchas veces hubiera deseado que sus tajos se dieran en otra dirección, maldita sea, qué arte tenía para sajar, despellejar y desollar.Volviendo al tema: ¿qué hacía el ocupante de la T (de ‘terco’ por decir una palabra al azar) en una tienda de cómics? Pues buscar tebeos de Tintín. Curioso, curiosísimo. Pero no hay que extrañarse, incluso el propio Vargas Llosa confesó en El pez en el agua que lo que más le apasionaba de niño era la lectura de los Billikens , Penecas , y toda clase de historietas.Jorge recordó sentirse como Lucas Corso, el protagonista de El Club Dumas cuando investigaba con David Valentín los crímenes de NóvaroMientras miraba al ocupante de la T (de ‘temperamento’ por decir una palabra al azar) buscar en las cajoneras de su establecimiento el álbum El secreto del Unicornio de Hergé, la mente del librero voló hacia algunos de los hilos invisibles que unían su vida a la obra de aquel hombre:Jorge recordó sentirse como Lucas Corso, el protagonista de El Club Dumas cuando investigaba con David Valentín los crímenes de Nóvaro, incluso yendo a librerías clandestinas como Antifaz.Y recordó cuando fue al cine a ver la película que adaptaba esa novela: La Novena Puert a de Polanski. Jorge no lo olvidará nunca porque le dio la ocasión de decir su frase favorita en el universo: «los libros siempre son mejores».Jorge también recordó cómo se enfurruñó él solito cuando se enteró que este hombre, tan alejado como pueda estarlo alguien de su edad y estatus del Hip Hop, había escrito una novela que se sumergía en el mundo del grafiti. El Francotirador Paciente se llamaba; Jorge Elías la leyó con miedo y con todos los prejuicios imaginables. Normal, el librero tenía de vecino del barrio a Suso33, era colega de Pastron#7 y tenía como gran hazaña haber visto pintar a b-boys como Muelle, Glub o Remebe… No estaba dispuesto a tolerar que este señor hiciera… hiciera… lo que resultó ser una obra perfectamente documentada y con un respeto enorme por los escritores de muros. Como diría Peter Griffin: ¡Zas! en toda la boca.Sonrió al recordar el cabreo que se pilló cuando supo que iban a adaptar TODOS los libros de El Capitán Alatriste … en UNA SOLA película. En foros como Dreamers, Jorge escribió largas peroratas argumentando que «en ningún otro país permitirían este despropósito de apelotonar los siete libros a la vez». Incluso hoy, sigue con su cruzada y cuando algún listillo le pregunta ¿y qué hubieras hecho tú? ¿siete pelis? Jorge Elías contesta:—Ocho. Si algo hemos aprendido de Harry Potter , Crepúsculo y Los Juegos del Hambre , es que el último libro siempre hay que partirlo en dos partes.Aunque si había una cosa que siempre encantó a Jorge de las aventuras del capitán Alatriste es que el primer libro lo escribiera este académico de la T (de ‘Tormenta’, por decir una palabra al azar) con su hija pequeña. Eso, en su día, hizo soñar a Jorgito con escribir un libro con su propia madre. Seguro que hubiera sido una novela ambientada en el antiguo Egipto, que era el género predilecto de su progenitora; aunque ya se hubiera encargado él de que alguien se pusiera un disfraz de superhéroe. No es que fuera difícil encontrar referentes, hay un porrón de personajes con ‘temática egipcia’ desde Hawkman en DC al Caballero Luna en Marvel, pasando por Black Adam, Apocalipsis o Rama-Tut.El librero se vio a través de los ojos del escritor y se vio blando, gordo, infantil y ridículoMierda, ya estoy divagando , pensó Jorge Elías entonces. Y encima, el que ocupaba en la RAE el sillón T (de ‘Tajante’, por decir una palabra al azar), ya se dirigía al mostrador con el álbum de Tintín en ristre. Lo dejó al lado de la caja registradora y dijo como disculpándose:—Ya lo tengo, por supuesto. Este es para regalar.—Ya imagino —respondió el librero.Este intercambio de frases banales hizo que la cabeza de Jorge Elías se pusiera a mil por hora: Dios, esta mierda está en el top de conversaciones más embarazosas que he tenido en mi vida ¿por qué me dice que ya lo tiene? ¿quiere acaso que le de conversación? ¡Si yo odio al puto Tintín! sólo amo a Milú y porque su merchandising se vende como rosquillas. Da igual. Habla de otra cosa. Cualquiera. Venga, Jorge, di algo.—Y… ¿Qué opina usted de Vértice?¡Hala, venga! A las bravas. Sin un poquito de vaselina. Sin venir a cuento de nada. Jorge Elías eres idiota, idiota, idiota. Así se torturaba para sus adentros el librero. Pero estaba siendo injusto consigo mismo; la verdad era que, tras lo que pasó en navidad con Vértice, ahora que todos en Madrid sabían que la ciudad tenía un superhéroe… preguntar qué se opinaba de él era una conversación totalmente normal, lícita y súper habitual en cualquier ascensor (epítome del silencio incómodo que hay que romper con lo que sea).Pero claro, lo que estresaba a Jorge, no era sólo la preguntita que había vomitado. Era quién la hacía. Jorge Elías temía la mirada inquisidora de ese ex reportero de guerra (ah, sí, se me había pasado mencionar eso) famoso por no andarse con hostias y por haberse codeado toda la vida con tipos duros hasta que se convirtió en uno. El librero se vio a través de los ojos del escritor y se vio blando, gordo, infantil y ridículo: un hombre adulto con una camiseta de Spider-Ham. Si al menos hubiera sido una de Punisher…No había nada que hacer, estaba claro que se iba a llevar un bufido en respuesta. En una jungla donde cada palabra era un puñal, él iba a ser rajado a degüello por impertinente.El escritor, ajeno a todas estas tribulaciones de Jorge Elías, sacó la tarjeta y con toda la normalidad del mundo y una media sonrisa socarrona, contestó:—Opino que Vértice tiene un buen par de cojones.Luego pagó. Se despidió con un leve gesto de su cabeza. Y se marchó sin más, como un personaje de un cómic de Frank Miller tras soltar una frase molona. Desde luego, no era el hombre más gentil ni el más dicharachero, pero era un hombre al que a Jorge Elías no le importaría volver a ver por su tienda.

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