El mal, Dios y la fe

Home People El mal, Dios y la fe
El mal, Dios y la fe

Dios proporciona el viento, el hombre debe izar la vela, afirmó San Agustín. La frase del obispo de Hipona encierra el misterio de la fe. La Iglesia Católica apunta que la fe es un don gratuito de Dios. La pregunta es por qué el Supremo Hacedor concede ese regalo a unos y se lo niega a otros. Llevo haciendo esta reflexión durante muchos años. San Agustín, que colocó el amor a Dios por encima de cualquier otro fundamento, asegura que sin una búsqueda activa no es posible tener fe.El autor de las ‘Confesiones’ no predicaba una fe sin un fundamento racional. ‘Fides quaerens intellectum’ (la fe busca el entendimiento), escribió San Anselmo de Canterbury. Unas palabras que San Agustín podría haber hecho suyas. Ciertamente la fe tiene una base racional porque hay argumentos científicos y filosóficos para creer en la existencia de Dios. Hay físicos y astrónomos que consideran que el ‘Big Bang’ apuntala la necesidad de una Divina Providencia creadora porque la materia no pudo surgir de la nada.Si uno se pregunta como Albert Camus las razones para no suicidarse, el interrogante lleva inevitablemente a plantearse si Dios existe y si hay algo más allá de la muerte. A mi juicio, no tenemos la certeza racional ni de una vida ultraterrena ni de que todo acaba en este mundo. Es una cuestión de creencias que resultan igualmente sostenibles. Los creyentes y los ateos están seguros de sus opuestas convicciones, mientras los agnósticos, entre los que me incluyo, dudan.Hay, sin embargo, un argumento que supone una importante objeción a la existencia de un Dios bondadoso y omnipotente. Me refiero a la presencia del mal en el mundo, sea por intervención humana o por causas naturales. A raíz del terrible terremoto de Lisboa, ya en 1755 Voltaire cuestionaba la hipótesis dominante del castigo divino y se interrogaba sobre las causas de la catástrofe. Dicho con otras palabras, el filósofo francés llegó a la conclusión de que era imposible conciliar la idea de un Dios previsor y la destrucción de la capital portuguesa con 30.000 víctimas. El propio Benedicto XVI, un pontífice de sólida formación teológica, se preguntaba en Auschwitz cómo el Ser Supremo había podido permitir la masacre de seis millones de judíos.Hoy nos podemos hacer la misma pregunta que Benedicto XVI al constatar la crueldad del terrorismo de Hamás, los brutales e inhumanos bombardeos de Israel sobre Gaza, la devastación en Ucrania y las silenciadas guerras en el continente africano. ¿Cómo Dios ha podido permitirlo?La muerte de un solo niño a causa de las bombas de Netanyahu o de los misiles de Putin resulta tan inaceptable e incomprensible que parece imposible que Dios no intervenga para evitar ese daño. Los teólogos católicos señalan que el Supremo Hacedor ha concedido libre albedrío a los hombres, pero este razonamiento no me convence. ¿Acaso la libertad está por encima de la vida?Ello nos lleva a otra pregunta que tampoco tiene una respuesta: la naturaleza del mal. Paul Ricoeur escribió que el mal es un enigma indescifrable. Coincidiendo con San Agustín, señaló que carece de una existencia ontológica. El mal existe y forma parte del ámbito de lo humano. Ricoeur exime a Dios de cualquier responsabilidad sobre las masacres provocadas por las acciones del hombre. Spinoza se planteó la misma cuestión y concluyó que el mal es la ignorancia de los designios divinos.Hace un par de meses, Juan Antonio Reig Pla, obispo emérito de Alcalá de Henares, realizó unas polémicas declaraciones en las que afirmaba que la discapacidad es «herencia del pecado y del desorden de la Naturaleza». Precisaba que «venimos del infinito amor de Dios, que nos ha dado la vida». Las palabras de Reig conectan con la concepción de Spinoza y sugieren que las taras físicas son consecuencia de un mal ejercicio de la libertad. Si Dios es amor infinito y nos ha dado la vida, como señala Reig, ¿cómo es posible que un niño recién nacido pague por la culpa de sus padres, por los desafueros de la humanidad o por el pecado original? Tiene razón Ricoeur cuando afirma que el mal es tan consustancial a los seres humanos como la capacidad de escribir un soneto o componer una sinfonía. Reinhard Heydrich, el jefe de las SS , lloraba al tocar el violín y, acto seguido, firmaba la condena a muerte de miles de judíos. Muchas de las catástrofes fueron provocadas por líderes que creían obrar por una buena causa o en nombre de la razón.Pero lo que más llama la atención es la banalidad del mal, término acuñado por Hannah Arendt. Los dirigentes nazis asesinaban inocentes y saqueaban ciudades con la conciencia tranquila de quien obedece órdenes y sirve a su patria.Sartre subrayó que el mal es tan aburrido y repetitivo que uno se acostumbra a él. Esto lo estamos viendo en Gaza y Ucrania. La observación del autor de ‘El ser y la nada’ podría incluso hacerse extensiva a la corrupción, que, a fuerza de repetirse, acaba por ser algo banal.No es cierto, como apuntaba Leibniz, que vivamos en el mejor de los mundos posibles. El mal es brutal, obsceno, imprevisible y, sobre todo, incomprensible. Dios permanece en silencio mientras los desastres, las guerras y el fanatismo siguen asolando nuestro mundo. Estamos a merced de fuerzas que no podemos controlar.El Apocalipsis dice que un pergamino, cerrado con siete sellos, profetiza las catástrofes que iban a asolar a la humanidad. Llegarían en forma de cuatro jinetes, representación de la guerra, las hambrunas, las pestes y el triunfo de Satanás. Este libro sagrado ha guiado nuestra imaginación durante veinte siglos. El crecimiento económico y los avances científicos han mejorado la calidad de la vida, pero no han evitado los desastres que predecía el Apocalipsis. La pandemia nos puso delante la terrible realidad de que somos vulnerables a algo tan pequeño y elemental como un virus.Quien tenga fe verá en el mal una prueba que reafirma su confianza en Dios. Pero para los no creyentes será una demostración del poder irrefrenable de la nada. Ambas posiciones siguen sin responder a esa pregunta sobre la esencia del mal que, incluso a los católicos más fervientes, les produce inquietud y perplejidad.De lo que no me cabe duda es de que Hitler y Pol Pot eran tan humanos como Santa Teresa o como Bach. Del fondo de cada uno de nosotros, puede surgir lo mejor y lo peor. Y también creo que el azar es ciego y cruel, lo que hace difícil conciliar la fe agustiniana con el entendimiento. Ojalá tuviera razón Einstein cuando dijo que el hombre encuentra a Dios en cada puerta que la ciencia logra abrir. Seguimos instalados en las tinieblas de la incertidumbre.SOBRE EL AUTOR Pedro García Cuartango es periodista

Leave a Reply

Your email address will not be published.