«No bromeo. Cuando sea presidente, les daré a los militares y los policías la siguiente orden: encontrad a esa gente y matadla, y punto». Esta declaración la hizo Rodrigo Duterte durante un acto de campaña pocos días antes de las elecciones presidenciales de 2016, que ganaría con el 39% de los votos, y más de 16,6 millones de papeletas.Se había presentado a regañadientes y en el último momento, pero no era un candidato desconocido. Duterte llegaba con el aval y la experiencia de haber sido alcalde de la ciudad de Davao –la más grande de la isla filipina de Mindanao– durante 22 años, esquivando las normas de reelección y apoyado, siempre, por el fervor popular. Allí cimentaría su fama de hombre duro –era conocido popularmente como ‘el castigador’–. Tras haber declarado la guerra contra las drogas, convirtió Davao en una de las ciudades más seguras de Filipinas. Sus métodos, barrer las calles de drogadictos, traficantes y delincuentes a balazos, no le cerraron las puertas del poder, sino todo lo contrario. Desde la presidencia extendió la guerra, durante seis años, a todo el territorio nacional. Nunca le importó el precio que tendría que pagar.Noticia Relacionada Presidente de El Salvador estandar Si La escalada autoritaria de Bukele, el presidente ‘cool’ Susana Gaviña El mandatario salvadoreño, adalid de la guerra contra las pandillas y socio de Trump, ha arreciado la represión en su país cuando cumple seis años en el poder y tras la publicación de una información que confirma cómo negoció y utilizó a las maras para ganar eleccionesEscuadrones de la muerteEl pasado mes de marzo, pocos días antes de cumplir 80 años, Duterte fue detenido por orden de la Corte Penal Internacional (CPI) en La Haya, acusado de crímenes de lesa humanidad. Entre los cargos, se le señala por ser el presunto responsable de casi una veintena de ejecuciones extrajudiciales en la ciudad de Davao a manos de los Escuadrones de la muerte, que él mismo dirigió, según reconoció en 2024 –«hice lo que tenía que hacer»–. También se le acusa de otras 24 muertes de presuntos delincuentes cuando era presidente. «Independientemente de lo que ocurriera en el pasado, yo seré el rostro de nuestras fuerzas del orden y del Ejército. Lo dije y lo reitero: los protegeré y asumiré la responsabilidad por todo», afirmó el expresidente en un vídeo desde La Haya. Esas cifras, sin embargo, están muy lejos de reflejar la verdadera magnitud de la guerra promovida y ejecutada por Duterte durante décadas. Según los datos oficiales de la Policía filipina, durante su mandato más de 6.600 personas murieron en operativos antidroga y operaciones extrajudiciales, un número mucho menor al barajado por las ONG locales, que lo sitúan en más de 30.000 personas.Love-LoveLos padres de Love-Love forman parte del listado de víctimas de esa guerra. Ella, con poco más de diez años, los vería morir, sin compasión y a sangre fría, ante sus ojos. De ahí, que el día que se enteró –ya siendo mayor de edad– de la detención de Duterte llorara abrazada a sus hermanos. Ahora tendrán que esperar años para ver el desenlace de un juicio que dará comienzo el próximo 23 de septiembre.La demoledora historia de Love-Love es una de las que vertebran el libro ‘Que alguien los mate’ (Reservoir Books) , de la periodista filipina Patricia Evangelista . Un relato que golpea tan fuerte que debes sobreponerte para continuar leyendo, una tras otra, las historias de los familiares que han perdido hijos, hermanos, padres… en esta guerra; pero también los testimonios de los justicieros que apretaron el gatillo o blandieron un cuchillo contra personas atadas de pies y manos, cuyos nombres aparecían en esa lista. Unos cobraron por ello; otros, fieles a la causa de Duterte, no. En las primeras seis semanas de su mandato fueron asesinadas 899 personas. Para entonces, Evangelista ya era una periodista curtida en sucesos y hechos violentos. «Mi trabajo consiste en ir a lugares donde la gente muere. Hago la maleta, hablo con supervivientes, escribo sus historias y luego vuelvo a casa y espero a la próxima catástrofe. Nunca tengo que esperar demasiado», se confiesa en el libro. Una labor que desempeñó desde 2011 en la web de noticias Rappler, cofundada por María Ressa, galardonada con el premio Nobel de la Paz en 2021.Pero Evangelista, que nació en los albores de la democracia filipina, quería ir un poco más allá de una nota colgada en una página digital. Buscaba respuestas: «¿Por qué estamos permitiendo que esto suceda?». Algo que ha tratado de responder a través de este libro. «Me llevó mucho tiempo saber qué es lo que estaba pasando», admite durante una entrevista con ABC. La reportera filipina reconoce que lo más difícil de este tiempo en la trinchera no fue ejercer el periodismo, ni hacer labores de investigación, sino «hacer real lo que estaba pasando sobre el terreno. En esta guerra contra las drogas, el gobierno de Duterte pintó a los criminales, a los traficantes, a los drogadictos, a los sospechosos como no humanos».