Palma se prepara para el huracán Morante con la vuelta de los menores a los toros

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Palma se prepara para el huracán Morante con la vuelta de los menores a los toros

Durante ocho años, en Palma, un menor podía ir a un concierto de reguetón, ver una película en el cine o seguir la afición futbolera en el estadio Son Moix. Pero si pretendía entrar a una plaza de toros, aunque fuera de la mano de su abuelo, con una entrada y consentimiento paterno, se topaba con la ley. No se podía… Hasta ahora. La prohibición más peculiar del archipiélago balear ha pasado a mejor vida. Por primera vez desde 2017, los menores en Palma podrán volver a los tendidos del coliseo balear –en Inca ya pudieron ir dos veces este año– con una entrada de nueve euros y siempre en compañía de un adulto. Las entradas infantiles ya se han agotado en varios sectores.«Abuelo, ¿este señor es el que fuma puro?». «Es Morante, una figura», responde Fernando, 72 años, en la cola frente a las taquillas ante un cartel de postín. Morante de la Puebla , acompañado por Sebastián Castella y José María Manzanares . Tres espadas para los que no hay que añadir explicación. Pero esta vez la expectación no está sólo en el ruedo. Está en la grada. Allí donde padres, madres, abuelos y nietos intentan recomponer un rito interrumpido por la ley del anterior gobierno autonómico de la socialista Francina Armengol. «Éramos la única región de España con esta prohibición absurda», lamentan desde el coliseo balear, donde ya contabilizan entre un 20 y un 22 por ciento más de entradas vendidas que el año pasado. Y aún falta «la avalancha final de las últimas 24 horas», dice una muchacha dentro de la taquilla con expresión entre el entusiasmo y la fatiga. No quiere dar su nombre porque está harta de que animalistas y detractores de la tauromaquia le arranquen los carteles y le echen la bronca desde la calle. El calor sofocante del mes de agosto no aplaca los ánimos en las taquillas. «Si los niños no lo viven, ¿quién lo defenderá mañana?», se pregunta Francisco, que ha traído a su nieto con la misma ilusión con la que su padre le traía a él. En la cola también está Aina, que ha venido desde Inca para comprar entradas para sus hijas adolescentes. «Mi padre me traía. Ahora soy yo la que las traerá», reivindica.Toni Marí y Miguel, dos jóvenes de Sa Pobla, son ejemplos vivos de una afición que no se deja silenciar. Toni tiene 16 años y el año pasado no pudo entrar: «Este año no me lo pierdo. Mi padre es aficionado, mi madre no tanto, pero los toros siempre han estado ahí». «Es nuestra cultura. Yo sigo a Roca Rey , a Diego Ventura… Tengo amigos que no lo entienden, pero lo respetan». Miguel, de 22 años, va más allá: «Desde los 15 vengo siempre que puedo. Los toros no son violencia, son un arte, son cultura, patrimonio y tradición».Noticia Relacionada reportaje Si Roca Rey: «Yo no he vetado a Morante» Rosario Pérez La figura peruana, que coincidirá esta temporada con el maestro de La Puebla hasta en doce tardes, dice que «todo esto me está haciendo mucho daño» y reflexiona: «Cada tarde que me anuncio con dos compañeros, entonces, ¿el resto de toreros del escalafón están vetados?»La vuelta de los menores es el efecto más visible de la contrarreforma impulsada en 2024 gracias a la mayoría parlamentaria de PP y Vox en la Cámara balear, que levantó la prohibición a los menores. En 2017, el tripartito formado por PSOE, Podemos y los nacionalistas de Més se propuso abolir la tauromaquia. Lo hizo sin prohibirlo expresamente, pero lo hizo: no se podía matar al toro, ni usar banderillas, ni estoques. Sólo capote y muleta. «Era una ley sectaria y chapucera», crticia Nacho Deyá , presidente del Círculo Mallorquín, accionista del coliseo balear y apasionado de los toros desde los diez años, contento de que el Tribunal Constitucional «dijera basta» en 2019 y anulara parte de esos descafeinados toros a la balear.