Tras una hora tomando notas como un alumno de Hispánicas, admito que no me quedó claro si la culpa de que el género neutro coincida con el masculino es del castellano, del patriarcado, de los varones o de la extrema derecha. A veces parecía un crimen de filiación romana —con el latín imponiendo su ‘masculino genérico’ con el brazo en alto— y, otras veces, consecuencia de la guerra de sexos. Por ejemplo, Águeda Micó, de Compromís, dijo que «el lenguaje no describe el mundo, sino que lo construye». Me recordó a Wittgenstein —es un decir—, que defendía que el lenguaje no se limitaba a reflejar la realidad, sino que la configuraba. No tengo claro que Micó sepa quién es Wittgenstein, pero tengo claro que no sabe lo que es el género neutro. En caso contrario, no se entendería que asegurara que escribir «en masculino» no es un error sino una herramienta de la extrema derecha para invisibilizar a la mujer. Pero si la culpa es de la extrema derecha, ya no es de los varones. Y entonces no se entiende que culpara al patriarcado de invisibilizar a las mujeres, puesto que, en ese caso, la culpa estaría repartida entre todos los grupos, incluido el suyo. En cualquier caso, aseguró Micó que «no va a consentir que el fascismo dicte las normas de convivencia». Puesto que la norma que defiende que el masculino actúa como neutro es de la RAE, hemos de cerrar el silogismo concluyendo que a quien Micó llamó fascistas es a los académicos de la lengua, liberando, así, al pueblo masculino y/o facha.Noticia Relacionada estandar Si Compromís certifica su división en el Congreso sin afrontar la crisis interna Toni Jiménez La reunión de los tres socios de la coalición tras la decisión de Més de romper con Sumar y pasar al grupo Mixto termina sin acuerdosEn euskera no tienen ese problema porque, como no hay distinción de género, se interpreta como si todo fuera neutro —siguiendo la doctrina Micó, todo masculino—. A ellos no les parece raro porque pasa lo mismo en el ‘txoko’. Y no se entiende, por lo tanto, que Mikel Legarda, del PNV, defendiera con ahínco el cambio, llegando a asegurar que «el lenguaje influye en la forma en la que pensamos el mundo y la realidad». Si Micó era wittgensteiana, Lagarda parece despuntar como discípulo de Lacan, que decía que el lenguaje no solo configura la realidad, sino que constituye al sujeto y su propia identidad. Epistemología batúa.Y Esther Gil de Reboleño, de Sumar, que aseguró que «el lenguaje no cambia el mundo pero que, sin él, no hay mundo que cambiar». Hermenéutica filosófica —Heidegger decía que «el lenguaje es la casa del ser»— para rematar la sesión. Pero entonces «acudió a su esencia» —a lo ontológico, por lo tanto— para recitar algo que denominó «romancero del reglamento», una aberración malsonante en los pares que obvio por pudor. Será la consecuencia de la metafísica epistemológica. O de las tonterías que tiene uno que escuchar.

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