Sonaban tambores de guerra en las callejuelas empedradas, como si la tierra misma anticipara el pique. Retumbaban las voces de los partidarios de uno y otro en un territorio esencialmente morantista. El 9 de agosto estaba marcado en verde gaditano como el acontecimiento del verano: José Antonio Morante Camacho y Andrés Roca Rey, cara a cara en la Plaza Real, el escenario donde reverberaba el eco de Joselito: «Quien no ha visto una tarde toros en El Puerto no sabe lo que es un día de toros». Pues el día y la hora llegaron a las ocho y tres minutos cuando se abrió el portón de cuadrillas mientras la marabunta se colocaba en sus localidades. En cuarenta y ocho horas habían desvanecido las doce mil entradas. Doce, como las doce campanadas de un reloj que marca el fin de una era y el inicio de otra, serán los paseíllos que compartan las dos grandes figuras de la temporada. Pero ninguno había desatado la fiebre de este enfrentamiento tras el rumor de un veto negado por el peruano, pero que sirvió para alimentar la hoguera de las vanidades y la rivalidad, esa rivalidad que tantas pasiones despierta y que, a veces, roza el fanatismo.El saludo entre Morante y Roca Rey en el patio de cuadrillas Emilio MéndezNo fue solo ‘lo de Santander’, sino también el choque en Granada cuando el maestro sevillano se dirigió de usted al peruano para pedirle que saliera a examinar el ruedo y recriminarle su manera de apurar el tiempo para llegar a las plazas. Y, luego, seguiría la cosa con un toro en Pamplona… Y, tiempo atrás un Domingo de Resurrección en Sevilla… Que la cosa no viene de ahora. Lucha de egos, que parecieron apaciguarse cuando tributaron una ovación de gala a Morante antes de la salida del primero de Núñez del Cuvillo, de notabilísimo juego, con el lujo que ya había anticipado en ABC el empresario: ¡vaya feria portuense se está marcando Zúñiga! Decíamos que reinó cierta paz cuando Morante invitó a sus compañeros a compartir la ovación, con ese gesto de Roca, correspondido, tocándole la cintura. Un espejismo: los gatos de ambos andaban por dentro. Y bienvenidos sean para revitalizar aún más las pasiones en una temporada inolvidable y muy saludable en los tendidos. Había morbo por saber quién cortaría el rabo: ninguno. Empataron a dos orejas en una tarde de vergüenza torera y de triple puerta grande, pues se sumaría Daniel Crespo.Una pintura era Arrojadizo, con el que el genio se arrebató a la verónica, pero lo mejor llegaría en unos delantales primorosos. Tenía el gesto herido Morante, infiltrado y con una ligera cojera por el palizón de la noche anterior en Marbella. Podría haberse caído del cartel, pero no. Con toda su veteranía a cuestas, anda con la hierba en la boca. Una hierba de pureza, de campo y espigas. Torerísimo siempre, con esa trinchera superlativa. Cuando presentaba la derecha, arrancó un fandango. Y el cigarrero cosió en un palmo de terreno una serie vertical, con un cambio de mano imposible. Qué cerca se lo pasó. No era tanto la limpieza como esa quietud tomista: o me quita el toro o no me quita nadie. Ni él mismo, incapaz de dar un paso atrás. Todo por delante, verdadero. El toque y el pecho ofrecido en la zurda. Y ese andar para ponerse otra vez aplomadísimo a izquierdas. Más pureza no cabía con aquel jabonero, que se prestó lo suficiente, con obediencia, en su medida y precisa faena. De un soberbio volapié tumbó a Arrojadizo y cortó las dos orejas que ponían al rojo vivo la tarde. Noticia Relacionada El torero de la belleza natural reportaje Si Pablo Aguado: «Uno de los grandes miedos de todo artista es no sentir» Rosario Pérez«¿Qué se hace después de lo de Morante?», se preguntaban en el palco. Y lo que Roca Rey hizo fue ponerse a torear como reza a la Estrella, despacio, con el remate a una mano. Torerísimo. Cómo sería que hasta los de por aquí abajo le gritaban eso de ¡arsa!, ¡toma que toma! y ¡anda! Con ese son de gusto lo puso en el peto antes de plantarse con el capote a la espalda en los medios, con fondo roquista. Y con raza de figura empezó sobre las rayas: de rodillas, citando a derechas, sorprendiendo con dos pendulares y ese remate con el de pecho apretadísimo, tan cerca que se fundieron en uno solo. Sintiéndose, además. En una moneda de un dólar se asentó a derechas, con un invertido en el que no movió un milímetro las zapatillas. Con autoritario temple siguió por esa mano. Menos conexión hubo por la zurda con el buen Encendido, de estupendo embroque pero sin sobrarle finales. Si el Lince pintó