Todo comenzó con un fundido a negro y unas figuras rojas con aire diabólico saliendo de la pantalla, como en el ‘Doom’. Las quince figuras semisatánicas representaban al clan del Peugeot -Sánchez, Koldo, Cerdán y Ábalos-, a Zapatero, a varios ministros e incluso al Fiscal General del Estado. Sonaban en Ifema unas campanas, como en ‘Hells Bells’, de AC/DC, para dar un tono más sórdido al ambiente, que a esas alturas parecía ya un garito gótico de la Baja Sajonia. Tanto que cuando terminaron de tañir a muerto las campanas de la socialdemocracia, algunos estábamos ya preparados para seguir el riff, como Angus Young pero descorbatados, envueltos en camisas azules y en la convencionalidad de una tarde de verano en el centroderecha.Si un congreso del PSOE es una especie de reunión de ejecutivos de una multinacional farmacéutica, uno del PP tiene algo de fiesta de graduación de un doble máster en Derecho y ADE. Está tomado por un aire de boda en Torrelodones, de veinticinco aniversario de algo, de programa de televisión a la hora de la siesta. Si en el PSOE las caras tienden a simular la mirada cínica de Borrell, en el PP todos parecen concejales por Badajoz. Si en cada rostro del PSOE se nota el pavor al líder, en los del PP se nota una relajación casi ‘amateur’. Y, en ocasiones, excesiva. En este sentido, el presidente del Congreso, Xavier García Albiol, tuvo que llamar la atención a los presentes en varias ocasiones por el ruido constante y el runrún recurrente. Todos los planos generales de la realización parecían elegidos por un enemigo del partido y mostraban a gente de pie, a personas yendo y viniendo y a corrillos en el plenario mientras fuera, en un universo azul marino, muchos seguían saludándose, dándose abrazos y comiendo fresas de Aranjuez ajenos al devenir del Congreso.Noticia Relacionada XXI Congreso del Partido Popular estandar Si Aznar acusa a Sánchez de «convertir España en una colonia de Waterloo» a «cambio de seguir en la poltrona» Emilio V. EscuderoTodo siguió con un aire semifestivo, rozando el cuñadismo antipolítico en una fallida entrevista a Toni Nadal, que consiguió la increíble gesta de que un grupo ingente de políticos aplaudieran su idea de que el problema son los políticos. «El problema es la polarización», dijo, mientras el congreso avanzaba feliz en su línea polarizadora. En definitiva, una intervención contraproducente ante la que poco pudo hacer una profesional Noelia Núñez. Albiol, mientras tanto, seguía intentando poner orden en ese ambiente a medio camino las bodas de oro de tu tía y una comida de empresa. Pero, en medio de un vídeo que intentaba ensalzar la gestión de la ejecutiva, entraron en la sala Aznar y Rajoy, con andares de Ilia Topuria. Iban acompañados por Ana Botella y por Feijóo y se sentaron en primera fila, junto a Cuca Gamarra. Y la tensión se cortaba con un cuchillo. Se apreciarán, no lo dudo. Pero no lo parece. Había más tensión en esa primera fila que en la cabina de un maquinista del AVE cuando pasa por La Sagra… caminito de Madrid.Les dirán que Aznar reventó el congreso y la imagen de centralidad. Es falso. Aznar es duro, es serio y además quiere que se note que está preocupado. Pero ni un gramo de radicalidad de fondo. Es más, diría que lo contrario, al reivindicar el proyecto del PP en solitario. Sucede que con ese ‘outfit’ de Coronel Tapioca parecía que iba de cazar un par de búfalos. Y no descarto que lo hiciera. Pero su tono grave y descarnado cambió el ambiente del Congreso. Los periodistas de izquierdas tomaban las sales, pero, con tanta caza, yo solo me acordaba de Hemingway. Y todos sabemos, por él, por quién doblan las campanas.

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