Prohibido prohibir jugar: un informe británico propone eliminar los carteles que vetan el juego en la calle

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Prohibido prohibir jugar: un informe británico propone eliminar los carteles que vetan el juego en la calle

«Los niños están creciendo solos, sedentarios y deslizando el dedo por una pantalla». Con esta afirmación, Paul Lindley, empresario británico y presidente de la Raising the Nation Play, una comisión independiente creada en el Reino Unido con el objetivo de investigar el estado del juego infantil y su papel en el desarrollo de niños y niñas en la sociedad contemporánea, sintetizaba el núcleo de un problema que, según un informe publicado esta semana, amenaza con desdibujar las condiciones básicas del desarrollo infantil. No se trata, como tantas veces en el discurso público, de nostalgia por la infancia «de antes», sino de una advertencia con respaldo: el juego libre, entendido como actividad física, espontánea y social, ha retrocedido de forma preocupante en la vida cotidiana de los niños en el país, y su ausencia está ya teniendo efectos mensurables en la salud física, mental y emocional de toda una generación.El informe, resultado de un año de investigación coordinada por la excomisionada de infancia Anne Longfield, documenta lo que describe como una «emergencia de juego». Las conclusiones se apoyan en estadísticas oficiales, testimonios de familias, profesores y trabajadores sociales, así como en una serie de sesiones públicas celebradas en distintas regiones de Inglaterra. El diagnóstico es claro: los niños están cada vez más encerrados en casa, frente a las pantallas , mientras el acceso al juego activo al aire libre se ha visto gravemente restringido por una combinación de factores que van desde el urbanismo hostil hasta las normas escolares y la proliferación de dispositivos digitales.Según datos recogidos por la comisión, más del 60% de los menores británicos no alcanza los niveles mínimos de actividad física recomendados por la Organización Mundial de la Salud. Además, el tiempo medio que pasan al aire libre se ha reducido drásticamente: en algunos barrios urbanos, los menores dedican más horas diarias al uso de pantallas que al sueño o a la interacción social presencial. Estos datos van acompañados por un repunte de los problemas de salud mental en la infancia. Así, trastornos de ansiedad, depresión, insomnio y síntomas relacionados con el estrés son cada vez más comunes. «Los niños crecen sin tiempo, sin espacio y sin condiciones adecuadas para moverse, explorar y jugar con otros», resumía Longfield en declaraciones a la prensa local. Noticia Relacionada 26 de abril: Día del Niño y de la Niña estandar No El 80% de los sanitarios detecta enfermedades en los niños por un excesivo uso de pantallas ABC El 71% de las familias reconoce que le cuesta mantener el control de sus hijos con las pantallasUno de los elementos más visibles que la comisión ha elegido para ejemplificar este retroceso es la existencia generalizada de carteles de «No ball games» («Prohibido jugar a la pelota») en zonas públicas de todo el país. Aunque se trate de señales menores, su carga simbólica es potente. «Son una reliquia de una época en la que los niños debían ser vistos, pero no escuchados», explica Longfield. «Hoy funcionan como un mensaje implícito pero inequívoco de que ese espacio no les pertenece. Que jugar está mal». El informe propone su eliminación progresiva y sustituirlos por mensajes que inviten a la convivencia y al uso compartido del espacio.Esta propuesta ha suscitado un debate inmediato. Para algunos vecinos o responsables locales, los carteles son necesarios para evitar molestias, preservar el orden o proteger propiedades privadas. Pero para la comisión, ese razonamiento ignora una cuestión más profunda: el derecho de niños y niñas a habitar el espacio público, a estar presentes, a ser visibles. «Los niños han desaparecido de nuestras calles. Eso no es sólo una cuestión de estilo de vida. Es un fallo social», advierte Lindley.Una estrategia nacionalLa propuesta de retirar los carteles es apenas una parte de un conjunto más ambicioso de recomendaciones. La comisión urge al gobierno a crear una Estrategia Nacional de Juego que integre a varios ministerios y que esté dotada de