La champions de la música clásica se juega en Santander

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La champions de la música clásica se juega en Santander

Las olas del Sardinero se entrecruzan con las Tres romanzas para violín y piano de Schumann, que traspasan el Palacio de Festivales de la ciudad a través de las manos de jóvenes intérpretes. El mar sabe a una mezcla entre Bach y Ravel. Son los participantes del Encuentro de Música y Academia de Santander , que reúne cada año a 70 talentosos y jóvenes músicos durante casi un mes para estudiar de la mano de los mejores profesores e interpretar a Tchaikovsky, Brahms o Beethoven por las localidades próximas a la ciudad. Una de ellas, Nadia Barrow, se desplaza de buena mañana al Conservatorio Jesús de Monasterio para recibir clases. «Es mi primer gran festival en Europa, y estoy emocionada», reconoce la joven mientras abre su violonchelo. Es australiana, aunque el instrumento la ha llevado a recorrer el mundo por distintas escuelas de EE.UU. y Europa. En otros encuentros, los participantes o reciben clases magistrales o tocan piezas, pero no suelen hacer las dos cosas a la vez. Aquí sí. La joven está a punto de emprender su carrera profesional, como la mayoría de jóvenes del certamen, de modo que la ilusión y el ímpetu se respiran en las aulas. «Mi sueño sería formar parte de una orquesta de cámara o una gran orquesta profesional. También adoro los recitales en solitario. Me seguiré presentando a todo lo que pueda y a ver qué ocurre. Lo bonito de la música clásica, y del violonchelo en particular, es que hay muchas formas de expresarte, de conectar con el público», explica antes de entrar al aula.Noticia Relacionada Compañía Nacional de Danza reportaje Si La intimidad de Ion y Cristina: la vida de dos bailarines más allá del escenario Clara Molla Pagán La primera bailarina y el solista de la CND comparten su vida dentro y fuera de los escenarios y ABC se adentra en la jornada de estos bailarines desde que se levantan hasta que regresan a casa después de ensayos en el Teatro RealConforme los estudiantes recorren los largos pasillos del conservatorio, los trombones, las violas, los clarinetes y las voces se entrelazan al traspasar su sonido las puertas de las pequeñas aulas. Una mujer se asoma tímidamente y saluda a dos estudiantes. «Esto es único porque tienen la oportunidad de participar en conciertos junto a sus profesores. Es un privilegio, eso no suele ocurrir nunca. Tocan, aprenden, estudian e interpretan todo en un mismo lugar». Es Márta Gulyás, directora artística del encuentro junto con Luis Fernando Pérez. Durante todo el año han tenido que ver más de 400 audiciones online de los chicos que han querido presentarse, para seleccionar finalmente solo a 70. «Lo hemos abierto a todo el mundo, aunque a veces es complicado hacerlo online porque no sabemos realmente cuánta proyección tiene el sonido de un instrumento», explica. Fernando conoce bien cómo ayuda este encuentro ya que participó en la segunda edición, ahora cuenta con un total de 24. «Me dio la oportunidad de tocar, que no tenía tanta, y de enfrentarme al máximo nivel musical, con los mejores profesores y con los mejores alumnos y a ponerme a prueba a mí mismo respecto a los demás. Pude conocer a gente maravillosa».Más allá de aprender y trabajar la técnica con el instrumento, los jóvenes conocen a otros estudiantes con los que poder compartir su experiencia. « La música funciona mucho a través de contactos. Aquí puedes conocer a personas con las que luego trabajas o estudias. Es una experiencia real, no como estar solo en casa estudiando», explica Félix Gazzaev. Nacido en San Petersburgo, el joven se formó en violín allí, aunque estudia en el Conservatorio Rachmaninoff de París y actualmente continúa su formación en la École Normale de Musique Cortot con Alexandre Brussilovsky. A su lado está Kiryl Bartashevich, que está esperándolo para ir a comer. «Nos vamos a comer sushi», dice entre risas. «Es como pasar el verano con amigos. Todos estamos en lo mismo, hablamos de música todo el tiempo y compartimos muchas cosas en común», añade.Aunque en el encuentro no todo es música. También hay tiempo para divertirse. «Queremos