Los hermanos Jussen: con el piano en las manos y el balón en los pies

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Los hermanos Jussen: con el piano en las manos y el balón en los pies

Hay artistas que quedan atravesados por la música con Sibelius, Richard Strauss o Beethoven, y otros como Lucas y Arthur Jussen (1993 y 1996, respectivamente) que lo hacen con el fútbol. «Without football, no piano (‘Sin fútbol no hay piano’)». Podría ser el título de una canción, pero es realmente la certeza que marcó la vida de estos dos jóvenes pianistas neerlandeses de 31 y 28 años . Fue viendo a su selección, Países Bajos, en el Mundial de fútbol de 1998 y escuchando el himno nacional cuando esa melodía entró en la pequeña cabeza de Lucas con cinco años y nunca más salió. Su madre le invitó a sentarse sobre su regazo para tocar esa canción en el piano y desde ese momento no separó sus manos del instrumento. Tampoco Arthur, tres años menor, que enseguida se apuntó a clases con su hermano. Juntos han recorrido el mundo con orquestas internacionales como la Boston Symphony Orchestra, la Philadelphia Orchestra, la Concertgebouw de Ámsterdam o el Budapest Festival. También han tocado bajo la batuta de Christoph Eschenbach, Iván Fischer o Sir Neville Marriner. Los jóvenes pianistas pasaron por el Auditorio Nacional de la mano de Ibermúsica junto a la Gewandhausorchester Leipzig.Noticia Relacionada MÚSICA reportaje Si Klaus Mäkelä, el genio capaz de reinventar la gran orquesta de la Royal Concertgebouw Clara Mollá PagánAmbos entran al escenario de la sala sinfónica del auditorio madrileño con rapidez y curiosidad. Lucas sonríe y saluda a todos los trabajadores amablemente. Mira al cielo como si el techo de la sala hubiera desaparecido. Este lugar le trae recuerdos porque estudió con Menahem Pressler y Dmitri Bashkirov en la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Madrid. Automáticamente, ambos se sientan en el banco del piano… Y de nuevo el fútbol. «Somos del Ajax. No hay duda», comentan al unísono. ¿Y aquí en España? «¡Oh, hala Madrid, hala Madrid!», dice con el puño cerrado Lucas, aunque Arthur no lo tiene tan claro. «¿Qué voy a decir estando aquí?», suelta riendo. Aunque al preguntarles por la música, el rostro se les ilumina de otro modo, se ponen más serios, pero los ojos siguen brillando. «Empezamos a tocar el piano porque era solo un pasatiempo, igual que la gente va a jugar al fútbol. Sin el fútbol no hubiéramos llegado al piano. Fuimos escalando poco a poco y ahora estamos aquí. Tratamos de verlo ahora también como un ‘hobby’ porque, a veces, cuando empiezas una carrera, hay mucha presión. En cierto modo, también intentamos tratarlo como la vida misma», explica Arthur. Arthur y Lucas Jussen, pianistas, durante un ensayo en el Auditorio Nacional previo al concierto Ignacio GilAmbos ponen las manos sobre dos pianos cruzados, de modo que se pueden ver los rostros, aunque los dos están concentrados. Arthur cierra los ojos mientras Lucas voltea la cabeza al mismo tiempo que sus dedos se deslizan por las teclas. El primero alza la mirada y, al ver la ceja de su hermano un poco levantada, presiona con más intensidad cada nota de la partitura. Parece que puede leerle el pensamiento. Uno de ellos suspira discretamente y el otro prolonga el suspiro a través de las notas del ‘Concierto para 2 pianos y orquesta en Mi Mayor’, de Mendelssohn. Es como si hubiera un conducto invisible que une ambas mentes para ponerse de acuerdo en cómo interpretar la misma obra. «Creo que el sentimiento de hermandad siempre está ahí, lo queramos o no. La palabra hermandad no significa necesariamente algo positivo; en nuestro caso sí lo es y hemos tenido mucha suerte. No es algo por lo que puedas trabajar. Cuando estamos en el escenario, lo más importante es tocar bien, pero cuando miro al otro lado del piano sigo viendo a mi hermano, no solo a un buen pianista o un colega; él es siempre mi hermano. Ayuda también el hecho de que intentemos trabajar para conseguir un objetivo más alto. Yo quiero lo mejor para Arthur, y Arthur quiere lo mejor para mí, y el hecho de que compartamos eso, de que queramos lo mismo y tengamos la misma visión es muy bonito». La vida de músicos como los hermanos Jussen es compleja porque su camino no está asociada a una orquesta concreta ni a un lugar determinado, sino que giran por el mundo con multitud de conjuntos. De Madrid viajan a Fráncfort, luego a Dortmund y a Viena. Si ya de por sí la vida en una orquesta exige horas de trabajo, la de solistas como ellos lleva consigo una soledad intrínseca que puede ser difícil de gestionar en algunas ocasiones. «Especialmente