otra raya más en su piel, el Jaguar trazó otra en la suya. ¡Qué cerca se pasaron los toros! Con ochos abrochó en las cercanías, impasible en el arrimón. Como en esas bernadinas cambiándole el viaje antes de enterrar un soberano volapié que desató la pañolada y las dos orejas. Empate en el marcador a las nueve de la anochecida. Daniel Crespo tapó bocas a aquellos que creían que sería el convidado de piedra: menuda bienvenida a la verónica se marcó. Y ojo al lentificado galleo por chicuelinas. Y otras más, de mano baja, tras el buen puyazo. Al de Cuvillo se le intuían cosas extraordinarias, con chispa y esa manera de abrirse. Tardito, cuando se arrancaba, tenía mucho que torear. El torero de la tierra apostó por el camino clásico, aunque aquello no terminó vuelo. Los bonitos muletazos finales recuperaron la ilusión, frenada con el acero.El Puerto de Santa María Plaza Real. Sábado, 9 de agosto de 2025. Quinta corrida. Cartel de ‘No hay billetes’. Toros de Núñez del Cuvillo, de buena presencia y notable juego, salvo el más deslucido 5º. Morante de la Puebla, de nazareno y azabache: estocada tendida (dos orejas); media defectuosa (petición y saludos). Roca Rey, de noche y oro: estocada (dos orejas tras aviso); pinchazo y estocada (saludos tras aviso). Daniel Crespo, de corinto y oro: pinchazo y estocada corta (saludos); gran estocada (dos orejas).Se palpaba el runrún cuando tocó el turno de Morante, con un saludo imposible al más voluminoso cuarto. De la chistera se sacó unas chicuelinas con medio capotillo, unos recortes a ras de las tablas. Perdón, en las mismísimas tablas. Qué temeridad. De locos. Ni el poniente cabía. El maestro perdió pie y cayó a la arena, a merced del toro. Se está poniendo en tal sitio que se pasa miedo al verlo. Como si la vida no importara. A Morante, que se ha ganado el cariño de la afición, le aplaudieron la forma de colear al cuvillo cuando derribó al picador. Hasta tres veces fue al caballo y Roca no perdonó el quite. Ahí se montaría la madre del cordero… Pero después de la faena, en la que Morante dio celo a Utrerito con torería. En los medios cinceló la primera serie: de categoría su derecha, con una cambio de mano para que pintase Ruano Llopis. Se abandonó el de La Puebla al natural hasta volar un sobrenatural. Hondísimo: ‘alante’ lo parió hasta morir en el mar de su cadera. Con un valor infinito aguantó un parón de infarto, en el que su corazón aguantaba más que el nuestro, con ese pase de pecho en el que barrió a compás el lomo del toro. Defectuosa la media espada, suficiente para que doblara el animal. Sin embargo, el palco no atendió la petición entre el enfado del público y, sobre todo, del propio torero, con un gesto de desprecio montera en mano al presidente por su negativa, un ‘que te den’ aplaudido por sus fieles partidarios. Que no caiga en el olvido la pedazo de tarde de Curro Javier y Domínguez, que observaba el ‘rifirrafe’ cuando el sevillano entró al callejón con el rebote del trofeo no concedido. Con el dedo apuntaba a Roca Rey, recriminándolole, según contaban testigos del callejón, el quite tras el tercer puyazo. Claro que, atendiendo al nuevo reglamento andaluz, y según nos confirmaba Luque Teruel, si Crespo no había intervenido, bien podía hacerlo Roca. Contaban que José Antonio le dijo a Andrés o que no sabía cómo serían las cosas en su país, pero que aquí eran así,, y el limeño le invitó a fumarse puro y hablar después de su turno. El pique seguía… ¿Era el momento de esa bulla?n ambiente con un bullicio típico de Madrid se desató en el quinto, que echaba las manos por delante por sus justas fuerzas. Tras los majestuosos estatuarios del prólogo, con un bello desdén, Roca pidió callar al público. Fue este Pregonero el animal más deslucido, por lo que se adentró en las cercanías jugándose la voltereta, despreciando la vida, pero alargó tanto que se anotó un aviso. A la puerta de chiqueros se fue Crespo a recibir al sexto, con oles que llegaban a Valdelagrana en las sucesivas verónicas. Una máquina de embestir era Aguaclara, humillador y con profundidad. Para formarle un gazpacho. Poco a poco, le fue cogiendo el aire, cada vez más entregado y relajado, con un broche a dos manos hermosísimo y un espadazo letal. Un torero a tener en cuenta, un torero al que debería servirle su merecida foto a hombros con los dos gallos del corral: Morante, con la montera calada; Roca Rey, saludando a la juventud; Crespo, feliz como ninguno.

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