El primer paisaje de Antonio López fue un campo abierto en la Mancha, una estampa dirigida y controlada por la luz del sol de la que nadie podía escapar. Quizá, por ese motivo, muy pronto comprendió que para pintar debía adueñarse del horizonte y que, para eso, controlar el tiempo sería un imperativo. Su historia es la de un manchego que nació en Tomelloso pero que, desde que puso pie en Madrid, se convirtió en uno de sus vecinos más fieles y observadores. La suya es también la historia de una ciudad que aprendió a mirarse en un espejo sin maquillaje, cuando aún olía a carbón y a pan recién hecho en hornos de barrio. López llegó con la maleta llena de lápices y paciencia, y se instaló en una ciudad que crecía hacia arriba y hacia dentro, empeñada en tapar sus arrabales con bloques de hormigón y sus vergüenzas con neones de bar que no cerraban ni por causas familiares. Nacido en 1936, justo cuando España se rompía a tiros, Antonio creció con la urgencia de quien ve cómo su país aprende a vivir con cicatrices. En los años cincuenta, entró en la Academia de San Fernando y comenzó a pintar no lo que Madrid quería enseñar, sino lo que realmente era: calles que no sabían si iban o venían, plazas donde la luz se colaba como podía entre cables de tranvía y fachadas que envejecían sin pedir perdón. Mientras otros artistas se dejaban llevar por modas abstractas o discursos importados, él se quedó quieto, afilando la mirada y convirtiendo cada esquina en un acto de fe.Noticia Relacionada estandar Si Madrid es cada uno Alfonso J. Ussía El mío huele a castañas en noviembre; suena a una radio de taxi de madrugada y tiene la textura áspera de la barra de un bar de barrioSu Madrid no es el de las postales, ni el de los tópicos para turistas; es el Madrid que madruga con las panaderas, el que bosteza en las estaciones de Atocha y Delicias; el que se asoma al horizonte desde la azotea del extinto hotel Florida o desde el Paseo de la Castellana en construcción. López ha pintado la Gran Vía como si fuera un organismo vivo, la Puerta del Sol con la misma solemnidad con que otros pintan catedrales, y hasta un frigorífico de cocina como si fuera un templo doméstico, porque en realidad, la nevera es el centro de operaciones de la familia. Sus cuadros no se limitan a representar: detienen el tiempo en una ciudad que nunca deja de moverse. El suyo es también un retrato sentimental de un Madrid que, entre los sesenta y los ochenta, pasó de la penumbra del franquismo al de la Movida, de los tranvías renqueantes a los atascos eternos, de las tiendas de ultramarinos al hipermercado. Y en medio de esa mutación, López permaneció como un vigía silencioso, capaz de pasar años ajustando la sombra de un edificio o la inclinación de una cornisa. La gente se preguntaba si acabaría algún día sus cuadros, pero él sabía que en Madrid —como en la pintura— nada está realmente terminado. Antonio López inventó la forma de mirarla sin filtros. Porque en cada ladrillo que pinta, en cada cielo blanquecino que retrata, está el testamento de una ciudad que se resiste a desaparecer bajo capas de progreso y especulación. Muchos lo clasifican como un autor hiperrealista, cosa que molesta mucho al genio de Tomelloso , pues en la palabra realismo cabe también el detalle milimétrico de su ingenio. Pero es el mago de la luz, de la naturalidad y el rigor, el de la obsesión por mirar treinta horas si hace falta, con tal de robarle al horizonte el momento preciso que ha venido a buscar. Su humildad está a la altura de su talento, por eso uno puede encontrárselo en el kilómetro cero ajustando una esquina del lienzo, o en Gran Vía o en donde haya decidido parar el tiempo con su mano alzada.Ha pintado la Gran Vía como si fuera un organismo vivo, la Puerta del Sol con la misma solemnidad con que otros pintan catedralesY si un día Madrid olvida su propio rostro, bastará con abrir un catálogo de Antonio López para reconocerse, con todas sus arrugas, como se reconoce a un viejo amigo en una fotografía amarillenta. Alguna vez ha dicho que no puede pintar algo que no tenga delante. Porque lo suyo es retratar lo que ve, plasmar lo que percibe mientras la luz susurra un matiz que completa una obra que no terminará nunca del todo. Lo interesante de la vida ocurre siempre cerca de ti. Palabra de Antonio López.

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