La Tercera | Periodismo frente a los muros

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Se alzó en silencio, en apenas una madrugada, de manera furtiva, mientras los berlineses dormían, habituándose a una nueva dictadura. Del 12 al 13 de agosto de 1961, la Alemania Oriental, apellidada Democrática pese a ser un juguete estalinista, desplegó una alambrada para separar en dos la ciudad. Cuando los vecinos despertaron se encontraron con una columna de hormigón que les dejaría secuestrados y siervos durante casi tres décadas. El Telón de Acero. El muro más célebre del mundo moderno, aquél que en la propaganda totalitaria serviría para proteger a los buenos ciudadanos de la contaminación de Occidente, a costa de pagarlo con su libertad, su prosperidad y con la misma vida. Acabó cayendo un 9 de noviembre de 1989; igual de súbito . Bastaron ciertos titubeos burocráticos para que la estampida ciudadana, de carácter pacífico, reventara la barrera del oprobio ante la mirada del mundo.«Mi cometido es animar a los periodistas a sortear los muros, a denunciarlos. Porque los muros son incompatibles con la democracia».Sólo teniendo en cuenta este lamentable precedente histórico tan vivo en nuestra memoria puede calibrarse la desmesura de Pedro Sánchez cuando hace dos años nos anunció su propósito de levantar un muro divisorio cuyo propósito era impedir que media España pudiera operar ajena a su control. El muro sanchista tampoco nació para proteger nada, sino para secuestrar el libre funcionamiento de los contrapoderes, bajo la amenaza a jueces, periodistas, investigadores policiales y empresas cotizadas, y ocupando los diversos organismos que componen el cuerpo nacional: RTVE, CIS, Tribunal Constitucional, Banco de España, CNMV y un largo etcétera de mecanismos institucionales.Nadie que no anduviera ya enajenado por el famoso ‘síndrome de La Moncloa’ tras la rotunda derrota electoral de las autonómicas y municipales de 2023 habría reaccionado erigiendo un muro contra media nación, hasta el punto de invocar esa palabra que simboliza una metáfora terrorífica: la infamia de dividir a un pueblo con el fin de blindar un proyecto de poder ilimitado. Al igual que el referente soviético, Sánchez ha pretendido encajar a la sociedad española en dos compartimentos herméticos: el suyo –bautizado «progresista»– y el de los presuntos reaccionarios o ultraderechistas, a los que conviene aislar preventivamente, vaciando de legitimidad el pluralismo ideológico. Aquel telón, materializado en alambradas, torres de vigilancia y una marea de propaganda, cercenaba la disidencia con la coartada moral de proteger al pueblo de sus enemigos. Y cuando cuestionabas al partido, te ubicabas fuera del sistema. Ahora se ha llegado más lejos, porque lo que no cabe ya es cuestionar al líder; a un caudillo que en este momento tiene inmersos en procesos judiciales a su hermano, su mujer, sus dos secretarios de Organización y al fiscal general del Estado. Y en ese origen se encuentra la respuesta a la podredumbre que vamos descubriendo: cuando un líder impone un caudillaje personal, sus principales colaboradores adquieren la categoría de semicaudillos y también quedan exentos de cualquier fiscalización. De ahí que Sánchez hoy sea directamente responsable de las andanzas de Ábalos y Santos Cerdán.La épica de los muros se construye demonizando al que queda al otro lado. Sánchez nos empuja hacia escenarios peligrosos, como los de Hungría o Turquía, donde se desarrollan prácticas de concentración de poder mediante la colonización de las instituciones, la alteración del espíritu de la ley y el debilitamiento de los controles. De igual manera, el sanchismo se encomienda al BOE y a las consignas de diversos platós oficiales, donde empiezan repartiendo carnés de legitimidad y acaban administrando las licencias de ciudadanía. Pero la historia enseña que ningún telón –ni de acero ni de marketing– resiste el peso de la realidad a partir de cierto grado de toxicidad. Detrás de cada muro antes o después aparece un martillo. Lo de Sánchez, ya lo veremos, apenas alcanzará la categoría de tapia aldeana levantada a golpes de ingenio tuitero y guionistas de medio pelo encerrados en alguna covachuela gubernamental. Los muros acaban cayendo.Frente a esa arquitectura excluyente de inequívocos signos autoritarios, ABC asume su gen fundacional: derribar muros con la fuerza de los hechos. Ahí donde el poder pretenda alzar valladares, encontrará a este diario para sortearlos. Por eso hoy lanzamos la campaña ‘Periodismo frente a los muros’; no es un eslogan, sino la reafirmación de nuestro compromiso con la libertad de información y la vigilancia al poder. Durante las próximas semanas, las firmas veteranas y las voces emergentes de ABC pondrán nombre y apellidos a cada muro: el de la propaganda, el de los abusos de poder, el del relato único y el discurso oficial, el del silencio, el de la corrupción, el de la opacidad, el del miedo, el del sectarismo, el de la censura y otros como la pobreza, la soledad o la precariedad juvenil. Los muros se componen de muchos ladrillos. ABC no ha de callarse, ni ante Sánchez ni ante cualquier muro que violente las libertades. Callarse ahora y siempre equivale a ser cómplices. Frente a la expansión abusiva del poder cabe contraponer transparencia, fiscalización y debate.En la historia democrática los muros se han derrumbado siempre por el mismo impulso: la convicción cívica de que ninguna autoridad, por fuerte que se crea, puede cercar la verdad ni dividir a los ciudadanos para siempre en compartimentos estancos. Hoy el presidente del Gobierno se proclama amo de un supuesto «muro democrático» con el que pretende aislar a quienes discrepen de su proyecto. No se trata sólo de un recurso retórico, son muros diversos contra la limitación y vigilancia del poder:1) Señalamientos públicos a periodistas, ruedas de prensa sin preguntas, vetos selectivos y una red clientelar de publicidad institucional que busca disciplinar al mensajero y ahogar la crítica; 2) acoso a la independencia judicial: nuevo sistema de elección de jueces, cambios en el Código Penal, descrédito a ciertos magistrados, coacción y acusaciones de ‘lawfare’, seguidismo partidista del Tribunal Constitucional, conversión de la Fiscalía General del Estado en un eslabón sanchista; 3) ataques públicos a la UCO y a otras unidades que investigan la corrupción, y amenaza de pérdida de autonomía funcional; 4) invasión de las competencias de compañías cotizadas, bloqueo de la libertad empresarial, contaminación política en el ámbito de las patronales, demonización de la actividad emprendedora; 5) acusaciones de ultraderechismo a la mitad de la ciudadanía que no comulga con el catecismo oficial; 6) imposición de un relato único y legítimo , en realidad de una versión oficial que vacía de legitimidad cualquier visión alternativa. Ahora bien, los muros de hoy caerán igual que cayeron los del pasado. ABC estará al pie de cada grieta para mirar a través de ella, para ampliar la brecha y ensanchar los espacios de libertad.

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