Andreu Buenafuente, el sonetista del monólogo

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Andreu Buenafuente, el sonetista del monólogo

Andreu Buenafuente es el sonetista del monólogo, porque igual que un buen artículo exige osamenta secreta, o casi, de cerrado soneto, un monólogo también, con cráneo de noticia, un pie brillante de cierre y luego, entre ambas cosas, mucha vertebración variada de ocurrencia surrealista, anécdota de barrio y alguna cuchillada con daños a terceros, que generalmente suelen ser los mismos terceros, según estilo o espíritu del artista. Hay quien tiene gracia, pero no está al loro. Hay quien está al loro, pero tiene poca gracia, o ninguna. En Buenafuente se reúnen, de modo natural, ambas cosas, yo creo, y eso sólo puede deberse a un cruce de talento y trabajo, humilde y definitivo cruce que cada día se da menos, en la tele y donde sea. Ahora está Andreu en la tele pública , pero eso me da igual, porque él es un programa propio que ha ido dándose por ahí, en diversas cadenas. Buenafuente ha reinventado a menudo el monólogo , porque tiene voz propia, un repertorio sobrante de cómico y un poco o un mucho de travesura general que no veo yo que se comente demasiado en los cafés, a la mañana siguiente, porque el español se solaza con el chiste de garrafón, pero no tanto con la ironía bordada. Le encuentra asombro a todas las costumbres del «España es diferente», de la paella a la suegra, y saca todo el partido a su memoria de chico que creció con los Chiripitifláuticos y salía al recreo con gafas. Clava, en parodia, a Quintero , resucita a Eugenio, y adora a Chiquito de la Calzada , uno de los más altos creadores que hemos tenido en España. Se toma a coña a los jerifaltes de la política , y ha hecho de la niña de Shrek una ninfómana con corazón. A su costado se han hecho los cómicos mejores del elenco en vigor, empezando y acabando por Berto RomeroQuiero decir que por un tipo como él puede verse la tele y no tener la impresión de haber perdido mucho el tiempo. No soy de ver la tele, porque ya tengo bastante o demasiado con mis pluriempleos en ese clima, pero él va anudando un programa gamberro , irónico, enterado e inteligente en el que uno no siente que le han tomado por imbécil. Lo suyo consta de monólogo y luego un cachondeíto ácrata de actores o guionistas que disparan en todas direcciones. No les suele fallar el instinto para dinamitar las costumbres o las noticias bajo el amonal del humor, un humor que les brota de un ingenio urgente y de una maldad de pícaros que se asoman mucho a internet. Lo descubrí definitivamente cuando asomó en Antena 3, hace ya bastantes años, compitiendo con Sardá . Por Andreu Buenafuente me quité en rachas de los vicios noctámbulos de calle y hasta de alguna buena lectura atrasada de butacón con chimenea. Me tuvo jodido. Me tuvo casi enganchado. Tardé poco en hacerme partidario de los marcianos de Andreu, empezando por Andreu mismo, al que no sé por qué, en Madrid, le entornaban a menudo sus hallazgos, porque eran «demasiado catalanes». O sí lo sé. Yo sospecho que no le han visto bien, o le han visto poco. A su costado se han hecho los cómicos mejores del elenco en vigor, empezando y acabando por Berto Romero . Averiguo en Buenafuente una timidez que se cura al ponerse chaqueta, una timidez que se acoraza en ocurrencia, y que mantiene a tope el tipo, cuando llega a su plató algún convidado y le dice un piropo. A mí la timidez me suele parecer un prestigio, y esto se da en Buenafuente. Me gusta mucho que siempre haga lo mismo, bajo aquella máxima de Pavese: «Hay que ser brillantemente monocorde ». Y me gusta mucho que enseguida pilla vacaciones.

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