La soledad del hombre en la ciudad es el símbolo del verano. Voy pues solo. Gresca . Barra. Se sienta a mi lado un hombre con gafas de sol como claritas, se le ven los ojos. Empieza a pedir y pide todo mal, me quedo mirando, pongo mi cara extraña y él me extiende la mano. «John», y le digo: «Salvador», no sin sentirme un poco un fantasma. Me pregunta en inglés: «¿Qué, todo lo he pedido mal?» y respondo directamente al camarero que le prepare lo mismo que a mí y que es mi invitado. John no contesta la mayoría de las preguntas, vive entre Dubái , Zúrich y Mónaco, respira billones (americanos). Hablamos de restaurantes y tengo que usar mucho mis conceptos bullinianos para que no se note mi falta de mundo y de dinero para quemar. Con los aires que suelo darme y lo paleto que de repente me siento ante un rico de verdad. Cuando se da cuenta de que le he invitado a cenar me da mucho las gracias –es curioso cómo el gesto generoso a los que más impresiona es los que más tienen– y me dice que me invita a la fiesta de cumpleaños de un húngaro , que no sabe cómo se llama pero lo tiene guardado como ‘The hungarian’ en el móvil. La fiesta es una residencia particular del sur de Francia. El chófer de John me pregunta la dirección de mi casa y subo a por algo de equipaje.Noticia Relacionada Un verano perdido estandar Si En un club de Ibiza: salir del Lío Salvador Sostres Salvador Sostres relata su velada en Lío Ibiza: «Va muy bien esta casa para tantos ricos sin imaginación a la hora de gastar su dinero»Es medianoche y camino del aeropuerto le digo que a esas horas no hay vuelos pero John extingue la conversación: «No, I don’t do comercials» , y me pregunta casi disculpándose si no me importa que pasemos primero por su residencia en Montecarlo y cuando bajamos de su avión privado en el aeropuerto de Niza, en la misma pista hay un helicóptero que nos da traslado a su propiedad. Sólo hablamos de restaurantes, de hoteles y sale un asistente al jardín y carga con mi maleta. John me da las buenas noches y quedamos en estar listos para desayunar a las once. En el armario hay lavanda vieja. Me hace sentir muy bien. La habitación está fría pero sin aire acondicionado. Unas placas por debajo del suelo lo enfrían, también las paredes.En la fiesta del húngaro, llegamos en helicóptero a las 13:00, felicito al anfitrión y agradezco la súbita invitación y el imponente palacio del que John me pide no escribir detalles que puedan ubicarlo. Enseguida me encuentro a un influencer español que entrevisté hace años para la contra. Le pregunto qué hace allí y sobre todo qué hago yo. «Éste es el mundo de hoy. Tú vas a cenar solo y en la barra a un restaurante como Gresca y lo normal es que conozcas a un asiático interesado en la gastronomía, más por fetiche que por conocimientos, que haya estado en los restaurantes de moda del mundo, y de moda no significa los de los futbolistas sino que tengan prestigio en los blogs de ‘foodies’ ». Es verdad que Gresca tiene este prestigio y es verdad que en la barra suele haber siempre, por lo menos, un asiático. «Y también es normal que los ‘foodies random’ hablen entre ellos, queden al cabo de unos días en otro restaurante de otra ciudad, a veces de otro continente. Son gente rica y sola y ahora la gastronomía ni siquiera es su interés real, sino una excusa para socializar en algo culto de lo que luego puedan presumir». ¿Algo culto? «Sí, porque al final de relojes, de coches o de mansiones puede presumir cualquier idiota, la alta cocina y los vinos dan en cambio una pátina de algo más elaborado y éste es el nuevo juguete de muchos que hasta ahora tenían más dinero que habilidades sociales e imaginación para gastarlo y ser alguien». Y con un paternalismo molesto pero realista me dice que lo único extraordinario que en verdad me ha pasado es que he ido a coincidir con el más rico y conocido de estos ‘foodies random’. «Conocido es un decir, porque nadie sabe nada de él, por eso le llamamos Shady John. Es muy educado, no cuenta nada de lo suyo, pregunta todo a los demás, no es el que presiona para pedir grandes vinos pero siempre se ofrece a pagar».Shady John me dice que se tiene que marchar con otro amigo y que tengo su helicóptero a mi disposición para ir cuando quiera al aeropuerto y que su avión me devolverá a Barcelona. Y me agradece otra vez la cena de Gresca, la conversación, las horas que hemos pasado juntos y él mismo se corrige cuando me dice que espera que volvamos a vernos en cualquier parte del mundo. «En cualquier parte menos en Canadá , donde si voy lo más probable es que me arresten».

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