En las horas previas al Comité Federal , algunos cargos socialistas coincidían con pesimismo en que el oxígeno que podría insuflar al partido duraría poco. «Hasta que salga otra Leire, otra Jessica, otro informe de la UCO…». Pero ni en su peor pesadilla podían imaginarse que el nuevo escándalo fuera estar servido antes del amanecer, que llevara por nombre Paco Salazar -el elegido por Pedro Sánchez para salvar la situación- y menos aún que fuera un caso de acoso sexual a trabajadoras del mismísimo gabinete del presidente del Gobierno. No había, además, escapatoria. No valía sacar a pasear el argumentario de la fachosfera porque la información procedía de Eldiario.es. No valía dar una larga cambiada después de las grabaciones sobre mujeres de José Luis Ábalos y Koldo García. El fontanero que iba a aterrizar en la secretaria de Organización junto a Rebeca Torró para manejar el escándalo de corrupción, malversación, organización criminal, cohechos, tráfico de influencias y pago a prostitutas añadía a la lista el abuso de poder con fines sexuales ante las narices del líder. «Es desastroso», «demoledor», «descorazonador», eran algunos de los adjetivos que utilizaban dirigentes socialistas para definir la situación. La operación diseñada por Sánchez para intentar aguantar hasta 2027 había saltado por los aires. El caso Salazar hunde al PSOE aún más en una crisis que no tiene otra salida que la claudicación de su líder y en la que no puede disociarse partido y Gobierno porque los escándalos afectan a estos dos ámbitos. El que iba a ser uno de los tres adjuntos a Torró era uno de los últimos políticos de confianza que le quedaban a Pedro Sánchez de la época de 2017. Y las denuncias de acoso sexual han reventado en la cara del presidente del Gobierno porque, en el mejor de los casos, no se entera de lo que sus más estrechos colaboradores y allegados hacen a sus espaldas y, en el peor se entera pero deja hacer. Noticia Relacionada estandar Si El caso de machismo de uno de sus fieles dinamita el discurso de la renovación de Sánchez Mariano Alonso El presidente del Gobierno confiesa tener el «corazón tocado» por el caso Cerdán pero la «determinación intacta»Es indiferente. Cualquiera de las dos hipótesis le invalida para seguir llevando las riendas del partido y, mucho más, del Gobierno. La única salida digna que le queda es echarse a un lado y convocar elecciones generales.Pedro Sánchez es perfectamente consciente pero le importa más el poder que la dignidad y, por eso, su intervención inicial en el Comité Federal, antes de los casi 60 turnos de palabra que llegaron a pedirse, incluyó un alegato para justificar su continuidad antes de que nadie la pusiera en duda. «El capitán no se desentiende cuando viene mala mar, se queda a capear el temporal y a llevar la nave a puerto», fue su eslogan del día. Gráfico pero discutible porque si el capitán es el responsable de que haya mala mar, difícilmente va a ser capaz de atinar para llevar el barco a su destino. Sánchez lo demostró al no escuchar las muchas peticiones de su tripulación -dirección y federaciones-◘para que desalojara al número dos de Cerdán de la Ejecutiva. Juanfran Serrano seguirá dentro de la cúpula -solo cambia de funciones- y se habló más de ello que de la llegada de Torró o del regreso de Antonio Hernando a la dirección del PSOE. Por lo demás, el discurso del líder socialista sonó a agotado. Era imposible que no lo hiciera dada la magnitud de la crisis pero Sánchez ni siquiera intentó ofrecer algún tipo de revulsivo: se limitó a pedir perdón de nuevo y a anunciar las 13 medidas contra la corrupción que traía preparadas y que debíeron haber sido tomadas hace ya siete años, cuando expulsó a Mariano Rajoy de La Moncloa prometiendo la regeneración de España. Pero lo peor por tener consecuencias internas muchísimo más profundas y duraderas fue que el Comité Federal previsto para el rescate no solo agravó la crisis política sino que internamente rompió al partido en dos. Ya se vio en la calle cuando los escasos simpatizantes sanchistas que se trasladaron a Ferraz recibieron a Emiliano García-Page con abucheos y gritos de traidor a su llegada, pero en el turno de intervenciones se quemaron las naves. No hay iniciativa política capaz de desviar la agenda de manera duradera de la corrupción y el machismoEl presidente de Castilla La Mancha pidió la palabra para decir lo que muchos piensan pero solo la alcaldesa Míriam de Andrés se atrevió a apoyar: que el PSOE solo puede evitar una debacle territorial en 2027 si Sánchez se somete a una moción de confianza en el Congreso y la gana sin chantajes de los independentistas -lo que es tanto como pedir la luna- o adelanta las elecciones generales. Esta intervención provocó que una catarata de ministros pidiera la palabra para acallarle: desde Pilar Alegría a Ángel Víctor Torres pasando por Óscar Puente. A ellos se unió el presidente de la Generalitat, Salvador Illa. Cada uno con su tono. El más agresivo fue, una vez más, el ministro de Transportes que llegó a tildar a Page de hipócrita y, en una maniobra inédita, recordar los escándalos de la época de Felipe González. El saldo de la jornada fue desalentador: la operación de Sánchez frustrada, un nuevo escándalo sobre la mesa y una petición interna de elecciones que puede provocar que los socios parlamentarios más díscolos eleven la presión. En definitiva, la crisis se profundiza. Los más optimistas, en cambio, destacaban que «se ha visto que la mayoría apoya al presidente» y ponían la mirada en la comparecencia de Sánchez el próximo miércoles en el Congreso, en la que tendrá que echar el resto después del espectáculo ofrecido en el Comité Federal. «Habrá medidas muy potentes», aseguran. El problema vuelve a ser el mismo que apuntaban algunos dirigentes horas antes de la reunión en Ferraz. No hay iniciativa política que le pueda permitir a Sánchez recuperar el control de la agenda porque son los juzgados los que marcan el debate político y mediático. El mejor ejemplo fue la bala de Donald Trump. Pedro Sánchez decidió quemarla para opacar el informe de la UCO sobre Cerdán enviando aquella carta pública a Mark Rutte antes de la Cumbre de la OTAN y aunque en Moncloa se las prometían muy felices solo sirvió para desviar el debate de la corrupción durante unos pocos días. En cuanto volvió a haber nuevas noticias de los juzgados, el pasado lunes con el ingreso en prisión de Cerdán, la corrupción volvió a marcar la agenda. ¿Qué más puede hacer Sánchez para poner fin a la profunda crisis que atraviesa el partido y el Gobierno? Lo contrario de lo que está haciendo: claudicar y convocar elecciones.

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