Aunque las familias y los docentes suelen interpretar unos malos resultados al final de curso diciendo cosas como: ‘a la próxima te esforzarás más’ o ‘así aprenderás’… lo cierto es que «el c erebro de los niños no pasa de puntillas por esta situación , sino que lo que experimenta es una señal de alerta», advierte la neurocienetífica Tania García.El cerebro humano, explica la fundadora de Educación Real , «no distingue entre realidad y ficción si el sistema nervioso está activado. Por lo tanto, cuando la nota no es la que esperaban, su sistema cerebral lo interpreta como una amenaza que atenta contra su supervivencia, ya que esa nota, suele convertirse en una decepción para sus adultos de referencia, y el sistema nervioso interpreta que peligra su pertenencia y el valor dentro de la familia».El niño, expone, «comienza a sentirse insuficiente, incapaz, poco válido… con el impacto que esto tiene en su cerebro en desarrollo, el cual, se adaptará a creer que no es capaz. Y cuando ocurren estas cosas, el niño, o bien se desconecta y se desmotiva de la escuela y/o del aprendizaje, o se presiona y exige hasta la ansiedad y la depresión. No obstante, ambos escenarios son devastadores, y son consecuencia de un sistema social, educativo y cultural, que asocia la valía de las personas según sus calificaciones», señala García.Noticias relacionadas estandar No Los mensajes erróneos que das a tu hijo cuando saca malas notas… ¡o buenas! Laura Peraita estandar No ‘Summer Slide’: qué es y por qué no afecta a todos los niños por igual Carlota FominayaMuchas veces, las calificaciones no reflejan el verdadero esfuerzo o proceso de aprendizaje de los estudiantes. ¿Cómo pueden esas familias y docentes enfocar esta situación, que puede trastocar la relación de una familia?La relación entre adulto y niño se daña no por el suspenso, sino por el juicio que lo acompaña, por la exigencia, por la creencia integrada de que buenas notas es igual a un aprendizaje adecuado, inteligencia o capacidad. A la creencia de que ‘su única responsabilidad’ son los buenos resultados académicos. Los niños necesitan el error en su desarrollo , caerse, levantarse, placer, dolor, frustrarse, alegrarse… es parte de la vida y lo que riega su salud mental y física para que florezca, aunque queramos zafarlos de todo lo difícil de la vida, eso está y debe estar.Ahora bien, lo que no necesitan en ningún caso, es la culpa que se les hace experimentar por las calificaciones, tampoco el juicio, la comparación, la decepción del adulto que debe cuidarle, así como tampoco el sentirse poco válido o no digno de ser escuchado, acompañado emocionalmente, comprendido y tratado con dignidad y ética. Cuando se dice «no te has esforzado lo suficiente» sin haber estado dentro de su cuerpo ni de su mente, sin haber acompañado su ansiedad, su historia y narrativa interior, sus emociones, y por ende sus miedos y preocupaciones… es hablar poniendo el foco en la parte del iceberg que se ve, pero ¿qué hay de la que está sumergida bajo el mar?En la Educación Real enseñamos a ver y leer lo que no se ve , por ejemplo: ¿Ha habido conflictos familiares no nombrados pero existentes durante este año?; ¿ha vivido cambios vitales significativos como una mudanza, separación, cambio de etapa o duelo?: ¿ha vivido acoso escolar, exclusión o microviolencias en el aula?; ¿los adultos saben cómo ha sido su experiencia emocional con cada materia?; ¿se siente bien en la escuela?; ¿es acompañado emocionalmente en casa?; ¿ha verbalizado miedo, vergüenza o frustración frente al aprendizaje?; ¿ha mostrado signos de sistema nervioso activado en relación a la escuela como bloqueo, insomnio o evitación?…O, ¿ha presentado síntomas físicos antes o después de las evaluaciones?; ¿los adultos están educando basándose en las expectativas?; ¿el error se acompaña o se penaliza?; ¿ha sentido que debía rendir para merecer amor, contacto físico, atención o pertenencia?; ¿sabe de su valor personal más allá de los resultados, de lo que hace o de lo que no hace?; ¿siente que tiene opciones o que su presente y futuro ya está condicionado por sus resultados académicos?; ¿tiene espacios donde su identidad no esté asociada al éxito académico?