De la emoción a la razón: el camino para reeditar la victoria en París

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De la emoción a la razón: el camino para reeditar la victoria en París

Son cinco Grand Slams en su palmarés, de cinco finales, en los que se ha visto crecer a Carlos Alcaraz de derechazo en derechazo. Del chaval de El Palmar, que sigue siendo cuando no está la pelota en juego, a este tenista descomunal.Se habla de fiestas, de un camino que, dicen, no parece el indicado. Pero ahí está Alcaraz, divirtiéndose cuando puede, trabajando a tope cuando toca. Crece en la dirección de conocerse para saber qué conviene, cuándo y cómo. Había desconexiones por saberse superior, donde mandaba la emoción, y ya no las hay. Ahora hay una lucha consigo mismo porque se adueña la razón: lo quiere hacer todo perfecto, porque sabe que lo puede hacer todo perfecto. El niño que disputó el torneo de promesas bajo la Torre Eiffel es un adulto, con sus problemas, responsabilidades y éxitos.En 2021 todo estaba por descubrir, sobre todo él mismo. Puntos de exhibición, sonrisa indestructible, todo era un juego, tres rondas del cuadro final. Aprendizaje. «Estoy preparado para ganar Roland Garros», auguraba en 2022, todavía con los caballos desbocados; se quedó en cuartos. «Aprendí que tienes que estar dos semanas al máximo nivel», admitía tras el chasco. Pero tras su primer Grand Slam (US Open), tocaba afianzar lo apuntado. El número 1 más joven de la historia presentó sus credenciales, pero en Roland Garros, todavía le quedaba por crecer. Aquellas semifinales de 2023 se lo recordaron. Esta Chatrier se le hizo enorme, Novak Djokovic y su leyenda lo empequeñecieron aún más. Tras un primer set arrollador, pura juventud desatada, la realidad. A cada paso, un dolor, un nervio agarrotado, un calambrazo. Alcaraz, un prisionero de sí mismo, claudicó aquella vez. No lo haría más.Noticias relacionadas estandar No Roland Garros El español recorta la distancia por el número uno de la ATP a Sinner Laura Marta estandar No Roland Garros Así queda el ranking de Grand Slams tras el título de Carlos Alcaraz en Roland Garros Laura MartaPara 2024, hubo un tirón de orejas. «Hay que ser profesional todo el tiempo. Sabemos que tiene 20 años y hay que ir madurando. Pero hay que entrenar cuando toca; pasárselo bien cuando toca; y descansar cuando toca. Él lo sabe y lo está intentando», espetaba Ferrero. Y tomó nota el pupilo. Fiestas, sí; trabajo también. Del de raqueta y del de diván. Porque hubo muchas horas para fortalecer esa mente y espantar los fantasmas de una lesión en el antebrazo que no lo dejaba dormir. Renqueante en tierra (no ganó ningún título), en París se iluminó por fin. Cuando quiso, como quiso, donde quiso, contra Zverev, suya fue la Copa de los Mosqueteros. No era fácil mejorar unas prestaciones idóneas para ganar en todas las superficies antes de cumplir los 22 años. Una vez cumplidos, el paso adelante para este 2025 ha sido convencerlo de limitar los fuegos artificiales, las florituras, la inspiración y los puntos de dedo en la oreja y exhibir control, orden, humildad, constancia y una mentalidad a prueba de rivales, malos pensamientos y ansiedades por hacerlo todo perfecto. «Ya era hora de que madurara un poco. He ido forjando un nivel mental fuerte y capaz de solventar problemas», admitía. Que conste esta final para comprobarlo con hechos. «Antes era un poco más emocional, ahora todavía da alguna pataleta, pero todos esos pequeños problemas en pista lo maneja mejor», dice Ferrero, que le permite esas pataletas porque saben ambos que no duran mucho. «Un enfado en un punto y se me pasa». Así, completa un tercer nivel a la altura de muy pocos: defender un Grand Slam; el último fue Nadal, de 2019 a 2020. Alcaraz crece, y abraza su quinto título grande. De la emoción a la razón. Y lo que queda.

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