Alguno seguro que recuerda la mítica respuesta del alcalde de Amity al jefe de policía Brody en ‘ Tiburón ‘, cuando éste le insta a que evacúe las playas: «Martin, todo es cuestión de psicología. Gritas: ‘¡Barracuda!«. Y todo el mundo dice: »¡Bueno, ¿y qué?«. Gritas: ‘¡Tiburón!’. Y cunde el pánico y adiós a la temporada de verano». Nuestro Wenceslao Fernández Flórez no vivió para ver la famosa película de Steven Spielberg que acaba de cumplir 50 años . Pero sí fue testigo del revuelo que causó un tiburón. No un enorme escualo blanco, como el que aterrorizó la isla ficticia del ‘taquillazo’ de 1975, es verdad. El que contempló el mordaz periodista de ABC apenas medía tres metros y no mató a nadie, pero era auténtico y también se aproximó inquietantemente a la costa. Y a una más cercana que la de Nueva Inglaterra. Aquel tiburón se divisó en el Cantábrico, en la costa de Santoña, donde hace apenas un mes también se dejó ver una tintorera (tiburón azul) de casi dos metros.Los tripulantes de unas lanchitas de pesca lo descubrieron el 27 de julio de 1918. Según relató ABC , los marineros le arrojaron un arpón para darle caza, pero el escualo «lo dobló de un coletazo». Al final, lograron darle muerte y lo llevaron hasta el puerto de Santander para depositarlo en la estación de Biología Marina, hoy Centro Oceanográfico. Todo el mundo habló del tiburón en esos días y todo el que pudo se acercó a verlo. Hasta la Reina Victoria Eugenia se fotografió junto a sus hijos ante el ejemplar. La «novedad de la pesca del tiburón» que Santander brindó ese año a sus veraneantes fue la envidia de otras playas de moda españolas, según Fernández Flórez . Porque el prestigio de un vallisoletano o un palentino que regresaba a su casa con un puñado de caracoles era «sin duda, muy grande, pero nunca puede ser comparado al del hombre que ha visto con sus propios ojos un ‘ cetorinus maximus ‘ sangrante aún, con una boca inmensa, armada de dientes aterradores». Y tampoco era igualmente distinguido bañarse en unas aguas donde pululaban los inofensivos salmonetes, que aventurar una inmersión en mares donde también nadaban estos selacios. « Dada la rivalidad que existe entre las playas del Norte, es posible que surja la competencia », pronosticó el columnista, antes de lanzar otro de sus arpones: «Tampoco nos sorprendería que San Sebastián contratase una ballena o sembrase de cocodrilos el Urumea». A la costa guipuzcoana no le hizo falta tirar de chequera para competir con Santander. En agosto de ese mismo año, el marinero vasco Francisco Zubiaurre pescó en Zarauz un tiburón de cinco metros de largo , mayor que el santanderino, según la información de ABC. Ante los dimes y diretes que cuestionaban que se tratara realmente de un tiburón, el periódico publicó una fotografía del ufano Zubiaurre con el escualo, junto a otros compañeros que le ayudaron a mostrar su boca abierta y su característica aleta dorsal. Noticia Relacionada reportaje Si De Madrid a Alicante en 18 horas de calor en el Tren Botijo Mónica Arrizabalaga El patriarca de la ‘Orden Botijil’ inventó el turismo de las clases populares en España en 1893 al promover viajes baratos a las playas en ferrocarrilTampoco la costa gallega se quedó atrás en esa carrera por la pesca del tiburón de 1918. En ese mismo agosto se capturó en aguas de Vigo un ejemplar de algo más de dos metros , cuya cabeza pesaba 23 kilos. «Tiene varias filas de dientes», describía el ‘agudo’ redactor de la nota de este periódico que, sin duda, no había visto hasta entonces ninguno. «Si la clásica serpiente de mar no asomó su cabeza este verano por ninguna playa, en cambio se han presentado inesperadamente tres tiburones de gran tamaño en distintos puntos del litoral cantábrico, con gran asombro de los veraneantes», resumía Luis Gabaldón en ‘Blanco y Negro’ , a la vez que, con humor, insuflaba aire a una de esas clásicas tramas veraniegas en plena Gran Guerra: «Hay quien supone, ante su inusitada presencia, que se trata de una nueva forma del espionaje, y que quizá estos tiburones hayan sido portadores de algunas instrucciones secretas para los cónsules de determinado país beligerante».

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