Botijo: el origen de un misterio con 5.500 años de historia

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Botijo: el origen de un misterio con 5.500 años de historia

Tan solo tres meses después de que apareciera el primer número de ‘Blanco y Negro’ –la revista que dio origen a ABC–, este complejo artefacto de barro, motivo de chascarrillos y refranes y objeto de concienzudos estudios científicos, ya estaba ahí, protagonizando los relatos de nuestros primeros redactores. En un artículo publicado el 9 de agosto de 1891, bajo el título de ‘Historia de un botijo’, se contaban las aventuras y desventuras de uno de estos recipientes. En concreto, uno «abandonado en un vertedero del barrio de las Injurias». Escrito en primera persona, como si fuera el mismo botijo quien lo hubiera redactado, el reportaje ocupaba tres páginas e incluía ilustraciones del célebre artista español Primitivo Carcedo. Comenzaba así: «Nací en Ocaña […] y lucí por primera vez mis redondeadas formas en una cacharrería de la calle del Tribulete. Allí pasé mi juventud, enamorado de una cazuela que, por lo brillante y pulida, se asemejaba a una luna veneciana. Como no hay dicha que cien años dure, un día que arreciaba el calor, los vecinos de Madrid se lanzaron a la calle en busca de alguna joya de alfarería que les sirviera de bomba para apagar el ardor de sus enardecidos estómagos». No se engañen. El botijo existía desde las primeras civilizaciones, muchos siglos antes de que se convirtiera en un icono de la cultura popular española. A pesar del tiempo transcurrido, en 1988 ‘The New York Times’ todavía intentaba explicar a sus lectores cómo funcionaba ese extraño recipiente capaz de enfriar el agua sin necesidad de energía eléctrica. Un misterio al que no se encontró explicación hasta 1990, cuando Gabriel Pinto, profesor de Química de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), desarrolló un modelo matemático que revelaba su secreto.Noticia Relacionada Inmigración en España estandar Si «Sucios animales invasores»: la historia que Torre Pacheco debería conocer Israel Viana En los siglos XIX y XX, millones de españoles se vieron forzados a marcharse del país, la mayoría de forma ilegal, siendo tratados como «deshechos, cochinos, ignorantes y pobres» en sus destinosEl resultado de su ingenioso experimento sigue fascinando hoy en día. Pinto compró un botijo, lo llevó al laboratorio y empezó a experimentar con él mientras realizaba su tesis doctoral. Lo llenó de agua y lo metió en una estufa. Con 3,2 litros de agua en su interior, fue sometido a una temperatura constante de 39 grados y a una humedad relativa del 42%. Cada cierto tiempo, el profesor medía la masa total del botijo y evaluaba la temperatura del agua. Al final comprobó que, con las condiciones que había diseñado, el agua se enfriaba unos 15 grados tras siete horas. Sin embargo, su fórmula predecía un enfriamiento ilimitado, lo que no se correspondía con la realidad. La discrepanciaEl encargado de resolver esta discrepancia fue su compañero de universidad José Ignacio Zubizarreta, que incorporó al modelo el efecto del calor de la radiación del aire en el interior del botijo. Pinto había pasado por alto la temperatura que aporta el aire contenido en el recipiente. Eso ajustó los resultados experimentales de su colega. En 1995, ambos publicaron su estudio ‘Un método antiguo para enfriar agua explicado mediante la transferencia de masa y calor’ –según la traducción de su título en inglés–, en la prestigiosa revista ‘Chemical Engineering Education’. Incluyeron, además, las ecuaciones que explicaban por qué el botijo enfría el agua. Pinto y Zubizarreta acabaron así con un enigma que tenía más de 5.500 años de antigüedad. Su principio de refrigeración por evaporación, efectivamente, se remontaba a las antiguas culturas de Mesopotamia en el año 3.500 a. C., cuando los sumerios y acadios empezaron a fabricar vasijas porosas para conservar el agua fresca en climas extremos. Jarras similares, llamadas «zeer» o «matki» en Asia y África, reflejan una solución ingeniosa y universal al mismo desafío: enfriar el líquido sin necesidad de frío artificial, mucho antes de que el invento llegara a España y su fama se extendiera por el mundo. Los antecedentes más directos del botijo en el ámbito mediterráneo aparecen hacia el 2.200 a. C., en el sureste de la Península Ibérica, concretamente en la cultura argárica, una de las primeras civilizaciones urbanas del occidente europeo. El resto arqueológico más antiguo, por su parte, se encontró hace seis décadas en el yacimiento de Puntarrón Chico, en Beniaján (Murcia). Un grupo de investigadores halló piezas de barro cocido con 3.500 años de antigüedad y formas que anticipan al botijo actual: cuerpo globular, asas laterales y una clara intención funcional de mantener el agua fresca mediante la filtración y evaporación a través de un barro sin barnizar.El botijoMás adelante, durante el período íbero entre los siglos VI y I a. C., estas vasijas evolucionaron tanto en diseño como en distribución, convirtiéndose en objetos comunes en los asentamientos del Levante y el sur peninsular. Con el desarrollo de la alfarería en época romana y andalusí se mejoró la porosidad y su funcionalidad, aunque el botijo como lo conocemos hoy –con pitorro para beber y boca superior para llenar– no alcanzó su forma definitiva hasta la Edad Media y no se popularizó hasta el siglo XVIII en Castilla, Aragón y Andalucía.Cuando el botijo se hizo protagonista de aquellos primeros números de ‘Blanco y Negro’, España venía de varios veranos con las temperaturas más extremas que había vivido el país en el siglo XIX, con temperaturas que superaron los 45 grados centígrados en algunas provincias del sur. En el de 1891, algunos periódicos señalaron que la ola de calor era tan potente que numerosos hechos violentos acaecidos fueron atribuidos a ella, por la «irritación» que provocaba en los autores. Mientras, el botijo mencionado al principio del reportaje seguía su camino. «Mi vida en una nueva casa fue corta, pero desagradable», reconocía. Y, a continuación, relata así su triste final en una calurosa noche de ese verano: «Estaba yo colocado en la ventana cuando se acercaron dos tortolitos enamorados. Las tonterías que se dijeron no son para contarlas aquí. El aspirante, cansado de hablar, trató luego de abrazar a la dama. Esta, como era natural, intentó desasirse y, sin querer, me golpeó con el codo y me despitorró. Nunca olvidaré aquel lance fatal, ni el acento con que la niña dijo: ‘iVálgame Dios! ¿Qué hago yo ahora con un botijo sin pitorro?’. Entonces me cogió y me lanzó al vacío, a la calle, donde quedé hecho un huevo frito».

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