A las cuatro de la tarde, en Avilés, una mujer anciana y tatuada hablaba de vampiros en un hotel de cinco estrellas: estas son las cosas pasan en el Celsius. La mujer resultó ser Barbara Hambly, leyenda del género fantástico y la autora que convirtió a Brandon Sanderson en escritor. Poco después, este se daba un nuevo baño de multitudes en su carpa, que llevaba el sello de su propia editorial, Dragonsteel. Al verlo, una fan gritó: ¡existe! Y el hombre hablaba y sonreía, y escondía el cansancio en alguna parte invisible, tal vez un bolsillo profundo como un agujero negro… Había gente venida de Colombia, Finlandia, Escocia, Estados Unidos y otros lugares más lejanos donde aún visten capas y se portan espadas o dagas o bastones y el azul lapislázuli, el gris y el negro son los colores de referencia, y las pelirrojas son mayoría.«Me encanta venir a Avilés. Lo mejor de este festival es que es abierto. En Estados Unidos tienes que pagar entre doscientos y trescientos dólares para entrar, lo que deja fuera a muchos fans, sobre todo jóvenes. Aquí el público es mucho más heterogéneo», explicaba Sanderson, que ha llegado a España con un séquito de veinte personas. Por lo visto, era la primera vez que en Europa se vendían algunos productos de merchandising de Dragonsteel, y eso avivaba el furor de sus seguidores, que son unos cuarenta millones en todo el mundo. El material, cuentan, llegó hace unos días al puerto de Gijón en un contenedor de una tonelada. Y se han quedado cortos. Tampoco quedaba sitio en los hoteles…El Celsius sucede entre carpas, edificios medievales y casetas de madera donde los libreros colocan su mercancía: «fantasía, terror, ciencia ciencia ficción… chicos, ¿que os apetece?». En otro puesto aceptaban como pago dinero en metálico, Bizum, PayPal, tarjetas de crédito y croquetas, y no precisamente por ese orden. Cristina Fernández Cubas, premio Nacional de las Letras, gozaba del sarao. «Hoy me han invitado a merendar en Busto. Y me hace muchísima ilusión: hace años que no meriendo», soltó.Bajo un toldo cinco chavales jugaban a ‘Dragones y mazmorras’, con un maestro de ceremonias coronado con un sombrero de explorador, y no muy lejos un grupo similar mataba el tiempo con las Magic: estaban esperando a Joe Abercrombie, otro de los popes del fantástico, les firmara su libro. La cola era de varios cientos de personas, que esperaban estoicamente en uno de los días más calurosos del año en esta ciudad. Llevaban sillas portátiles, barajas, libros o simplemente conversaban. Algunos se protegían con sombrillas. Los últimos eran una pareja de unos treinta años.–¿Tenéis esperanzas de llegar?–Bueno, tenemos una buena sombra para esperar.Abercrombie llegó con una camisa hawaiana, unas gafas de sol y la certeza de que iba a tardar un buen rato en firmar todo: estuvo cinco horas, y eso que estaba unos treinta segundos por lector. Estos, para facilitarle el trabajo, habían colocado un pósit con su nombre en la primera página, por eso de ahorrarle el deletreo o los errores. Y mientras este firmaba se hacían la foto. Y un hombre ordenaba la fila sin hacer ruido. Era un engranaje perfecto, como de ‘pit stop’ de Fórmula 1. Era el fordismo aplicado al entusiasmo, una industria de la pasión. Había muchas horas y años de experiencia ahí…Por este festival han pasado todos los grandes del fantástico. En la primera edición, en 2012, estuvo George R. R. Martin. Y es el único lugar del mundo donde se ha juntado la santísima trinidad del género: Patrick Rothfuss, Brandon Sanderson y el propio Abercrombie.Del público del Celsius, por cierto, podría decirse lo mismo que de la financiación catalana: es singular y generalizable, al mismo tiempo. Y ancho, tan ancho que rompe las costuras de lo friki, un término que la realidad está enterrando en algún cementerio indio. Por allí había modernos que podían estar ahí o en el Primavera Sound, padres con sus hijos, abuelos con sus nietos, adolescentes, treintañeros, cosplayers, veteranos de guerras imaginadas, heavys, asturianos y un largo etcétera que servía como fidedigna representación de la especie humana. Se veía en las camisetas: de Cosmere, de ‘One Piece’, del Oviedo, del Resurrection Fest, blancas básicas… La mejor era de ‘El señor de los anillos’ y ponía: «Eagles don’t solve everything». Lo más raro es que todos ellos iban con un libro encima, eso sí. O con una pila. «Leer es tan valioso como levantar pesas», había dicho unas horas antes Sanderson . Pero lo literario siempre es susceptible de ser literal aunque sea por un rato. Y de eso van estas fiestas, ¿no?

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