Antonio Elorza , historiador y ensayista, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, acaba de publicar su nuevo libro, ‘Pedro Sánchez o la pasión por sí mismo’ (Ediciones B). Y como aquí hablamos de pasiones y, por lo tanto, de pecados, no se nos ocurre mejor excusa para hablar con él. –Le perdono un pecado capital.–Pues creo que mi pecado capital sería la lujuria.–¿Como Ábalos?–Pues vista su experiencia, eso parece. Pero yo estoy a favor de una lujuria practicada con consentimiento. Eso es algo maravilloso que no debería ni ser pecado. Pero en absoluto lo estoy con una lujuria practicada de manera mercantil, que pasa por la explotación y la humillación de la mujer. –Si el pecado capital de Ábalos es la lujuria y, el de Cerdán, la avaricia… ¿cuál sería el pecado capital de Sánchez?–El de Sánchez es una triada con la consecuencia de un cuarto muy importante y que es siempre olvidado. Sería, por este orden, soberbia, avaricia y odio. Y la consecuencia es la envidia. Se trata, además, de una envidia muy concreta, muy visible y muy importante políticamente: la profunda envidia que siente ante el Rey.–¿Es esa envidia la que le mueve?–No, no, qué va. Lo que le mueve es la soberbia. Es la pasión por sí mismo, que es como he titulado mi libro. Sánchez es un caso de narcisismo político que, en mi opinión, enlazaría históricamente con otro hombre que llevó a una gran catástrofe, como fue la Guerra de Independencia. Me refiero a Manuel Godoy. Otro hombre que, sobre su prestancia física, une la astucia, la lucha permanente por el poder y la capacidad de destrucción de sus enemigos. –Su pecado capital, entonces, sería la soberbia.–La soberbia es el gran pecado que lo mueve todo, porque él tiene que afirmarse. Es una constante lucha por su afirmación. A mí me recuerda, sobre todo, a Benito Mussolini. La clave de ambos está, precisamente, en la soberbia: en el ansia de poder, el ansia de dominio. Está tan presente en sus vidas que no les hacen falta ni unas ideas ni unos objetivos. No responden más que a sí mismos. Y esto lleva a dos consecuencias directas de esa exaltación de uno mismo: la mentira y la oposición visceral a la justicia. –¿Y eso?–Bueno, porque tiene que demostrar en todos los momentos de su vida que él tiene razón, que es el bueno de la película (en términos de western), y que los demás son unos malvados. Y si para lograrlo debe mentir, pues miente. Ni siquiera es que mienta, es que está permanentemente instalado en la mentira. –¿Y la oposición a la justicia?–Yo creo que se la inyecta Pablo Iglesias, cuando se encuentra con aquel problema de la jueza que investiga el 8 de marzo. A partir de ahí se ha visto que es su ego el que se ve comprometido, en parte por la soberbia y no sé si por algo más, cada vez que un juez desarrolla un procedimiento normal que, obviamente, al ser sobre corrupción le toca de cerca. –Sin embargo, es capaz de decir, sin inmutarse, que él defiende la justicia y colabora con ella.–En el caso de Sánchez, no es que sea el doctor Jekyll y Mr. Hyde, por separado. Es que es ambos, juntos y al mismo tiempo: el doctor Jekyll y Mr. Hyde permanentemente, administrando las dos cosas conforme le va bien. –Podríamos decir que no libra de ningún pecado.–Bueno, de la gula antes de las cinco, que parece que es la hora a la que se le despierta.

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