al menos 125 millones de libras anuales para revitalizar parques, reabrir centros comunitarios, reformar patios de colegios y capacitar a profesionales de la infancia. También propone la designación de un comisionado o ministro específico para la infancia, con competencias cruzadas en educación, salud, urbanismo y cultura.Además, el informe aboga por una reforma regulatoria del acceso digital para menores. En concreto, sugiere elevar la edad de consentimiento digital de 13 a 16 años, revisar el diseño adictivo de las plataformas sociales y establecer horarios límite para el uso de dispositivos. En este sentido, el ministro de Tecnología, Pete Kyle, ha manifestado que el gobierno está considerando establecer una especie de «toque de queda digital» a las 22.00 horas, así como sistemas de control parental obligatorios por defecto. Aunque estas ideas se encuentran aún en etapa de estudio, reflejan una creciente preocupación institucional por los efectos de la sobreexposición digital entre los menores.En paralelo, el informe alerta sobre el impacto del modelo escolar actual. En muchos colegios ingleses, el recreo ha sido reducido a menos de 30 minutos diarios, mientras el peso de las evaluaciones y los deberes extracurriculares ha ido en aumento. Para la comisión, este enfoque contribuye al agotamiento emocional de los niños y al empobrecimiento de su experiencia escolar. «El juego no es una pérdida de tiempo. Es una forma de aprender, de regular emociones, de construir relaciones», explica Longfield. La comparación con Finlandia, donde los alumnos tienen descansos activos cada 45 minutos, se cita como ejemplo de cómo una pedagogía centrada en el bienestar puede combinarse con altos estándares académicos.Diseño de las ciudadesEl componente urbano del problema también es central. En las últimas décadas, el diseño de las ciudades ha favorecido el uso del coche, la privatización del suelo y la vigilancia del espacio público, en detrimento de la vida comunitaria. Muchos vecindarios carecen hoy de espacios seguros, accesibles y adecuados para el juego infantil. En barrios más desfavorecidos, los recortes presupuestarios han afectado con especial dureza a centros juveniles, clubes deportivos y programas extraescolares, y para las familias con menos recursos, esto implica que el acceso al juego libre dependa casi exclusivamente del entorno inmediato, que no siempre es el más adecuado, y que sus hijos queden excluidos de oportunidades básicas de desarrollo.Las organizaciones sociales que trabajan en este ámbito, como Playing Out o Save the Children UK, han respaldado las conclusiones del informe. «Hemos escuchado durante años a familias que nos dicen: mi hijo no tiene dónde jugar. No tiene con quién jugar. Y cuando lo intenta, alguien le dice que se calle», declaraba una portavoz de Playing Out en respuesta a la publicación del estudio. Desde su perspectiva, el juego no es una actividad residual, sino un componente esencial de la salud pública y de la cohesión social.Sin coherenciaEl gobierno británico ha respondido con una mezcla de apoyo y cautela. Un portavoz de Downing Street señaló que «el juego, la naturaleza y el acceso a espacios seguros son fundamentales para el bienestar infantil», y recordó que en los últimos años se han lanzado iniciativas como el fondo de cien millones de libras para instalaciones deportivas o el National Education Nature Park, una iniciativa del gobierno en colaboración con el Natural History Museum, la Royal Horticultural Society y otros socios, diseñado para reconectar a niños y jóvenes con el entorno natural, especialmente en entornos urbanos o carentes de espacios verdes. Sin embargo, la comisión considera que estas medidas son parciales y carecen de la coherencia necesaria para transformar el paisaje de forma duradera.El informe no plantea una solución mágica, ni oculta la complejidad del desafío. Pero propone una meta clara: recuperar el juego como derecho, como política pública, como parte del entramado urbano y educativo. Reivindicar el derecho de los menores a correr, ensuciarse, experimentar frustración, negociar con otros, aburrirse incluso. En definitiva, a vivir una infancia plena. «El juego no es un lujo. Es como respiran los niños», concluye Longfield.

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