Bajo un sol abrasador

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Bajo un sol abrasador

Una de las grandes canciones de Nacho Vegas (Gijón, 1974) dice en su tercera estrofa: «Completamente solo / bajo un sol abrasador / grité al perderlo todo / y no reconocí mi propia voz…». Pues igual estamos los gatos en este junio que no quema, sino abrasa. Por la gracia de San Isidro y la desgracia del termómetro, Madrid es, en estos días, una sartén antiadherente donde el sol, ese tirano sin corona, fríe a los turistas y los propios con una saña que ni el más rencoroso de los verdugos. De hecho, por la calle se distingue al viajero del superviviente por quien camina por la sombra y quien no. Uno sale a la calle y, en menos de lo que tarda un concejal en prometer un parque, ya está sudando como un pollo en el horno de Herederos de Botín. El asfalto, que parece derretirse como una bola de helado en las manos de un imberbe, te pega, te atusa y asusta. Y el aire se convierte en un soplo de dragón con resaca que llena todo el ambiente como si Madrid fuera ahora la casa de los Targaryen de nuestro ‘Juego de Tronos’. En la Gran Vía , algunas mujeres aún se atreven con el tacón, caminan con la dignidad de quien cruza el Sáhara, abanico en ristre, mientras los guiris, rojos como gambas al vapor, buscan la botella de agua fría con la desesperación de un náufrago. Los bares están a reventar porque las cervezas salen frías, pero las mesas se piden dentro, que para algo invirtieron los del bar de abajo en el aire acondicionado.Noticia Relacionada estandar No Manolito, el Pollero, el único poeta de la bohemia que vivía de la pluma Alfonso J. UssíaY no hablemos del Metro, que es ya no un medio de transporte, sino una experiencia mística: uno entra seco y sale como si hubiera nadado en el Manzanares con traje de lana. Aunque esta serpiente de hierro tiene algunas benditas horas en las que el clima es el mejor de toda la ciudad. Ocurre cuando hay apenas gente, pero, si quieres sobrevivir un rato, recorre la ciudad en el Metro para luego salir a flote y derretirte. En los parques, los perros miran a sus dueños con reproche: «Corre tú si eso con la pelotita», no te ladra. Los jubilados, que todo lo saben, han abandonado los bancos y se refugian en los centros comerciales, donde el aire acondicionado es el verdadero aliado de su bienestar. Allí miran pasar el ajetreo de modas y modos, de familias comprando el traje de baño al niño y de otros que van a pasar el día al ‘mall’, como si fuésemos Texas o Kentucky. Hasta los gatos, que en Madrid son más listos que muchos periodistas, se han declarado en huelga de tejados y duermen a la sombra de los contenedores y bajo los coches aparcados de las calles más oscuras. Luego están los tertulianos del calor, esos filósofos que aseguran que el año pasado no fue tanto, entre trago y trago y sentencian: «Esto no es normal». Y allí observan, analizan, dejan que el tiempo se vaya comiendo las horas del día mientras siguen el dibujo del sol mirando al suelo de la calle. Las televisiones, que no pierden ocasión de aburrirnos, nos machacan con mapas rojos y extremas consignas de: «Beba agua, evite el sol» o «la ola extrema de hipercalor aguda ataca de nuevo». Como si los madrileños, curtidos en mil batallas contra de termómetro en rojo, no supiéramos que el único remedio es la siesta, la sombra y, a ser posible, un sorbete de nuestra propia pena.En la Gran Vía, algunas mujeres aún se atreven con el tacón, caminan con la dignidad de quien cruza el Sáhara, abanico en ristrePero no todo es sufrimiento. Porque el madrileño, que siempre ha sido un poco masoquista, encuentra en el calor una excusa para el cachondeo. Si la gracia es el aire acondicionado del alma, Madrid está lleno de extractores de risa. No podemos evitar lo que somos. Nos gusta estar un poco mal para estar bien del todo. No entendemos la vida de otro modo. Y aquí seguimos, en este Madrid que arde, que suda, que quema un poco pero que resiste. Porque si algo tenemos los de la Villa y Corte es la capacidad de torear al sol con una sonrisa, un abanico y, si se tercia, un buen plato de cocido, que total, ya puestos a pasar calor, que sea por algo que valga la pena de verdad. El verano, como todo, pasará.

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