… El rendimiento académico, en definitiva, no es un fenómeno aislado, es un síntoma social, que comienza por un sistema educativo muy alejado de lo que precisa el cerebro de los niños y adolescentes.¿Qué deberíamos revisar en la educación del menor si este es el caso? ¿Hacer pruebas cognitivas, ver si hay trastornos subyacentes, etc.?Antes de mirar al niño, hay que mirar al sistema. Y esa es la parte que casi nadie se atreve a decir en voz alta, donde nadie se atreve a mirar: el problema no está en el niño. Está en el modelo educativo. Un niño que suspende no necesita ser cuestionado, necesita que se cuestione el entorno que le ha fallado.Porque el sistema educativo, tal como está estructurado, no está diseñado para acoger el aprendizaje en su esplendor y lo que supone para el cerebro, así como no está diseñado para la diversidad, los distintos ritmos neurológicos ni las realidades psicosocioemocionales de cada niño. El sistema está diseñado para producir resultados, no para acompañar personas que están en el máximo potencial cerebral de su vida, con necesidades completamente diferentes a las de los adultos.Debemos tener en cuenta que el aprendizaje que se queda y transforma solo ocurre cuando el sistema nervioso está equilibrado, no se siente en alerta y el vínculo está intacto. Y eso no se logra con premios, refuerzos, castigos, amenazas, remedios, comparaciones, exigencias … que apuntan al niño como causa de un problema.¿Qué tipo de mensajes o actitudes por parte del entorno familiar pueden ayudar a evitar que una mala calificación afecte negativamente la autoestima o la motivación?La autoestima no se protege diciendo «no pasa nada», ni comparando con otros que «lo hacen peor». Se protege con presencia y vínculo real. Con adultos que miran sin juzgar y que no basan la relación con sus hijos en sus resultados académicos. Mensajes que suman en su autoestima y que deben acompañarse de nuestras acciones, son cuestiones tales como: ‘Las notas no definen quién eres, ni tu capacidad ni tu valía. Lo importante siempre es el cómo te sientes y cómo este proceso te hace sentir’. Pero más que las frases, lo que previene y repara es nuestra guía diaria, con ética, cariño y entrega. Nuestra confianza, escucha y presencia real.¿Cómo podemos enseñar a los niños a poner en contexto las notas escolares?No basta con decir «las notas no importan», «lo importante es el esfuerzo o lo que te guste la materia», si tu cara cambia completamente cuando suspenden o no reciben la nota que tú esperabas; o te escuchan hablando con familiares de forma negativa de su proceso. Para el cerebro de los niños, si hay algo con peso para su óptima salud mental, es cómo les hacemos sentir con nuestros gestos, acciones, decisiones y palabras. Preguntémonos siempre si somos coherentes o no, entre lo que decimos y hacemos, y si no es así, trabajemos por una coherencia diaria, es el mejor aprendizaje para la vida de nuestros niños. Por ende, hay que evitar que su identidad se construya desde sus resultados académicos, y eso solo se logra desde casa. La infancia y su desarrollo no se puede seguir midiendo por estándares diseñados sin conocer sus cerebros.¿Qué papel juega la evaluación actual en esta presión por las calificaciones?Evaluar un proceso de aprendizaje no debería centrarse en lo que el niño ha memorizado ni en lo que es capaz de poner sobre un papel un día y una hora concreta, porque, para empezar, hay mundo interior, situaciones personales, estrés… que pueden bloquear el sistema nervioso y que justo ese día y esa hora, no pueda expresarse como cualquier otro día. Además de tener en cuenta que, la memorización no es igual a aprendizaje ni a vínculo con lo trabajado y aprendido.Por tanto, para saber si los niños han aprendido deberíamos fijarnos en cómo lo han vivido internamente y en hacer de su experiencia de aprendizaje, una experiencia sensorial, vivencial, amable, práctica, vinculante… Valorar qué ha cambiado dentro de ellos a medida que aprendían y qué huella emocional les ha dejado esa experiencia.Disfrutar de la experiencia de aprendizaje, sentirse perteneciente a la misma, comprenderla, practicarla, explicarla con sus palabras, haberse equivocado y sentirse en paz antes, durante y después del proceso, sería, en definitiva, la mejor evaluación posible.