El cuarto día y la cuarta noche de protestas en Los Ángeles saben a gas pimienta en el fondo de la garganta y huele a goma quemada en el asfalto. Los disturbios se mezclan con el caos en la segunda ciudad de EE.UU., con la tensión disparada con la presencia de militares en las calles. Es el mismo día en el que el Gobierno de Donald Trump ha movilizado a 700 marines para intimidad y aplacar las protestas. El mismo día en el que el multimillonario neoyorquino ha ordenado duplicar el despliegue de miembros de la Guardia Nacional, pese a la oposición de quien ostenta la competencia, el gobernador de California , el demócrata Gavin Newsom .Las protestas responden con más presencia en la calle que los anteriores días. El centro gubernamental de la ciudad, el complejo de edificios oficiales en el norte del centro de Los Ángeles, es un hervidero. Uno sabe que está cerca de llegar cuando las paredes se tiñen de graffit: ‘Fuck’ (‘que le jodan’) a un montón de cosas, gritan las pintadas. A Trump, a la Policía de Los Ángeles y, sobre todo, a ICE, las siglas en inglés de la policía de Inmigración y Aduanas, como la conocen en la comunidad hispana, ‘la migra’.Noticia Relacionada estandar Si La batalla de Los Ángeles se alarga y abre otra guerra política en EE.UU. Javier Ansorena Trump amenaza con arrestar al gobernador de California, que demanda al presidente por su despliegue «ilegal» del ejércitoEs un escenario distópico, una mezcla de ‘kale borroka’ en avenidas amplias, violencia anticapitalista de los noventa y revolución mexicana. La bandera tricolor del vecino del sur se ha convertido aquí en un símbolo de protesta. Quinceañeras envueltas en ella se mezclan con ‘antifa’ de todas las edades, reconocibles por la vestimenta negra y su equipamiento de guerrilla urbana: máscaras, guantes, protectores.Por todos los costados hay una maraña de fuerzas de seguridad : los azules de la policía de Los Ángeles; los antidisturbios, parcheados como jugadores de fútbol americano; el verde oscuro de la policía del sheriff; el beige de los ‘state troopers’, la policía estatal; y el uniforme de camuflaje de la Guardia Nacional, que custodia en fila un edificio gubernamental en la intersección entre las calles Temple y Los Ángeles.Desafío a Trump en las calles Los manifestantes portan banderas de México, en la primera imagen. En la segunda foto: jóvenes queman rueda con sus minimotos. En la tercera imagen se aprecia un joven manifestante con heridas producidas por las pelotas de goma que han utilizado las fuerzas de seguridad. JAVIER ANSORENA«Vamos a hacer lío», dice un chaval –¿tendrá catorce años?–, disfrazado de anarquista, con pitillos negros, y unas gafas aparatosas de ventisca sobre la cara. Lleva escondida una pistola de ‘paintball’ debajo de la sudadera gris. Enfrente tendrá artillería pesada.Newsom se reafirma como la oposiciónPara parte de la chavalería, esto es un juego. También quizá para la media docena de jóvenes que meten ruido y queman rueda de sus minimotos delante de una barrera de policial, encantados con su forma de protesta. También puede que sea un juego para otros. Juego político en el caso de Trump, que ha convertido las redadas, las protestas, los disturbios violentos y su despliegue del Ejército en las calles –los unos se alimentan a los otros– en el póster de su mano dura en la política migratoria y en el mantenimiento del orden. También para Newsom, encantado de convertirse en la oposición demócrata a Trump, con la mirada puesta en las presidenciales de 2028.Pero lo que ocurre en Los Ángeles no es un juego. La ciudad tiene los ánimos agitados. En especial, la comunidad hispana. Sobre todo, aquellos conectados –familiares, amigos, vecinos, colegas de trabajo, compañeros de pachanga futbolística– con los cerca de un millón de indocumentados en el condado de Los Ángeles, es decir, la ciudad y su área metropolitana. Pero no solo ellos. En EE.UU., el Ejército no ha salido a la calle por orden de un presidente desde los graves disturbios raciales de comienzos de la década de 1990, también en Los Ángeles, con decenas de muertos y más de 1.500 heridos, nada comparable a lo que ocurre ahora.La tensión crece con el paso de la