«Y aun así, quedaron restos», lamenta Deyá. Hoy siguen siendo obligatorios los controles antidopaje a los toros y los toreros, «que haya una ambulancia por cada mil asistentes mientras que en un festival de música bastaba con una» y la prohibición de la venta de alcohol, algo que en otros lugares parece impensable.El coliseo balear, diseñado por Gaspar Bennàssar en 1929, sigue en pie. Y su afición, resucitada. O al menos eso intentan. Soledad Hidalgo, presidenta de la Peña Taurina Gastronómica Oro y Plata, regenta un pequeño negocio a pocos metros del coso. Para ella, esto no es una plaza: «Es un templo». Y como buena devota, ha organizado una merienda familiar en el bar Venecia esta tarde antes del paseíllo.Hidalgo no olvida los años oscuros: «Todas las decisiones políticas han intentado evitar que los niños y los jóvenes vayan a los toros. Pero ha ocurrido lo contrario. Han despertado la curiosidad. Muchos jóvenes vienen preguntando qué es eso que no les dejaban ver». Incluso las protestas de animalistas son contraproducentes, apostillan desde el coliseo balear: «El otro día vinieron concejales de la oposición a manifestarse. Nueve. Sólo nueve eran… Para nosotros, eso también es una buena noticia porque genera el efecto contrario». En el fondo, todos saben que intentar erradicar una tradición milenaria con una ley autonómica era como intentar matar un Miura con un abrelatas.Carmen, que regentó durante 12 años el bar El Pacharán, justo frente a la plaza, lo resume con amargura serena: «Antes venían familias enteras. Los niños eran parte de la fiesta. Luego lo prohibieron todo, y se perdió el ambiente», dice, ya jubilada. En su taberna -que antes se llamaba El Sobrero y antes de ese tuvo el Plaza- colgaban cuadros de toreros, peñas, banderillas, y hasta un traje de luces de la peña Campanilla. Hoy lamenta que aquel espíritu se fue apagando tras la prohibición. Eso sí, el Pacharán, ahora regentado por una familia china, mantiene viva la receta del rabo de toro original. «Tenemos lleno para comer el jueves», anuncia Mei, la nueva cocinera con un delantal color capote.«Va a ser una de las mejores entradas en años. Segurísimo», asegura Miguel Gómez , de Casa Balañá, propietaria del coliseo. La empresa ha habilitado una zona extra para jubilados y estudiantes tras agotarse las entradas reservadas. Desde la organización aseguran que la corrida de este 7 de agosto no es una más: «Es una declaración de principios. La tauromaquia vuelve a ser familiar, de todos».De arriba abajo: jóvenes comprando entradas para la corrida de Morante en Palma; Soledad Hidalgo y Nacho Deyá; cartel de la esperada corrida M. A.Nacho Deyá recuerda la época dorada. «Aquí había mucho turismo. Llegaban 60 autobuses llenos de extranjeros. Cuando se construyó la plaza, se vendieron acciones. Toda Palma tenía su entrada. Se daban más de 30 festejos por temporada. Desde Pascua hasta octubre», rememora. Hoy, dice, se está intentando recuperar esa tradición. «De 16 a 25 años, la entrada cuesta 30 euros para ver a la primera figura del mundo. De 0 a 16, cuesta 9 euros. ¿Has visto la taquilla? Todo el rato hay gente», dice señalando las colas intermitentes.A pesar de los años de decadencia y el veto político, la afición no sólo resiste: empieza a resurgir con una fuerza inesperada. En abril de 2025, una histórica corrida de Miura –la primera en un siglo en Inca– llenó la plaza con más de 5.000 personas. Esa misma iniciativa privada organizó también la corrida del pasado domingo en la capital del Raiguer, otro éxito rotundo, con un 20% del público menor de 30 años. Y ya hay planes en marcha: nuevas corridas en Palma, entre ellas una muy singular, de corte artístico, con obras del pintor Domingo Zapata integradas en una corrida zapatista, y otra en Muro, donde no se hacía el paseíllo desde hace ocho años.Los toros de Juan Pedro Domecq llegaron el martes. Nueve, de los cuales seis saltarán al ruedo. El sorteo, el clásico: con las bolas en el sombrero del mayoral. El orden, también tradicional: Morante abre plaza, luego Castella y cierra Manzanares. Todo clásico. Todo como antes. O casi. Frente a la plaza también las clásicas protestas. La Fundación Franz Weber ha convocado una concentración. Alegan que Palma es Ciudad Amiga de la Infancia y no puede permitir un «espectáculo con muerte» ante menores. Desde la organización taurina responden con firmeza: la ley lo permite, los carteles avisan y lo que se vive dentro es cultura.En el rincón más sagrado del coliseo, la capilla sigue recibiendo visitas. Toreros que rezan antes del paseíllo, velas encendidas, una Virgen de Lluc en el centro, y una pequeña figura donada por el maestro Padilla. «Aquí la gente entra, reza y se va. No hace falta decir nada», dice Soledad Hidalgo. Porque esto también es parte del rito. Y el rito, mal que le pese a algunos, sigue vivo.

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