Pepín Fernández, creador del colmado gigante Galerías Preciados

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Pepín Fernández, creador del colmado gigante Galerías Preciados

La historia de Pepín Fernández es el claro ejemplo de un madrileño que nace en Asturias para, después de pasear por México y Cuba, hacer en Madrid leyenda y fortuna. Pero también es la historia de España , la de una que pasó del blanco y negro al color mientras todo el país soñaba con dejar atrás el dolor, en un seiscientos que aceleraba camino a la playa de Fuengirola con toda la familia a cuestas y las maletas en el techo. También la del éxito y la expansión, la del fracaso y la derrota, la del inversor caradura en los ochenta y la crónica de una muerte anunciada que no pudo soportar el peso del elefante en la telaraña de su macroempresa. Todo comenzó en El Rellán, Asturias, en 1891. Mientras el país iba cuesta abajo, algunas personas se empeñaron en subir y no conformarse con la tendencia decadente que asolaba el imperio que fuimos. Cuba se desangraba y los americanos inventaban bulos entre acorazados y manipuladores. Allí, un tipo de comercio no paso inadvertido para Pepín Fernández, El Encanto. De chico de los recados pasó a contable en esa meritocracia real que guardaba a buen recaudo sus tesoros. Pepín se quedó con una copla: los grandes almacenes divididos en departamentos. De este modo, cuando las cosas se complicaron en exceso en la España caribeña, Pepín puso rumbo a Madrid y replicó aquello que tan bien funcionaba en los malecones de La Habana. En 1934 funda Sederías Carretas y tras nueve años de esfuerzo y ojo clínico, abre en 1943, el primer Galerías Preciados , imitando y mejorando la Sociedad Madrid-París y los almacenes El Siglo, de Barcelona. Noticia Relacionada Gatos que fueron tigres reportaje Si El cura Merino: más bandolero que santo Alfonso J. Ussía Convencido de que el país necesitaba un golpe de cuchillo para salvarse de Isabel IIGalerías Preciados se convertía así en el primer gran centro comercial de Madrid. Cambiaba para siempre nuestra manera de entender las tiendas, convirtiendo su modelo de negocio en un colmado gigantesco en el que se vendía de todo. Ese primer Amazon físico fue un modelo que enseguida replicó, Ramón Areces, quien era sobrino de César Rodríguez, primo de Pepín. De esta manera comenzaba una verdadera guerra comercial , de origen asturiano, en las calles de la capital que fue creciendo a medida que lo hacían sus marcas: Galerías Preciados versus El Corte Inglés. Si uno adquiría un buen local en Barcelona, el otro compraba uno más grande; si uno comenzaba a dar servicios de reparto a domicilio, el otro te llevaba la compra a casa. De este modo, la guerra abierta que supuso la prosperidad de sus marcas marcó un antes y un después en los mercados de la competencia leal, la de unos asturianos afincados en Madrid que se hicieron gigantes y vistieron a generaciones de españoles. Pero ese mismo veneno, el de la expansión desaforada y el crecimiento perpetuo, también fue su talón de Aquiles. Y es que, muchas veces, lo difícil no es arrancar, sino saber parar, detenerse en el momento preciso, conformarse en el instante adecuado. Al final fue El Corte Inglés el que ganó la guerra. Galerías Preciados pasó de mano en mano desde que Franco estiró la pata. Primero fue el Banco Urquijo, después, la Rumasa de Ruiz Mateos, que delegó en Pepín la dirección del buque insignia que él mismo fundó decenios atrás. Pero la obscena corrupción de los amigos del poder durante la movida madrileña permitió que la familia Cisneros culminara una verdadera operación de desvergüenza y estafa. En la expropiación de González y Boyer a Rumasa, el amigo del presidente se quedó con Galerías Preciados por mil millones de pesetas. Era la época de los pelotazos, de los chivatos y el descubrimiento de la riqueza por el socialismo de pega. Como España estaba de juerga, a la gente se la pelaba todo. Por eso, tan sólo tres años después de quedarse con la marca a precio de ganga, los fabulosos empresarios de origen venezolano vendieron Galerías Preciados por la friolera de treinta mil millones de pesetas. Y así, el sueño de un madrileño de Asturias terminó siendo leyenda, por todo lo que consiguió un chico de los recados. Porque no se puede ser más español que un tipo llamado Pepín Fernández. Del mismo modo que una historia así de peculiar, digna de un gato convertido en tigre, no sería española del todo si no terminara de una forma tan controvertida, como de una resaca interminable. Pero de algo deben estar seguros: Pepín Fernández fue un gigante, aunque no conociera su propio peso.

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