hacer una ruta porque hay un faro aquí en Santander muy famoso y queremos verlo», explica Adriana Julio, una joven violista, estudiante de la Escuela Superior Reina Sofía, que participa por primera vez después de venir en varias ocasiones como refuerzo de la orquesta. «Ahora que tengo días libres, quiero ir al Museo de Arte Moderno y Contemporáneo», añade. La joven, después de haber recibido sus clases magistrales, así como participar en los conciertos, ahora tiene la oportunidad de tomarse un merecido descanso. «E l gran reto al que se enfrentan es el de la responsabilidad. Responsabilidad de descansar, de comer, de divertirse, de estudiar, de hacer amistades sanas. Es necesario que aprendan a gestionar el tiempo que tienen por delante. La vida en una orquesta es así y esta es una oportunidad para que aprendan a hacerlo», asegura el profesor de violonchelo Christoph Richter. Mientras algunos terminan sus clases, otros se dirigen a la playa con sus bañadores y sus toallas. «¿Qué tiene de especial este curso con otros? Simplemente, Santander», dice entre risas Matthew Svec. Tiene 25 años, es estadounidense y clarinetista. «Incluso si hace mal tiempo, me gusta salir a pasear. De hecho, he ido a visitar sitios como los Picos de Europa».Los jóvenes de aquí no son jóvenes al uso. La vida los ha llevado a recibir una educación con disciplina, como es la música, desde muy pequeños: no asistir a cumpleaños porque hay clases, no salir hasta altas horas de la noche porque al día siguiente hay audición… El orden y el rigor es algo que se les inculca desde pequeños y es lo que rige ahora mismo su existencia. «Nunca tuve la sensación de que esto era un hobby. Siempre lo viví como un trabajo. En mi casa así lo entendí por mi madre, que es músico», explica Alonso Cano. El joven estudió piano, pero descubrió en el canto un nuevo camino donde poder desarrollarse. El joven se encuentra actualmente en una agencia de artistas, pero eso no le garantiza trabajar. «Lo que te garantiza empezar a trabajar es tener una marca personal potente, que sea sonada, que en los teatros se escuche tu nombre. Y creo que esto es una oportunidad», indica.La convicción del joven sobre lo que quiere abruma en cierto modo, porque conoce bien lo que quiere y cómo debe conseguirlo. Ha actuado como solista en escenarios como el Auditorio Nacional y el Teatro Real, interpretando obras de Brahms, Rossini y Saint-Saëns. Este año ha asumido roles principales en Luisa Fernanda, Atlantis y Las bodas de Fígaro en prestigiosos teatros de España e Italia. « Hay competitividad, pero creo que depende de cada individuo. Puede ser lo más desagradable del mundo o puede actuar a tu favor. Eso ya depende de los valores de cada persona. He visto gente muy buena no trabajar, y no porque no sea buena, sino porque no ha tenido las condiciones adecuadas, y eso es muy frustrante. Creo que suena muy cliché, pero no hay que competir contra los demás, sino contra uno mismo. Es la única forma de avanzar, porque si no entras en una espiral de frustración».Es posible que los jóvenes que están compartiendo residencia en Santander compartan más tarde silla en la misma orquesta. Aquí está el futuro y también el presente de la música clásica. Manuel Escauriaza entra a un aula vacía acompañado de su maestro, de Radovan Vlatković, un profesor que lleva la docencia en las venas. Se ve en su mirada, en cómo presenta orgulloso a su alumno y también a Eric Ortiz. Ambos han participado ya en varias ediciones del encuentro y actualmente ya se ganan la vida como músicos freelance. Escauriaza ha trabajado en varias ocasiones con la Ópera de París. «Aquí estamos aprendiendo en conjunto, somos compañeros ahora y, cuando salgamos de aquí, seguiremos siendo amigos. No puedes evitar que coincidamos en pruebas o recitales, pero lo más importante es que hay algo que subyace, aparte de la profesionalidad y la vocación académica, que es que tenemos algo más en común, que hemos participado y estamos en contacto. Siempre habrá excepciones, pero creo que es un ambiente bastante sano, aunque haya una competitividad feroz. Sufrimos juntos», dice entre risas Eric Ortiz.

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