antes de conciertos importantes, los dos nos sentimos muy bien. Pero a veces puede que Arthur o yo no nos sintamos tan bien. Cuando estás completamente solo, empiezas a pensar en los malos sentimientos y puedes entrar en esta espiral negativa muy fácilmente. Como estamos los dos, nunca ocurre. Siempre está el otro que anima cuando es necesario. Tenemos que viajar mucho, y a veces estamos en un lugar donde no hay buena comida o estás bastante cansado. Por suerte, siempre hay otra persona que te dice: ‘Venga, no es tan malo. Todo va a ir bien’».A escasas horas de empezar el concierto, ambos entran en el camerino para descansar y recobrar fuerzas. Sin embargo, Arthur vuelve a poner las manos en el piano del camerino. «Los dos somos muy críticos y exigentes con nosotros mismos. Aunque cuando Arthur tiene algo en la cabeza puede ser más insistente. A veces también puede perderse un poco en eso, y entonces tengo que decirle: ‘Más despacio’ o ‘está bien’. ‘Deja algo de libertad también, ¿no?». Mientras tanto, Lucas va desenfundando los trajes que se pondrán para su actuación. «¿Te gusta? ¿No te parece demasiado?», pregunta emocionado y saca de la funda dos conjuntos de chaqueta verde oliva brocados con una elegante camisa blanca. «Pensamos que para Madrid, lo mejor», dice su hermano riendo. Si hay algo que caracteriza a estos neerlandeses más allá de su forma de tocar es su vestuario, que también dice mucho de ellos. «La ropa que llevamos es muy personal en el sentido de que queremos sentirnos cómodos en el escenario. Es muy importante sentirse seguro como artista. Sabemos que el mundo de la música clásica es bastante conservador, lo que también es bueno, en cierto modo, porque hay ciertas reglas, algunas no escritas, que también mantienen la belleza de la música clásica intacta, pero dentro de eso también queremos ser nosotros mismos. Lo hacemos, por ejemplo, llevando trajes con los que nos sentimos cómodos», comenta Lucas mientras enseña el interior del traje, que es de color fucsia. Así, los Jussen muestran la elegancia del atuendo propia de dos pianistas que se pondrán bajo la batuta de Andris Nelsons y el aire fresco y colorido con el que tratan de emular una voz propia dentro de ese mundo. «Cada uno tiene su identidad, también en lo musical, pero la manera en que tocamos cambia continuamente. La forma en que tocamos define nuestra identidad, pero es solo para esa noche específica. Pero estoy de acuerdo en que, por supuesto, en la interpretación de cada uno, siempre se puede escuchar el carácter propio si se presta atención. No diré cuál es mi carácter cuando toco o cuál es el de Arthur, queremos que la gente lo descubra». Mientras terminan de vestirse, el alboroto de los músicos envuelve los pasadizos del Auditorio. Ambos salen de su camerino sonrientes, Lucas especialmente. Entre el público tiene a varios compañeros que estudiaron con él y que han venido a escucharlos. «Estamos tranquilos, con muchas ganas», confiesa Arthur mientras abre una botella de agua.Los pianistas Lucas y Arthur Jussen antes y después del concierto en el Auditorio Nacional Ignacio GilYa están colocados para salir al escenario y, al abrirse la puerta, los aplausos irrumpen la atmósfera de expectación que había en la sala. A pesar de su juventud, tienen una mirada firme y tenaz sobre la música clásica y sus límites. «Tenemos la tarea de permanecer leales al compositor, tienes que ceñirte a lo que dejó escrito. Si quieres hacerlo a tu manera, tienes que componer tu propia música. Tratamos de honrar lo que el compositor quiso decir», indica Arthur. Lucas, consciente de su lozanía, sabe que el estilo de ambos cambiará a lo largo de su trayectoria. «Todavía tenemos mucho que vivir, y estoy seguro de que si llegamos a tener 70 u 80 años, algunas de nuestras interpretaciones que tocamos ahora serán muy diferentes. Pero esa es la belleza de la música clásica, que estás en constante evolución, incluso a muy largo plazo». Cuando los Jussen ponen sus manos sobre el piano, el virtuosismo de Mendelssohn impregna el auditorio. Ambos entrecruzan miradas mientras el luminoso ‘allegro’ final causa un estallido de aplausos entre los presentes. «Es fácil tener los pies en el suelo porque tenemos un grupo de gente a nuestro alrededor en casa, nuestra familia y algunos amigos, que en el momento en que empezamos a creer demasiado en nosotros mismos y a sentirnos demasiado grandes, siempre hay quien dice: ‘Frena un poco, puedes tocar bien el piano pero no eres Dios’. Creo que eso es muy saludable y sobre todo para nuestra generación, que crece con ello», indica Lucas.

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