Todos están buenos… y buenas

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Todos están buenos… y buenas

Lo decimos así para que nadie se ofenda. Y es que Formentera ha sustituido a Madrid como epicentro de la gente bonita, de los que lucen cuerpos endiablados y una sonrisa perpetua. Formentera es Madrid en verano y es asombroso que no haya ningún feo (ni fea) entre los que por allí pululan. Mientras la ciudad se llena de eventos de marcas de quinta gama, la isla balear concentra un curioso entramado de celebridades y celebraciones a puerta cerrada. La cosa va de alquilar barcos (no barcas) y así lucir palmito mientras todos los elegidos postean la misma imagen. Porque hay una tendencia, una preocupación a mi modo de ver, con esto de contarle a todo el mundo lo que estás haciendo. La gente necesita tratamiento urgente. ¿Qué necesidad hay de subir una foto a las redes de tu verano? ¿De verdad la peña se ha vuelto tan egocéntrica (incluye egocéntrico al ser «la peña» el sujeto) que tiene que hacerse una foto del vientre plano dorándose al sol del Mediterráneo? De hecho, para ser justo, lo que de verdad me preocupa no es el sujeto (no sujeta nada, excepto el móvil) que sube su tripa de adolescente a los cuarenta y cinco, sino el que espera ansioso (o ansiosa), en su destino estival, para ver el ombligo del enfermo mental que se postea. Porque ese ya está perdido (o perdida) del todo. Si alguien en su sano juicio piensa que lo mejor de estar tumbado en una playa de Formentera es enseñárselo a sus seguidores, no es que tenga un problema, sino que es el problema; el objetivo a eliminar si sucediera una invasión extraterrestre; el enemigo de todo lo que conlleva ser una persona normal. Así que, por favor: si la persona a la que usted admira hace esto, tiene usted dos opciones: o se trata la patología, o está plenamente autorizado a utilizar la fuerza bruta para eliminar al sujeto (que sujeta el móvil) sin que el peso de la ley caiga sobre sus acciones. De hecho, estaría bien poder condecorar a todo aquél que vaya limpiando el planeta de seres que se hacen fotos a su tripa para decirle al mundo lo buenos (o buenas) que están.Si uno (o una) está en Formentera tirado en la popa de un barco, el teléfono móvil debería estar en el bolsillo del pantalón, justo en el armario del camarote. No puedo entender que alguien sea tan vanidoso, tarado y paleto de querer compartir con alguien un momento tan especial, tan único y perfecto. Miren al presidente. 23 días tocándose el higo en La Mareta y verán ustedes como ni, por asomo, aparece una foto suya enseñándole a sus miles de seguidores lo delgadito que se ha quedado con tanto disgusto y traición. No se puede tener la mala baba de ser tan cretino (o cretina) de envidiar a la gente humilde que sostiene sus trenes de vida y darles envidia. Así, mira cómo me lo monto de bien, ‘pringao’ (o pringada, que no pringá pues no se come). Mi abuela decía que el ombligo solo se ve una vez en la vida: cuando te cortan el cordón umbilical. Si tuviera redes sociales estaría pegada a una botella de oxígeno. Por eso me alegro de que muriera en los ochenta. La mano de guantazos (y guantazas) que le daría a su nieta (o nieto) en caso de ser de la generación Z sería memorable. Pero no ha sido el caso. Miro el buzón con cierta impaciencia. No me llega una sola invitación a ningún barco (ni siquiera a barcas) para postear mi tripa. Siento que Madrid se ha quedado vacía de tripas perfectas. Ni siquiera en los mentideros habituales consigo ver un vientre que merezca la pena. Está lleno de gordos (y gordas). Así que espero ansioso a que termine esta época estival y volver a enterarme de lo que se cuece en la calle. Hasta que eso llegue, habrán notado ustedes que me esfuerzo por ser un Gato ecuánime y feminista, escribiendo para que todo le mundo me entienda y nadie se quede fuera. Seguiremos esperando a que alguna invitación llegue para poder contarles, con todo el gusto de este que firma, lo que pasa en los planes más codiciados de esta ciudad. Buena semana a todos. (Y a todas).

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