Desde mi terraza veo cuatro piscinas construidas en los tejados de los edificios vecinos. Las tres más antiguas ya no las utiliza nadie, la que se ha estrenado este verano tiene actividad cada día, aunque pronto pasará. Las piscinas tienen su interés en los hoteles, en las masías o en algo a lo que vas excepcionalmente, pero en el ático de tu casa pronto caen en el olvido y sólo te las recuerdan las caras facturas de su mantenimiento. Durante el día está la familia, poco a reportar. Por la tarde se pone más interesante porque suele subir la hija con algunas amigas. Este año ha aprobado la Selectividad, lo sé porque a finales de junio hizo una fiesta para celebrarlo. Es curioso la seguridad que da la altura porque enseguida las niñas se ponen en tetas. Ese santo impudor, esa gracia florentina. Puedo ver con un cierto detalle de la escena y lo que más me place es cómo se ríen cuando al salir del agua se secan mutuamente. Hay más obscenidad -y eso lo hace todo aún más sexy- en mi mirada que en la secuencia. Hablan y vapean. Aunque no puedo saber qué se dicen, parecen sólo trivialidades. Entonces llega a casa -no recordaba que habíamos quedado- un querido amigo mucho más joven, la mitad de mi edad, ahora que los años puedo ya contarlos de esta manera, y no pude evitar venirse arriba con la escena y va a la nevera, toma dos botellas de champán y las coge como si fueran banderillas y las fuera a clavar. Las chicas no acaban de verle con lo cual decidimos poner a todo trapo «Y nada más», el himno de Jabois para el Madrid, que es lo que en Barcelona solemos poner para llamar la atención de las chicas en la distancia. Al final las chicas miran, ven a mi amigo jovencito y guapetón y le hacen el gesto como que vaya. No es que me haga falta convencerlo pero la suerte del artículo está en tus manos, le digo, y sale corriendo con las dos botellas, por suerte modestas, de Louis Roederer . Es fascinante lo rápido que un hombre puede llegar cuando le interesa y enseguida veo a mi amigo en la escena, una de las chicas ha ido a por las copas y una cubitera. Se han puesto la parte de arriba del bikini, pero por poco rato porque mi amigo no lleva bañador y por no hacer distingos entran los cuatro en el agua completamente desnudos. Con la espalda recostada en la pared de la piscina donde no cubre demasiado y tomando una copa de champán rodeado de chicas jóvenes y desnudas, ahí está Guillem, con vistas a las chicas, con vistas a la ciudad y al mar, con vistas a mito que con el tiempo cristalizará de esta afortunada escena. Para que luego digan que no son entretenidos los veranos en Barcelona. Cuando salen, mi amigo se envuelve la cintura con una de las toallas pero enseguida la hija de los dueños de la propiedad se lo lleva dentro de la casa y aunque podría ser para acompañarlo al baño, no tiene pinta, y cuando desaparecen las otras dos ponen caras y farfullan y vuelven a quedar en tetas. Al cabo de un rato Guillem me escribe eufórico y me dice que por qué no vamos a cenar los cinco, y por no exagerar los llevo a Fishhh a tomar unas ostras. Y más champán, claro. Jubilosa conversación general hasta que un estupor silencia a las chicas cuando entra al restaurante un matrimonio al que no conozco de nada. Van directos a nuestra mesa. Caras de desconcierto, de repente todos nos hemos levantado. Mi vecina con una frialdad encantadora dice sin inmutarse: «os presento a mis padres. Y éste es Guillem, el primo de Paula (una de las amigas) y él, Salvador, su padre».—Hombre, Sostres, yo sabía que tenías una hija, te veía con el carrito hace años paseándola por el barrio, pero del niño no sabía nada.—Es mi ahijado, no mi hijo, señora, mi ahijado. —Ah, su ahijado —dice mirando a su hija—, entonces ya me cuadra. Por suerte no quedan mesas libres y los padres se marchan. La velada recupera el alegre tono inicial y pienso en las veces que mi hija me dará la vuelta con su impertérrita brutalidad y yo, como estos pobres de hace un rato, tampoco seré capaz de verla venir ni de descifrarla. Y para los padres que lo estéis considerando, ya veis de qué acaba sirviendo tener una piscina en el tejado.

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