En el tiempo en que hube de redactar doscientas páginas con entradas de teoría literaria para la ‘Gran Enciclopedia Cervantina’ de la Universidad de Alcalá , como es natural hube de leer muchos ensayos enjundiosos sobre ‘El Quijote’, pero este libro de Antonio Muñoz Molina, que ha visitado algunos de ellos, es otra cosa, porque es un ensayo de escritor y de lector. Cuenta además cosas de su propia historia, las más sabrosas de cuando niño en Úbeda, en un tiempo, los primeros años sesenta del pasado siglo, cuando en aquel rincón jienense, próximo a muchos lugares del ‘Quijote’, (entre Úbeda y un lugar manchego como Villanueva de los Infantes, hay apenas hora y media de coche) se vivía todavía una vida rural parecida a la que Cervantes refleja y se vivía en un lenguaje y una manara de designar igual los utensilios y enseres. ENSAYO ‘El verano de Cervantes’ Autor Antonio Muñoz Molina Editorial Seix Barral Año 2025 Páginas 448 Precio 22,90 euros 4El Muñoz Molina de casi setenta años, cuando acaricia en el libro palabras como alcancía, bardas, horcas de levantar los haces de paja, palas de trasegar el grano y cedazos para cernerlo, está recuperando el mundo que vivió de niño, en los años de su primera lectura de ‘El Quijote’, en una edición de 1881 en Calleja. ‘El verano de Cervantes’ es una lectura personal, pero sobre todo es una lectura de escritor. No solo la suya, pues va incluyendo aquellos detalles en los que se fijaron los grandes escritores que han hablado del ‘Quijote’, pues Thomas Mann lo va leyendo en una travesía de exiliado en viaje hacia Nueva York y comenta con orgullo la referencia que en el episodio de Ricote hay a la libertad de conciencia en Alemania.O se comenta que Sigmund Freud había aprendido español para leer ‘El Quijote’, e intercambiaba cartas con un amigo en que ambos adoptaron nombres cervantinos como Cipión y Berganza. Comenta Muñoz Molina una observación aguda de cómo Stendhal concibió desde Cervantes al Julien Sorel de ‘Rojo y negro’ y otra observación de pasada de que los paisajes que imaginamos apenas se describen en la obra. No todos tuvieron la miopía de Nabokov , casi todos, así Faulkner, supieron cuánto podía beneficiarse el mundo contado en el sur de Mississippi de lo ocurrido en La Mancha. Y se concreta una escena de defecación aparecida de Leopold Blom en ‘Ulises’ , con la de Sancho en la aventura de los batanes. Y aparece, como no, Melville y su capitán Ahab, y Conrad, y tantos otros grandes lectores que en ‘El Quijote’ aprendieron a oír el latido fundamental de la gran aventura. El Muñoz Molina de casi setenta años está recuperando el mundo que vivió de niñoHe escrito latido fundamental porque hay latidos que solo pueden percibir igual los novelistas, dotados de ese oído absoluto de la música literaria , que se han visto en la tesitura de escribir, de intentar hacerlo bien, de no lograrlo a veces y en ninguna como en ‘El Quijote’, aunque sí en algún momento habernos dado regalo de plenitud narrativa o fraseológica. Hay muchos detalles que solo un escritor percibe, que este critico, lector tantas veces de la obra, incluso como estudioso, no había percibido. Por ejemplo, el momento de decir la muerte de don Quijote ha dado una frase como «dio su espíritu», al que el novelista, piensa Muñoz Molina seguro que dudó si acaso no convenía decir enseguida «quiero decir que se murió». Esa vacilación hipotética encierra todo lo que un escritor tiene de opción secreta. Muchas de esas opciones son recorridas con pormenor por Muñoz Molina, en cada detalle pequeño, por ejemplo, en los nombres y procedencia de algunos que aparecen apenas una vez en la obra, y que no importaba decir que fueran de Alcobendas o un mercader en seda de Arévalo, posiblemente morisco en viaje a Murcia. Pero al mismo tiempo se da cuenta de que un escritor que no ha dejado su dignidad de nombre propio de cada moza de partido de la venta de Juan Palomeque , sin embargo, deja sin decir los nombres del duque y la duquesa, seguramente un signo elocuente del modo cómo se comporta el poder de clase de los personajes más reprobables de la obra. Hay en este libro de Muñoz Molina, la maravilla de asistir a un encanto escondido, en cada situación y pliegue de una obra de la que no se dedica simplemente a hablar, sino a la que hace hablar de nuevo para que nosotros, lectores, oigamos de nuevo ese sonido, esa voz , ese lenguaje y gracia del decir, como no ha habido otra en la narrativa del mundo.

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