Por el vil metal vivió, y por el vil metal murió en el 53 a. C.. Narran las crónicas que, cuando los partos capturaron a Marco Licinio Craso , triunviro de la Roma republicana y general al frente de siete legiones, dejaron a un lado la piedad. Sabedores de que era uno de los líderes más avariciosos de la Ciudad Eterna , le torturaron arrojándole oro fundido en la boca. El mismo castigo, por cierto, que utilizaban en el Nuevo Mundo contra los conquistadores peninsulares. «Cuando los capturaban vivos, y especialmente a los capitanes, les ataban los pies y las manos, los tendían en el suelo y les echaban oro fundido en la boca», escribió el cronista Girolamo Benzoni en el siglo XVI.Avaricioso y empresarioTuvo nuestro protagonista unos inicios difíciles por nacer en una familia humilde; lo bastante como para que marcaran su carácter. A lo largo de su juventud, dos fueron los rasgos de los que hacía gala: la sobriedad en el día a día –huía de la ostentación– y la capacidad para amasar dinero. El historiador Plutarco ya dejó escrito en ‘Vidas paralelas’ que «las pruebas más evidentes de su codicia son el modo con que se hizo rico y lo excesivo de su caudal». Y es que, «no teniendo al principio sobre trescientos talentos, después, cuando ya fue admitido al gobierno» y preparaba la invasión de Partia, contaba la friolera de 7.100. Con todo, su gran ascenso a nivel económico lo vivió tras apoyar al caudillo Sila, líder de los Optimates, en contra de Cayo Mario , al frente de los Populares. Con la victoria de los primeros, Craso tuvo acceso a mil y un negocios. «Hemos de decir la verdad, la mayor parte la adquirió del fuego y de la guerra, siendo para él las miserias públicas de grandísimo producto. Porque cuando Sila, después de haber tomado la ciudad, puso en venta las haciendas de los que había proscrito, reputándolas y llamándolas sus despojos, y quiso que la nota de esta rapacidad se extendiese a los más que fuese posible y a los más poderosos, no se vio que Craso rehusase ninguna donación ni ninguna subasta», escribió Plutarco.Noticia Relacionada Siglo de Oro estandar Si Cuatro revoluciones que hicieron de la armada del Imperio español la mejor Manuel P. VillatoroNo fue este su único negocio. Como si fuera una inmobiliaria de la época, Craso se dedicó a adquirir a un precio irrisorio las muchas casas en mal estado que había en Roma por culpa de las continuas pestes, incendios y hundimientos de viviendas. Una vez en su poder, las reformaba con un ejército de esclavos; es decir… ¡gratis! «Compró esclavos arquitectos y maestros de obras, y luego que los tuvo, habiendo llegado a ser hasta quinientos, procuró hacerse con los edificios quemados y los contiguos a ellos», explicó el cronista. Como colofón, los vendía a precios desorbitados a sus nuevos propietarios. Y eso, sin contar las monedas que ganaba como prestamista. Padecía, según las crónicas, el «mal de la avaricia».A nivel militar hizo también sus pinitos don Craso. Cuando el ejército de esclavos de Espartaco se alzó, entre el 73 y 71 a. C., fue el encargado de aplacarlo junto a Cneo Pompeyo Magno . A pesar de la victoria, aquello terminó por alejarles. Según Plutarco, al segundo se le decretó un gran triunfo por su participación, mientras que nuestro protagonista ni siquiera «se atrevió a pedirlo, más ni aun el menos solemne, a que llaman ovación». De cara al público, ambos mantuvieron una buena relación durante el posterior consulado. Sin embargo, la realidad fue que esta era pésima y que combatieron a nivel político durante los años siguientes.A pesar de ello, Craso dejó a un lado sus diferencias con Pompeyo para formar el Primer Triunvirato de Roma en el año 60 a. C. Esta alianza, que contaba con Julio César como tercera pata de la bancada, dominó en las sombras la política de la Ciudad Eterna durante una década. Y no es un decir, pues controlaban hasta el resultado de las elecciones. «César consiguió conciliar a Pompeyo y a Marco Craso, que seguían enfrentados por no haber podido ponerse de acuerdo en cuestiones políticas mientras compartían el consulado. Pompeyo, César y Craso formaron ahora un triple pacto, jurando oponerse a toda la legislación que cualquiera de ellos pudiera desaprobar», escribió el historiador Suetonio en ‘Los doce césares’.Partos, guerra absurdaEra ya anciano Craso, al menos para la época, cuando decidió enfrentarse a los partos, uno de los pueblos más poderosos de su era y cuyo imperio abarcaba el nordeste de Irán, Mesopotamia y parte de Siria. «Había pasado los sesenta años, y a la vista era todavía más viejo de lo que parecía», explica Plutarco en ‘Vidas paralelas’. No buscaba la expansión de la República, o no solo; en la mirada tenía la ascensión política y recordar a senadores y ciudadanos que se hallaba a la altura de sus colegas