«En esta guerra contra las drogas, el gobierno de Duterte pintó a los criminales, a los traficantes, a los drogadictos, a los sospechosos como no humanos» Patricia Evangelista Periodista filipinaEl reto para Evangelista era presentar la narrativa real: «Contar que estas personas eran ciudadanos, seres humanos que merecían los mismos derechos que todo el mundo». Y para humanizar a las víctimas era preciso acercarse a sus familias y a su dolor. «Después de haber atravesado un infierno era muy difícil pedirles que compartieran su historia. Esos testimonios son los que le devuelven la categoría humana a las víctimas de la guerra de Duterte», asevera.Periodista del trauma, como ella misma se califica, durante años Evangelista ha cubierto desastres, muertes, accidentes… «Llegó un momento en que me di cuenta de que lo más importante era honrar a la persona de la que cuentas la historia». Como los corresponsales que cubren conflictos –en su caso en su propio país–, a Evangelista la guerra también le ha dejado cicatrices. «Los periodistas no somos cámaras, registramos, documentamos y cada historia que hacemos vive dentro de nosotros. Tienes que gestionarlo, y saber que parte de nuestro trabajo consiste en ser testigo», explica. «Y, por supuesto, que yo llevo el trauma de la guerra como muchos de mis compañeros; no puedes salir de esto sin estar afectado. Pero es un precio muy pequeño a pagar por el privilegio de contar una historia», subraya.Muerte y esperanzaDespués de sumergirse en las historias del libro hay una pregunta que emerge inmediatamente: ¿Qué es lo que lleva a un país a elegir a un presidente que mata a sus conciudadanos sin temblarle el pulso? «La misma razón que en otros países en los que han sido elegidos autócratas», responde Evangelista. «En Filipinas somos vulnerables porque las instituciones han fracasado, no han apoyado a los filipinos. Muchos sienten que el gobierno no es empático a sus necesidades. Así que llegó Duterte, que se pintó a sí mismo como un hombre normal, y dijo que con su elección acabaría todo lo malo: la corrupción, las drogas, la criminalidad … Que lo iba a hacer en un plazo de entre tres y seis meses».«Llevo el trauma de la guerra como muchos de mis compañeros. Pero es un precio muy pequeño a pagar por el privilegio de contar una historia» Duterte se postuló en un momento en el que los filipinos miraban con escepticismo al poder. «Estamos acostumbrados a que la gente nos decepcione. Y él dijo que ya lo había hecho antes: ‘He matado por el bien del país’. La gente entonces tal vez votó por la muerte, pero también votó por la esperanza de que las cosas cambiaran –explica–. Duterte contó una historia y recogió todos los miedos y la venganza que la gente sentía, y les dio un nombre: drogas ilegales. Dijo que las iba a destruir para proteger el país».A las informaciones y las imágenes sobre los asesinatos extrajudiciales, expuestos por medios como Rappler , el gobierno contestó con una contranarrativa que los justificaba: los culpables siempre eran los delincuentes. «A la gente le parecía bien, así debía ser la guerra contra las drogas. Lo esperaban».La guerra contra las drogas de Duterte Arriba, La Policía inspecciona el cadáver de un presunto drogadicto abatido a tiros en la ciudad de Manila, en 2018; Debajo, a la izquierda, la periodista filipina Patricia Evangelista; a la derecha, el expresidente Duterte durante una comparecencia ante la CPI, en La Haya, tras ser detenido el pasado mes de marzo. Pablo M. Díez/ Mark Nicdao/ ReutersUna contranarrativa que venía directamente del propio presidente. «Al día siguiente de ser asesinadas 32 personas en una noche en la provincia de Bulacan, Duterte dijo que la Policía hizo lo que tenía que hacer;y luego afirmó que fue algo hermoso», rememora la periodista filipina. Sin embargo, entre tanta información y contrainformación hubo un punto de inflexión en la guerra contra las drogas y en la respuesta del gobierno. Un vídeo colgado en las redes mostró el asesinato de una madre y su hijo , durante una fiesta en su jardín, a manos de un agente de policía. «Fue el momento en el que las cosas se hicieron reales para mucha gente, ocurrió en 2020. Llevábamos cuatro años en guerra, y la gente dijo no, así no nos comportamos los filipinos. Ese vídeo era el resultado de muchos años de impunidad de la policía, que pensaba que podía matar delante de la gente». Duterte, férreo defensor de la Policía, criticó la acción.«En cuatro o cinco segundos ves cómo se puede asesinar. Se tarda más tiempo en escribir una frase que en matar a un hombre»Tras el efecto inicial, sin embargo, Evangelista cree que aquello tampoco «cambió mucho las cosas», aunque a ella le afectó de una manera muy personal. «Fue la primera vez que vi un asesinato. Yo llego a la escena y documento la víctima ya muerta. Fue un shock para mí ver el vídeo. En cuatro o cinco segundos ves cómo se puede asesinar. Se tarda más tiempo en escribir una frase que en matar a un hombre», apostilla.Detención en La HayaLa periodista filipina, que actualmente participa en el programa de residencias internacionales del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB), reconoce que el arresto de Duterte por la Interpol le sorprendió mucho: «No pensé que llegara la Justicia. Las familias llevaban años intentando que esto pasase, y estaban felices tras la noticia. Es un avance, pero sus maridos y sus hijos están muertos. Ninguna Justicia puede compensar lo que han perdido. Ha sido una lucha enorme que todavía no ha terminado porque solo es un arresto, y él sigue siendo alcalde…», señala Evangelista, que hace referencia así a la victoria electoral que acaba de lograr Duterte, aún estando preso en La Haya, en su antiguo feudo, Davao . «Allí la gente es completamente devota de Duterte, le adoran… Para ellos es el mejor alcalde que han tenido. Su amor por él supera cualquier cosa», asegura. Tal es la devoción que sienten por él y por su familia –su hija Sara es actualmente vicepresidenta del país –, que Evangelista admite que si volviera a presentarse a la presidencia de Filipinas «habría probabilidades de que ganase» a pesar de las acusaciones.

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