Un puerto, una Virgen y café: el refugio secreto de la gente de mar

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Un puerto, una Virgen y café: el refugio secreto de la gente de mar

En pleno puerto de Palma, encajado entre grúas, amarres y el aliento salado del mar, el Obispado de Mallorca ha plantado su bandera en forma de refugio. Un portón sencillo en el número 12 de Contramoll-Mollet, casi pegado al Club Náutico de Palma, ofrece vistas a los yates de la Copa del Rey de Vela. Dentro, subiendo una escalera de caracol se llega a una sala sencilla con butacas donadas por benefactores, ordenadores encendidos y una cafetera que silabea. La imagen de la Virgen del Carmen preside el lugar; al lado, una red de pesca y un timón como decoración improvisada. «nos falta San Pedro, patrón de los pescadores», exclama mosén Nadal Bernat, señalando un hueco en la repisa. Lo que nunca falta es alguien dispuesto a escuchar.«Stella Maris, como el nombre indica, es la Estrella del Mar. Para nosotros es la Virgen María», explica el sacerdote y alma de este centro que abrió sus puertas en febrero de 2025. Tras dos años de papeleo en colaboración con la Autoridad Portuaria, ofrece una «mano amiga» a quienes trabajan en el mar. «Atendemos a pescadores, marinos mercantes, tripulaciones de cruceros, ferris, yates, pero no a los turistas -de cruceros- y a los inmigrantes que llegan en pateras». Sencillamente, «porque no llegan nuestros recursos», dice sin rodeos.El local, cedido por la Autoridad Portuaria, es modesto pero acogedor. Aquí los marineros pueden conectarse a internet , llamar a sus familias con privacidad, recibir ayuda ante problemas laborales o, simplemente, tomar un café y descansar sin el uniforme. «A veces vienen con situaciones un poco desesperadas, pero aquí encuentran agua fresca para contar las penas, y a partir de ahí vemos si alguna se puede resolver», explica Nadal.Claves Un refugio en el corazón del puerto Stella Maris abrió sus puertas en Palma en febrero de 2025. Atiende a pescadores, marinos mercantes y tripulaciones de cruceros y yates, ofreciendo descanso, conexión con sus familias y apoyo ante situaciones laborales complicadas. Voluntarios con alma marinera El equipo de voluntarios lo forman antiguos profesionales del mar, como Antoni Mercant, que conoció la ayuda de Stella Maris en Florida siendo estudiante, y Maria Antònia Martorell, que ahora devuelve la solidaridad que recibió en su larga carrera junto a capitanes de yates. Una red global, una misión común Stella Maris forma parte de una red internacional presente en más de 300 puertos de 56 países. En España, con la nueva sede en Palma, ya son quince los puertos que ofrecen este servicio de acogida humana y espiritual a quienes viven y trabajan en el mar.A veces se puede. Y mucho. Como cuando un grupo de pescadores denunció que su armador no les daba comida ni alojamiento en los días sin faena. «Pudimos intervenir, contactar con el sindicato internacional (ITF), y se les hizo justicia». Con ayuda de abogados y voluntarios, el patrón cumplió finalmente la ley. «Y ellos siguen pescando, contentísimos».También se ofrecen misas, biblias, rosarios o atención de ministros de otras confesiones, ya sean cristianas, musulmanas o judías. «Aquí no preguntamos el origen, la bandera o su creencia, sino cómo están», explican sus voluntarios.Red globalStella Maris forma parte de una red internacional fundada en 1921 en Glasgow y presente en más de 300 puertos de 56 países. En España, su primera sede abrió en Barcelona en 1923. Hoy, con la apertura en Palma, son quince los puertos españoles que cuentan con este servicio. Su financiación proviene de la Autoridad Portuaria, recursos de la diócesis y donaciones privadas.Antoni Mercant no necesitó que le contaran qué es Stella Maris. Lo vivió en primera persona cuando aún era estudiante de la Marina Mercante y residía en la casa de acogida que la institución tiene en Barcelona. Años más tarde, navegando como alumno en prácticas, volvió a encontrar ese mismo apoyo en el otro lado del Atlántico. «Estábamos en Florida y un compañero de tripulación cayó enfermo. Lo dejaron en el hospital y Stella Maris se hizo cargo de él… y también de mí que lo acompañaba», recuerda.En Estados Unidos, explica, es habitual que las autoridades migratorias pregunten la religión de los marinos al desembarcar. «Cuando el consignatario ve que hay católicos a bordo, o algún caso social, enseguida llaman a Stella Maris. Allí tienen un papel muy activo, mucho más desarrollado que aquí». Aquella vez, tras recibir el alta médica, el marino accidentado no tenía forma de volver al barco. Las voluntarias de Stella Maris se encargaron de todo: alojamiento, traslados y repatriación. «Nos llevaron hasta Nueva Orleans para reencontrarnos con la tripulación. Nunca lo he olvidado», confiesa este marino cuando está cerca de cumplir treinta años de carrera.Los voluntarios son el corazón del proyecto. Reciben formación interna y externa, y acompañan con empatía, no con burocracia. «Trabajamos con compasión, respeto, discreción y compromiso», prosigue Mercadal, que forma parte del equipo de ocho voluntarios. Muchos bajan del barco sin saber ni dónde comprar una tarjeta SIM. No hablan español, no conocen la ciudad. «Aquí encuentran lo que no hay en el mar: compañía y calma. Parece poco, pero es muchísimo.»VoluntariosMaria Antònia Martorell también es voluntaria. Trabajó durante más de 25 años junto a capitanes de yates, un mundo exigente donde, pese a todo, aprendió de primera mano el valor de la solidaridad. «Si alguien tenía un problema, se movían enseguida. Vi mucha comprensión y caridad en los barcos, y eso me marcó», recuerda. Ahora, ya jubilada -«jubiladísima, tengo 75 años», exclama entre risas-, ha decidido devolver todo lo que recibió. Su experiencia y conocimiento del entorno portuario son claves para su labor como voluntaria: habla varios idiomas, sabe cómo tratar a una tripulación y conoce los códigos no escritos de ese universo flotante. «Sé cuándo se puede subir a un barco, cómo hay que comportarse. Son cosas que aprendí con los años, y ahora es el momento de ponerlas al servicio de quien lo necesite».Stella Maris en Palma abre dos días a la semana, pero su impacto va más allá del horario. Cada acogida es una luz encendida para quienes, tras meses de mar y soledad, necesitan una pausa en tierra firme. «Una acogida y una escucha», insiste mosén Nadal. Lo suficiente para que este rincón discreto del puerto palmesano se convierta en un faro.

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