De ‘pacificador’ a devolver a EE.UU. al polvorín de Oriente Próximo

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De ‘pacificador’ a devolver a EE.UU. al polvorín de Oriente Próximo

El ataque a instalaciones nucleares de Irán ordenado este sábado por Donald Trump es, a la vez, la decisión más importante de su joven segundo mandato como presidente de EE.UU. y un giro fenomenal en su política exterior. Nada lo explica mejor que sus propias palabras.«Mediremos nuestro éxito no solo por las batallas que ganemos sino por las guerras con las que acabemos», dijo desde el Capitolio el pasado 20 de enero, en su discurso de investidura. «Y quizá lo que es más importante, por las guerras en las que nunca entraremos». «Mi legado del que estaré más orgulloso será el de ser un pacificador y un unificador», añadió.Cinco meses después, Trump se ha quitado el sombrero de ‘pacificador’ y se ha puesto el casco de soldado . El multimillonario neoyorquino ha metido a EE.UU. en otra guerra, con un desarrollo incierto y peligroso, y que devuelve a la primera potencia mundial al polvorín del que trata de salir desde hace décadas: Oriente Próximo.Noticia Relacionada estandar Si Trump tira por la borda las negociaciones en Ginebra: «Irán no quiere hablar con los europeos, quiere hablar conmigo» Javier Ansorena Esta misma semana, el presidente dijo que Macron «no se entera de nada» tras decir este que Trump buscaba un alto el fuego entre Israel e IránLa implicación en una nueva guerra en los desiertos y pedregales de la región es justo lo contrario de lo que impone la ideología de ‘America First, ‘EE.UU, primero ‘, con la que Trump ascendió al poder por primera vez en 2016. En política exterior, esa ideología significaba acabar con las ‘forever wars’, las ‘guerras eternas’, la interminable implicación de EE.UU. y de su ejército en conflictos. Desde Irak a Afganistán, de Siria a Libia. La idea es que esas guerras, promovidas por la industria militar del país y por los ‘halcones’ tanto republicanos como demócratas, no benefician a los estadounidenses, en especial a las clases medias y bajas deterioradas, que las pagan con sus impuestos y con las vidas de sus jóvenes en el frente.Trump siempre alardeó de que con él EE.UU. no entró en conflictos , algo que no es del todo verdad (para empezar, porque también aprobó operaciones militares con riesgo de provocarlos, como el asesinato de Qassem Soleimani , el entonces jefe de la Guardia Revolucionaria de Irán). Y defendió que, si se hubiera quedado en el poder tras las elecciones de 2020 (las que perdió con Joe Biden , su antecesor), ni Vladímir Putin hubiera invadido Ucrania ni hubiera ocurrido la guerra de Gaza.En campaña, Trump prometió que acabaría con el «caos en Oriente Próximo» y que pondría fin a la guerra de Ucrania «en 24 horas» si ganaba las elecciones. Ganó las elecciones y juró el cargo aquel 20 de enero ya con un acuerdo de alto el fuego y de intercambio de rehenes en Gaza. Desde entonces, sus promesas no se han cumplido . Como era de esperar, Putin tenía planes diferentes a alcanzar una resolución rápida a su invasión a Ucrania y Trump se ha centrado más en castigar al teórico aliado de EE.UU. –Ucrania y su presidente, Volodímir Zelenski – que a su homólogo ruso. Pocas semanas después de llegar a la Casa Blanca, el alto el fuego en Gaza se desmoronó y la campaña militar de Israel y la crisis humanitaria en la Franja se recrudecieron (pese a plan estrafalario de Trump de convertir al territorio palestino en un resort turístico bajo propiedad estadounidense).Pero el ataque a Irán va mucho más allá. Supone la implicación militar de EE.UU. en un conflicto potencialmente muy grave, justo la posición contraria que ha defendido hasta ahora buena parte del movimiento MAGA (‘Make America Great Again’, ‘Hacer a EE.UU. grande otra vez), sus seguidores, que quieren menos guerras fuera y mejores condiciones socioeconómicas dentro.En la última semana, ha quedado de manifiesto que buena parte de sus aliados veían con malos ojos el ataque de EE.UU. a Irán, que Trump ha barajado de forma pública durante una semana. Por ejemplo, las críticas furibundas de Tucker Carlson, el que fuera presentador estrella de Fox News, la cadena favorita de los republicanos, y que sigue siendo una voz de gran influencia en el ‘trumpismo’. O la posición contraria -«no podemos hacerlo otra vez»- de Steve Bannon,, el ideólogo del ascenso al poder de Trump, jefe due su primera campaña electoral y estratega de su primera Casa Blanca. También se han posicionado en contra algunos congresistas fieles a Trump y convencidos de su adhesión al ‘EE.UU. primero’.Donde Trump sí ha sido coherente es en su exigencia de que Irán no tuviera armas nucleares. Lo dijo antes de entrar en política y ejerció esa postura: poco después de llegar a la Casa Blanca, rompió el acuerdo firmado por el Gobierno de Barack Obama con las potencias europeas e Irán para limitar su programa nuclear. Desde entonces, ha insistido sin parar en que la República Islámica no puede acceder a ese tipo de armamento. Lo que ha cambiado es su postura sobre cómo conseguirlo: el ‘rey del acuerdo’ ha desechado esta vez la vía diplomática. Y, además, con el gatillo fácil, saltándose el plazo de dos semanas que él mismo dio a Teherán para negociar una salida.Esta misma semana, entre idas y venidas sobre si atacaría o no, ya dio señales de que su forma de ‘pacificar’ no puede ser necesariamente siempre con la diplomacia: «Soy siempre un pacificador. Pero a veces se necesita algo de dureza para conseguir la paz».

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