Hay jugadores que alcanzan los cuartos de final de un Grand Slam, que no es nada fácil, y parecen muy buenos. Hasta que les llegan Carlos Alcaraz o Jannik Sinner y la realidad los pone en su sitio. Hoy por hoy, el español y el italiano gravitan en su propia galaxia, por tenis y mentalidad, como si jugaran a otro deporte, finalistas de Roland Garros (15.00 horas, Eurosport y Dmax). «Te ponen muchísima presión, están constantemente sobre ti, y aumentan la presión conforme avanza el partido. No te dan muchas opciones, y cuando se presentan, estás con más ansiedad, sabes que no habrá otra, y ellos sí tendrán más sobre ti», explicaba Novak Djokovic sobre lo que significa jugar contra este Sinner y este Alcaraz. Son los elegidos en esta nueva rivalidad que el tenis empieza a etiquetar. Al talento le han añadido un buen montón de horas para perfeccionar un tenis completo con el que desbordar, derribar y hasta humillar a los rivales. «Alcaraz ha cambiado el tenis —señalaba Zverev a este periódico en Madrid—, esa derecha no se había visto nunca». Un estilo alegre, potentísimo y dinámico, lleno de recursos, emociones, desparpajo y cabriolas, que encandiló enseguida al personal. A la zaga le fue Sinner, que tardó un poco más en completar con éxito su crecimiento y su misión, apoderarse del tenis. Pero está ahí, con otra personalidad y en cierta forma contraria a la del español: tenis riguroso, regular, milimétrico, exacto, preciso, automatizado. Cada uno a su manera, como ha insistido el español para despejarse de comparaciones. Quiere disfrutar de la vida y en su derecho está, porque hay trabajo y esfuerzo, que no estaría a punto de jugar su quinta final de Grand Slam, con pleno de triunfos en las que ha jugado, de no hacerlo. Se ha dejado tres sets más por ansiedad interna que por mérito del rival, que le puede ser perfeccionista y no siempre sale. Pero ha evolucionado, que ya no es el chico que despegaba y despertaba la sorpresa en el aficionado cuando irrumpió a lo grande en el circuito, sino uno más maduro, con 22 años y muchas experiencias vividas. «Ya me tocaba madurar. Son más que el año pasado, pero menos que cuando tenga 24 años», ríe.Noticias relacionadas estandar Si Roland Garros Coco Gauff domina a Sabalenka y la tierra para coronarse en Roland Garros Laura Marta estandar No Emotiva despedida de Roland Garros a Djokovic, por si acaso: «Quiero seguir, pero no sé qué pasará» Laura MartaEl crecimiento es palpable, también dirigido a frenar los caballos que a veces se desbocaban y era difícil domar. Ya no necesita jugar siempre con la sonrisa puesta, ni con los fuegos artificiales. Ya sabe ganar con oficio y solidez, ordenado y pulcro antes que por chispazos de inspiración, que esos acaban llegando si lo demás está en su sitio. Así lo refleja también su entrenador: «Va madurando, es ley de vida. Antes era un poco más emocional, ahora todavía da alguna pataleta, pero los pequeños problemas en pista los maneja mejor. Y cuando tiene problemas los soluciona». Polos opuestosHabla el valenciano de «pataletas» que ha ido ordenando el murciano con el tiempo y el conocimiento de sí mismo, de saber lo que le conviene, aunque sea sacar la frustración a patadas: «He forjado una mentalidad muy fuerte. Pero aprender no significa que vaya a estar sereno o no me queje nunca. Es aprender a que no me afecte mucho tiempo. Cuando las cosas no me salen bien me quejo, suelto la rabia, le pego la patada al asiento, pero sé que es momentáneo. Trato de que dure casi nada. Son cosas de un punto o dos y estoy preparado para el siguiente. No soy como otros que necesitan estar serenos sin abrir la boca».Ese «no soy como otros» es una pelota lanzada a Sinner, su contrapunto en este gestionar las emociones porque mientras a Alcaraz se le escapan las rabietas (destrozó una raqueta en su partido ante Monfils de Cincinnati 2024), al italiano se le define como impertérrito, sin expresar emoción alguna. Un mismo gesto gane o pierda, ni una sonrisa de más, ni una queja de menos. Una personalidad más inexpresiva, robótica incluso, también por carácter y origen (nacido en San Cándido, en la frontera con Austria) que le ha llevado a ganar 32 de los últimos 33 partidos. Sin embargo trata de limar esa imagen porque el carisma gana si no partidos, sí cariño y apoyo. «Parece que estoy tranquilo, pero no es verdad. Por dentro tengo una tormenta», informó tras batir a Andrey Rublev con una superioridad que rozó la arrogancia. Y añadió esa media sonrisa que se fuerza a poner.Para tratar de que las emociones no se lo coman por dentro, está aprendiendo también a expresarse, a abrirse. A trabajar una imagen que tiene que salvar una constante sombra de sospecha desde que saliera a la luz el positivo por clostebol de marzo de 2024 y por el que fue castigado con tres meses elegidos al gusto. A principios de año abrió un canal de Youtube en el que muestra cómo es el día a día con su equipo; y hay risas, bromas, entrenamientos en el gimnasio, conversaciones. Sin excederse tampoco, que es Sinner. Quiere el italiano que la gente vea que detrás de esa fachada que se pone cuando se enfunda la raqueta hay una persona «normal». Quiere ser un poco más Alcaraz. Al murciano le sale más natural la sonrisa, la diversión, los puntos de exhibición y el dedo a la oreja tras ellos. Y ganarse a la afición de cerca: vuelta de honor ayer tras el entrenamiento para regalar bromas, saludos y pelotas, y le dedica tiempo a un niño que se ha quedado sin regalo pero que se lleva una autofoto, tomada por el murciano, y una muñequera por el chasco. Es Alcaraz. El que también quiere evitar los pensamientos intrusivos en los partidos, el que intenta limitar las pataletas, el que quiere ser un poco más Sinner. Los dos a su manera, eso sí. Número 1 y número 2, empatados a títulos (19) y finales (25), se completan y se retroalimentan, y viven hoy su primer cara a cara el último día de un Grand Slam. París lo celebra.

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