tarde. Alguna botella, piedra u objeto contundente vuela desde la masa protestante a alguno de los cordones policiales. Hay amago de respuesta«Estamos cansados», dice María, una chica joven que no quiere dar su verdadero nombre, en referencia a los hispanos que se sienten maltratados por las políticas de Trump. «De que nos maltraten, hablen mal de nosotros y acosen a los nuestros. Esta vez vamos a pelear», dice en las inmediaciones de un cordón policial de varias capas. Es una de las que no lamentan las escenas de violencia de anteriores noches, y que se repetirán poco después. Cerca de allí, una línea de miembros de la Guardia Nacional, acompañados de policías locales, custodian un gran edificio administrativo, tatuado con pintadas, rodeado de vallas. Un enjambre de manifestantes están a un metro de ellos. Les increpan, les insultan, les dicen «¿no te da verguenza?». Casi todos llevan la cara tapada, con mascarillas heredadas del Covid-19, con otras de uso profesional o con pañuelos. Sacuden carteles delante de su cara. «Los nazis también ‘obedecían órdenes’», dice uno de ellos. La tensión crece con el paso de la tarde. Alguna botella, piedra u objeto contundente vuela desde la masa protestante a alguno de los cordones policiales. Hay amago de respuesta, bronca entre manifestantes, exigencias de que todo sea pacífico, sabedores algunos que lo ocurrido en noches anteriores –los coches ardiendo, el vandalismo– perjudica a la protesta.Gregorio Llanes, habla a ABC mientras participa en las protestas de Los Ángeles JAVIER ANSORENA«Estoy aquí para dar voz a la gente que sufre, que tiene miedo de que les arresten y les echen de EE.UU.» Gregorio Llanes«Si ocurre eso, ellos pueden decir que toman medidas por la violencia», dice Gregorio Llanes , uno de los pocos manifestantes con los que habla este periódico y al que no le importa dar su nombre y apellido. Porque incluso la gente con papeles, como él, está con miedo. «No salen ni al parque», dice. «Yo estoy aquí para dar voz a la gente que está sufriendo, que no pueden decir nada, que tienen miedo de que les arresten y les echen de EE.UU. Estoy aquí por las mamás que están con sus hijos sin los papás, qué van a hacer», dice sobre los afectados por las redadas.Cuando cae la nocheLa situación estalla hacia las cinco y media de la tarde, cuando la policía da la orden de desalojar la zona. Carreras, lanzamientos contra los agentes –como una botella de dos litros con agua congelada–, disparos con material antidisturbios, gritos, llamamientos imposibles a no ceder terreno. El descontrol se apodera entonces del centro de Los Ángeles. Algunos manifestantes lanzan fuegos artificiales. La policía responde, algunos chavales muestran orgullosos dos o tres pelotazos en su piel , que dolerá durante días. Hay exaltados que la toman contra una furgoneta de una televisión local, destrozan los cristales con sus skates, algunos se lo recriminan.«Vamos a estar luchando por nuestra familia, nuestros amigos, para que tengan aquí un futuro para ellos y sus hijos»«Hay cosas que las estamos haciendo mal», dice Jose, delante de esa furgoneta destrozada. «Esto le sirve a Trump para tener la razón, para las acusaciones de que somos criminales, esto y lo otro», añade, pero insiste en una cosa: «Nunca nos van a callar, siempre vamos a estar luchando por nuestra familia, nuestros amigos, para que tengan aquí un futuro para ellos y sus hijos».Cae la noche y la protesta se convierte en un juego del gato y del ratón. Los manifestantes, reducidos a pocos cientos, se desparraman por las calles. Atronan los helicópteros en el cielo y las sirenas en la tierra. Se forma una manifestación tan espontánea como no permitida, seguida de decenas de coches con gente que ondea banderas, la mayoría mexicanas. Otros aprovechan para hacer trompos en una intersección, alguien enciende fuegos artificiales, el centro de la ciudad se desboca por momentos. Al filo de la medianoche, solo quedan grupúsculos aislados, los mismos que sabían que acabarían así la noche, dando guerra. La Policía cierra la jornada con decenas de detenciones y con la certidumbre de que esto no ha acabado.

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