Estamos todos tan ocupados que hemos puesto a las máquinas a escribir nuestros correos electrónicos, para dedicarnos a quién sabe qué en el trabajo: hacer cosas, supongo, imprimir informes, mover papeles, quejarnos de las reuniones, agendar un café, cancelar una comida. Son textos que tienen un tufillo a IA que tira para atrás, con ese vocabulario de perspectiva y ventana de oportunidad que podría usar un diputado, además de una corrección gramatical que roza la psicopatía y que recuerda a la de esos escritores que se piensan que puedes ir preso por prescindir de una coma en virtud del ritmo, cuando el crimen más grave es aburrir al idioma que usas. Al leer la biografía de Elon Musk que había escrito Walter Isaacson, Gary Shteyngart dijo en ‘The Guardian’: es una prosa que podría firmar una máquina. Fue uno de los hitos de la crítica cultural de este siglo.No es raro que haya gente que no escriba los mails que envía: hace mucho que eso ocurre con los libros. Repito: estamos todos tan ocupados. Así que hay máquinas escribiendo mails que contestarán otras máquinas, tal vez hablando de la nueva novela de una presentadora sin tiempo para escribir ni para leer pero con una necesidad imperiosa de contar la historia familiar de esas mujeres invisibles que con su esfuerzo lograron que sus hijas tuvieran las oportunidades que a ellas les hurtaron. Me gusta pensar que esa conversación artificial sigue y sigue, y que las máquinas discuten, ya en privado, sobre si ha llegado el momento de empezar a dedicarse a la literatura de verdad o planear de una vez por todas la revolución de las máquinas, aprovechando que los humanos estamos tan ocupados.No me viene a la cabeza ningún avance tecnológico reciente que se haya traducido en menos horas trabajadas: la ecuación siempre se ajusta con un aumento de la productividad, como si hubiera algo profundo y quizás atávico que nos aleja de la utopía del ocio, una fuerza similar a la que acabó con el teletrabajo. Por eso en el futuro que alumbra la IA la edad de jubilación, por lo que sea, no deja de crecer, y los días parecen más cortos. El mundo se automatiza y nosotros seguimos trabajando, como aquel revisor de parquímetros que salió a poner multas el primer día del confinamiento en Madrid.Lo próximo, me lo invento, serán robots humanoides dando ruedas de prensa, y periodistas que mandan a sus hologramas a cubrirlas, para incluir sus piezas en informativos presentados por personas que no existen, montados por una IA especializada en captar la atención de un público que no sabe por qué sigue viendo la tele, si tiene tanto que hacer. Y no mucho más tarde, cuando ya todo lo haga una máquina sin necesidad de la intervención humana, nosotros seguiremos trabajando ocho, diez, doce, catorce horas al día. —¿Y haciendo qué?—Correr en cintas para generar la electricidad necesaria para que una IA responda nuestro correo electrónico. Y viviremos aburridos, pero estaremos tan sanos.

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