La semana en que Morante colapsó Madrid me ha recordado un suceso de 1919, comidilla de toda la prensa nacional (como fue la faena del de la Puebla del domingo pasado en la Beneficencia). De hecho, nuestro gato de hoy recibió la Cruz del mismo nombre, por otra faena, una que salvó la vida de decenas de madrileños y que sirvió para que Diego Mazquiarán , alias «Fortuna», quedara para siempre en la memoria de una ciudad que no olvidaría el arte y entrega de este navarro tan de aquí. El Madrid de 1919 tenía su coso taurino entre Claudio Coello, Conde de Aranda, Lagasca y Columela. Esa zona del barrio de Salamanca, orillada entre la Puerta de Alcalá y el Hotel Wellington, reunía cada tarde a cientos de aficionados que acudían a las corridas de toros con cucuruchos de pipas y botas con vino de barrica. Esos días de feria y pasodoble paraban la ciudad, detenían el tiempo entre espontáneos y autoridades, entre capotes y la media tostada que se pedían los escritores en los cafés para sobrevivir rellenando cuartillas por un adelanto de algo que nunca publicarían. Pícara, flamenca, en blanco y negro y con toldos en todas partes porque del sol y de la pobreza solo se escapaba caminando entre las sombras. Con ingenio natural, cintura y un poco de hambre. Fortuna nació en Sestao en 1895 y murió en Lima en 1940, porque hasta hace cuarenta años la inmigración navegaba en el otro sentido, en el de huir buscando a España en las Américas. Y lo mismo que le pasaba al genio de la Puebla, sus demonios le comían por dentro, aunque nunca supo cómo torearlos del todo. Escapó de los Altos Hornos para repartir el pan en Sevilla, y ahí se alimentó del sueño de torero que le hizo volver al norte para tomar la alternativa como novillero en Bilbao en 1912. Noticia RelacionadaEn Madrid, junto a El Gallo y Celita se hizo matador de toros con dos astados de Benjumea. Pero la gloria de la plaza siempre ha tenido capital, un sitio, la única ha conquistar de verdad. Y esa era y es Madrid. Justo donde la otra noche, Morante salía al balcón en un batín azul a brindar por hacer historia.Su Pamplona en MadridFortuna paseaba una tarde por Madrid junto a su mujer. Era un enero frío, 23, San Ildefonso, y de pronto escuchó que subía por Gran Vía un sinfín de gritos y barullo que le obligaron a detenerse para ver de qué se trataba. Cuando vio de frente al toro negro haciendo de Madrid su Pamplona chica, Fortuna no dudó ni un segundo y se clavó delate del toro con su gabán como capote, para tratar de detener el desastre que venía provocando. La gente pasó del pánico al duende, contemplando incrédulos como el torero navarro estaba derrochando arte y precisión en plena Gran Vía de Madrid. Unos y otros comenzaron a vitorearle, su mujer, atenta, sostenía su paraguas como si fuera una mozo de espadas en una faena que deleitaba a todos los presentes. El toro era negro y alto, de pitones afilados y un histerismo de adrenalina que no podía controlar. Según recogió este mismo periódico en la crónica del día siguiente: «El toro hirió una mujer de 66 años, volteada y víctima de una «conmoción visceral»; Anastasio Martín, ordenanza de la comisaría del Hospicio con un puntazo en el trasero; y Andrés Domínguez, hospitalizado y en «pronóstico reservado». Continuaba la faena, duraba ya quince minutos, y Fortuna reclamó a los presentes un sable o algo con lo que pudiera culminar semejante hazaña. Uno de los presentes le prestó uno, pero a Fortuna no le gusto lo mal afilado que estaba el hierro. Encontró a un conocido de la Plaza, al que le pidió que fuese a su casa para traer una espada digna del toro que estaba lidiando. Al volver, Fortuna dio dos pases más al astado, que solo necesitó de un intento del diestro para ver la muerte en pleno centro de Madrid.El gentío convirtió a Fortuna en un Morante cualquiera, llevándole a hombros por las calles de Madrid. Pero esta hazaña no fue suficiente para que el diestro navarro no se muriera de pena. Por eso huyó a Perú, lo más lejos que pudo para que su tristeza terminara de lidiarle a él también. Con 45 años, los mismos que Morante de la Puebla , dijo adiós al mundo siendo una leyenda que toreó en Gran Vía, la faena de su vida.

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