¿Qué señales deben observar madres y padres para distinguir entre una reacción emocional puntual frente a una nota y un más profundo de frustración o ansiedad académica?Lo primero es entender que todo comportamiento nos está indicando algo. Una reacción emocional puntual – como sentirse triste, enfadado o decepcionado por una mala nota, pero poder hablar de ello con naturalidad, tener interés en otras actividades que le gustan, no hay síntomas físicos— es natural, especialmente si el niño ha invertido energía y tenía expectativas puestas en ello. Pero si la reacción se sostiene en el tiempo, se amplifica (somatiza el estrés a nivel físico – dolores de cabeza, de barriga, insomnio… -, se autocritica continuamente, se aisla, se sobreexige, etc.), o invade otras áreas de su vida, entonces estamos ante un estado de desequilibrio del sistema nervioso más profundo que no puede ser ignorado. Aun así, el foco debería estar puesto en que se sienta amado, aceptado y protegido por el ser humano que ya es, no por sus resultados académicos.En verano, ¿cómo se debería abordar el tiempo libre en niños y adolescentes que han obtenido calificaciones más bajas de lo esperado? ¿Cómo se gestionan unas vacaciones familiares así?El verano debe entenderse como un periodo clave para reconectar con ellos y ayudarles a conectar consigo mismos, para equilibrar el sistema nervioso, que ha pasado un año lleno de rutinas, exigencias, poco tiempo libre… así como un periodo clave para aprender desde otro lugar, ya que el aprendizaje está en todas partes (en cada viaje, cada actividad, cada salida, cada aburrimiento, cada película, cada pizza casera en familia…).Muchos niños y adolescentes llegan al final del curso agotados, irritabilidad, cambios en el sueño, apatía o síntomas físicos asociados al estrés, y lo último que debemos hacer, es continuar con esa presión y exigencia, el cuerpo y el cerebro necesita recuperar su estabilidad. Eso implica descanso real, ritmo flexible, alimentación sin presión, contacto con la naturaleza, espacios sin exigencia, presencia adulta que no juzga, actividades libres, juego espontáneo, libertad para hablar de lo vivido, y un entorno en el que el niño no sienta que tiene que «compensar» lo que no logró durante el curso.MÁS INFORMACIÓN noticia No La mejor profesora de FP: «Hay varias formas de devolver la ilusión por el aprendizaje a los jóvenes» noticia No «Es muy listo, pero no se esfuerza, y eso afecta a su rendimiento escolar» noticia No Por qué a los padres les cuesta tanto dar el paso de medicar a un niño con TDAH noticia No Los hijos ‘invisibles’: El impacto de crecer con hermanos con trastornos noticia Si El mensaje detrás de una beca: «No solo creemos en ti, estamos aquí para caminar contigo» noticia No Adolescencia: «Es posible no ver venir una atrocidad así»Es importante que el verano no se vea etiquetado con el fin de «aprovecharlo» para rendir más después. Si se transmite que el tiempo libre solo vale como preparación para el curso siguiente, se reproduce el mismo patrón de autoexigencia que tanto daño hace (¿imaginamos unas vacaciones en el mundo adulto, en las que nos estuviéramos preparando para la vuelta al trabajo? Sería impensable en cuanto a nuestra salud mental). Un verano verdaderamente reparador es aquel en el que el niño puede descansar sin culpa, jugar libremente, volver a aprender desde la curiosidad, y sentir que su valor no está en sus resultados.

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