Tiene siete costillas rotas, seis en la derecha y una en la izquierda, varias con doble fractura. Un parte de guerra aterrador, aunque un milagro también. Vivir para contar tan bárbaro percance es porque Dios así lo ha querido. Nadie se explica cómo Rafaelillo, Rafael Rubio de civil, aguantó en la cara del toro con semejantes lesiones. Un esfuerzo sobrenatural: «Le pedí a Dios seguir, pensé en mis hijos y me dieron fuerzas para sacar otra tanda, aunque tenía que ir de lado; si me ponía derecho no podía ni repirar». Se le entrecorta la voz al veterano maestro, al que tuvieron que hacer un neumotórax, ingresado en la UCI del Hospital Universitario de Navarra. Suenan los aparatos médicos, muchos cables rodean al torero, que continúa emocionado. No es para menos cuando comparte una gran noticia: «¿Sabe una cosa? Acabo de ser padre de otro Rafita. Nació el 7 de julio a las cuatro y diez de la tarde, el día de San Fermín». No quiere ni pronunciarlo, pero es consciente de que Cartero pudo dejar huérfano a un bebé de cinco días ayer a las ocho menos cuarto. No ha querido ver las imágenes de la cogida, pero su memoria la guarda al detalle: «El toro me zarandeó y sentí el crujido, un crac-crac. Supe de inmediato que me había partido las costillas, me faltaba el aire y le pedí a mi hermano que me quitase la chaquetilla muy muy despacio. Pensé en mi hijo y en mis hijas (Claudia y Valeria) y tiré para delante con una entrega total». Entonces no importaba el dolor, aunque era visible, «y quise hacer un último esfuerzo». Las gentes se frotaban los ojos al ver que el pitón no había calado después de merodear todo su cuerpo, con las costillas rotas, pero milagrosamente sin cornada: «Hay un momento en el que me cuelga del pitón por detrás. Si llega a hundirse, me destroza». Noticia Relacionada estandar Si Horror en el ruedo de Pamplona: así se vivió el peligrosísimo momento del encierro de Escolar Rosario PérezDe milagro en milagro. De capotillo en capotillo. «Voví a nacer», dice quien ya nació en esta plaza un 14 de julio cuando un miura lo estampó contra las tablas y le partió catorce costillas. Cuenta que «las de ahora son nuevas, que de las del miura no hay rota ninguna esta vez, o eso creo; el doctor Hidalgo me ha salvado ya la vida alguna vez». Y de nuevo le da las gracias: «Estoy aquí por sus manos». Como es tradición, aunque sea desde el hospital -espera ser pasado a planta mañana-, «soplaré una vela, como cada 14 de julio». Y dos días después, el 16, llegarán las de su cumpleaños: «Hago ya 46». Ahora tiene que sumar el del 12 de julio, además de ese día 7 por su Rafita, que quién sabe si finalmente será Rafael Fermín. Algún día le contarán que, cinco días después de nacer él, su padre también nació de nuevo. Era su segunda corrida de la temporada española: de Madrid a Pamplona, dos puertos de primera, con el toro de primera. Callejero se llamaba el de este último percance, el cárdeno escolar que arremetió contra los mozos en el encierro cuando llegó al ruedo. «Yo ni preguntó cómo ha sido y tampoco me lo cuentan». Ya tuvo tiempo de conocerlo en su honesta obra, de tú a tú, dentro de una corrida que vendió muy cara su vida.

Leave a Reply