triunviros. Eligió mal el militar, pues no había enemigo más rudo en la era para plantar cara a las legiones que Partia.Cuentan las crónicas que el triunviro se adentró en Partia al frente de siete legiones y cuatro mil caballos en el 54 a. C.. Y también que el monarca enemigo se asombró tanto, que envió a sus emisarios para evitar que se derramara sangre. «Cuando estaba para mover a las tropas de los cuarteles de invierno le llegaron embajadores del rey, trayéndole un mensaje. Le dijeron que, si aquel ejército era enviado por los romanos, la guerra sería perpetua e irreconciliable; pero que, si Craso había llevado contra ellos las armas y ocupado sus ciudades sin el permiso de la patria y arrastrado solo por la codicia, estaban dispuestos a usar la moderación», añade el cronista. No hubo trato.La realidad es que los partos estaban bien preparados para el combate. Aunque Plutarco no cita la presencia de soldados de infantería en sus ejércitos, sí contaban con catafractos, soldados sin escudo, pero pertrechados con lanzas y armadura pesada, y sus famosos arqueros a caballo. El historiador militar británico Adrian Goldsworthy afirma en su ensayo ‘El águila y el león’ que los segundos eran famosos entre los legionarios: «Montados en una cabalgadura robusta y resistente, y empuñando un poderoso arco compuesto recurvo, combinaban la velocidad con la capacidad de golpear a distancia». Su especialidad era darse la vuelta en la silla de montar y, en plena retirada, lanzar una lluvia de saetas al contrario.Tras alguna escaramuza, Craso cruzó el Eúfrates cerca de una región llamada Zeugma. Desde allí, remontó la orilla izquierda hasta llegar a Carras, en el sur de la actual Turquía. Allí se materializó el desastre de la ‘Urbs Aeterna’. La vanguardia de ambos ejércitos, catafractas y legionarios, chocaron en una pequeña descubierta en la que vencieron los segundos. Después, el hijo del mismísimo general romano cayó en una trampa y fue decapitado. Luego le tocó el turno a los arqueros a caballo partos, que coparon las nubes con sus saetas. El historiador Jorge Pisa Sánchez explica en sus ensayos que, según estimaciones actuales, los jinetes lanzaron entre un millón y dos millones de saetas. La infantería romana, pesada y estática, poco pudo hacer ante ellos.Existen diferentes teorías sobre la muerte de Craso . Plutarco sostiene que, en un interludio de la batalla, el general parto Surenas envió a su homólogo un caballo «con jaez de oro» para que se reuniera con él en un claro cercano. Cuando el romano se topó con la delegación enemiga, el jamelgo se encabritó y se desató el caos. El culpable fue uno de los guardaespaldas del triunviro, que acabó por equivocación con un criado del adversario. «A Craso le quitó la vida un Parto llamado Pomaxatres, aunque algunos dicen haber sido otro el que le mató y que este fue el que, después de caído, le cortó la cabeza y la mano derecha; cosas que pueden muy bien conjeturarse, pero no saberse de cierto, porque de los que se hallaron presentes y pelearon en defensa de Craso, los unos murieron allí y los otros a toda prisa se retiraron al collado».Noticias relacionadas estandar Si Historia Una nueva investigación desvela el secreto que esconde el testamento de Fernando VII Manuel P. Villatoro estandar Si Recreación histórica Devolver a la vida a los héroes olvidados de la IIGM: «Eran auténticos ángeles» Manuel P. VillatoroLa segunda versión es la que ofreció el también historiador Tito Livio en su extensa ‘Historia de Roma’. El cronista del siglo I d. C. mantiene que, mientras Craso decidía si reunirse o no con Surenas, ambos bandos se enzarzaron una refriega final que terminó en desastre: «Todos murieron, y entre ellos Craso». Algunos guerreros narraron que falleció degollado, «bien por un miembro de su propio ejército para evitar que cayera ante el enemigo, o bien por el enemigo». Para otros tantos, sin embargo, tuvo un final algo más turbulento. «En su boca, o al menos eso dicen algunos, derramaron los partos oro fundido a título de mofa», añadió. Una truculenta burla por su avaricia.La muerte de Craso marcó el fin del triunvirato; lógico al marcharse uno de sus tres puntales. Pero, además, supuso el principio del fin de las relaciones, ya pésimas, entre sus dos colegas. En la práctica, el avaro político había sido el pegamento que había mantenido la alianza unida. El golpe definitivo fue la muerte al dar a luz de Julia, la que fuera hija de César y, a la vez, esposa de Pompeyo. Sin nada que les uniera, y con una crisis galopante en la Ciudad Eterna que mantenía constreñida a la sociedad, Julio cruzó el Rubicón en el 49 a. C. con anhelos de destruir la República. Y vaya si lo logró. Aunque eso, como se suele decir, es otra historia.

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