Abrasaba la piel del tendido el sol de agosto, pero la verdadera fiebre no estaba en la piedra, sino en la arena de la Plaza Real , donde el arrimón del Rey estalló como el mar contra la Roca. Irrumpió el Cóndor con la cresta erguida y las garras afiladas. El bulo del veto encendió redes, corrillos y al propio Andrés, al hombre y al torero. «Yo no he vetado a Morante», resonaba. No había espacio para titubeos en sus palabras ni lo hubo en su valor. Tremendo estuvo en terrenos ojedistas con el segundo toro mientras, ¡no se lo pierdan!, sonaba el pasodoble del genio de La Puebla, según apuntaron los colegas de prensa. Guasa del sur… Hacía Roca el paseíllo infiltrado y con un vendaje comprensivo para estabilizar la rodilla después del volteretón en Huelva. En un mundo en el que lo cómodo es rendirse, venció el latido de ese compromiso que no atiende a recomendaciones clínicas. «Hay decisiones que no se toman con la cabeza, sino con el corazón», dijo. Sabía el peruano que no se colgaría ese ‘No hay billetes’ al que tiene acostumbradas a las empresas y el parte médico era una coartada perfecta para borrarse. Pero no había excusas para el Cóndor, comprometido con los miles que fueron a verlo. No abarrotó los tendidos –que presentaban un aspecto formidable–, pero llenó de valor y valores el ruedo. Y esa responsabilidad pesaba más que cualquier lesión. A ‘revientacalderas’ salió en su primero desde el saludo mixto por verónicas y chicuelinas, que se sumarían a las tafalleras del quite. Andaba algo renqueante este Festín, sin clase dentro de su fondo. Se aplastó Roca en cuatro pases por alto: sin moverse, salvo cuando el de García Jiménez lo zarandeó. Y ahí siguió… Más entregado el torero que el toro, del que no terminó de pulir ese punteo. Sacó entonces toda su artillería en un formidable arrimón: los pitones lamían la taleguilla. Metido literalmente entre ellos, con Festín dominado y hasta acobardado por la raza del limeño. Raza de figura.Soberbio arrimón de Roca Rey, que tuvo el lote más deslucido Emilio MéndezMás atacado de kilos el simplón quinto, en el que de nuevo tuvo que recurrir a las distancias cortas, cortísimas, con un Vecino que completaba el lote más deslucido de una buena y variada corrida. Por delante y por detrás desafió al de Matilla, jugándose la voltereta mientras le husmeaba las espinillas. «¡Torero, torero!», gritaron (para los tres se escucharía). «Como lo mates, rabo con tomate», sonó en el momento más inoportuno. Media en buen sitio bastó, aunque Vecino se tragó la muerte y enfrió algo la pañolada: con muchas voces pidieron el trofeo, que lo aupaba a hombros con Manzanares. El que mejor toreó, en cambio, se marchó a pie por el acero. Noticia Relacionada estandar Si Aarón Palacio y su proyección sin techo con una novillada de La Cercada de triunfo Rosario Pérez Se sobrepone a una escalofriante cogida, corta dos orejas y sale a hombros con Víctor Barroso; un trofeo para El MeneTorerísima la tarde del sevillano, un gozo para los sentidos y de las más completas de su carrera. Dos toros muy distintos tuvo: un tercero de agradable cara y de excepcional clase y el más serio sexto, con genio y transmisión. Merítisima fue esta última faena, en la que logró que Ateo creyese en su firme muleta, con el toque necesario, con la listeza de elegir los terrenos adecuados y de empezar por abajo. Dos puyazos recibió Ateo, que parecía no haber agradado al matador… Luego, cuando se quedó a solas con él, estuvo hecho un tío, en una obra con la vitola de la grandeza frente a un rival al que logró sacar la parte boyante de su casta. Mandó Aguado callar la música: aquello era para vivirlo en silencio. De dos orejas de haber acertado a la primera, pero tuvo que conformarse con una. Pablo Aguado, vertical y torerísimo con el sexto toro, al que metió en el canasto Emilio MéndezSin en el último envolvió tanta belleza con una técnica invisible en el buen tercero durmió al reloj desde las verónicas. Salió algo desentendido y decía poco con su presencia, pero el capote de Pablo no precisaba megafonía para deletrear con claridad el toreo. Nos frotábamos los ojos en las chicuelinas, cincelada media docena con galanura. De permanente sonrisa. Porque con esa manera de torear todos éramos felices. Siguieron un mar en calma de trincheras, los derechazos sobre una monedita de oro, tantas cosas bonitas. Humillaba Carcelero y Aguado volaba a compás las telas. Libre de ataduras, sin un solo tirón. Pura brisa para aliviar heridas ese pase de pecho en el que acarició el lomo. De pitón a rabo. Entre las rayas su sevillanísima faena, con las yemas sujetando el palillo donde nace la verdad, llenando el escenario. No se puede pinchar una obra así: salió de la plaza andando con una oreja cuando echó una tarde de cuatro. ¡Torero, torero!El Puerto de Santa María Real Plaza. Sábado, 2 de agosto de 2025. Segundo festejo. Segundo festejo. Más de tres cuartos de entrada en tarde de viento. Toros de Olga Jiménez (1º y 4º) y Hermanos García Jiménez (2º, 3º, 5º y 6º), desiguales y de variado juego, pero con fondo bravo y noble para triunfar la interesante corrida; destacó la clase superlativa del 1º. José María Manzanares, de azul marino y oro: estocada desprendida recibiendo (oreja con fuerte petición de otra y bronca al palco); espadazo rinconero (oreja). Roca Rey, de blanco y oro: estocada desprendida (oreja); media arriba (oreja). Pablo Aguado, de burdeos y azabache con el chaleco en oro: tres pinchazos y media (saludos); pinchazo, estocada y descabello (oreja tras aviso).Si Carcelero tuvo clase, Discreído fue la clase superlativa. Un tacazo, de divino cuello. No fallaron las hechuras de este primero de Olga Jiménez, al que ya se le adivinó su son en el capote de Manzanares, sin apretarlo para cuidar su contado poder. Sobrado de calidad andaba, tanto que Discreído ralentizó al alicantino, con una lentitud que no se le recuerda. Era un toro de esos que se dice se torean solo. Pero, claro, había que estar delante. Y acompañó aquella embestida suprema por la derecha. A placer, con un cambio de mano en el que resplandecieron las bondades del pitón zurdo. Ni se acopló ni se recreó por ese lado. Muchos tiempos dio a Discreído, al que mató de una estocada recibiendo fulminante. Cayó desprendida y, pese a la abrumadora petición, el palco se puso serio: faltó ahondar en la izquierda.Manzanares y Discreído E. méndezAquel espejismo se difuminó en el rebrincado cuarto, que quiso embestir por abajo y sacó un fondo a más, tónica general de la interesante corrida. Volvió ahora Manzanares a su versión de la tirantez, que se agudizaba aún más después de ver la calma de Aguado. La gente, eso sí, lo aplaudía como si fuera la octava maravilla. Con la espada –qué cañón– le quitó el título de agente 007 a Uceda Leal. Ya la hubiese querido Pablo…

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