Ninguna ciudad ha inspirado tanto, durante tanto tiempo, como Roma. Desde los geógrafos antiguos hasta los poetas románticos, la urbe ha sido musa, obsesión y espejo de civilizaciones. Las voces de quienes, antes que turistas, fueron peregrinos del arte, de la historia y la belleza, se recogen en la ‘Guía literaria de Roma’ (Ático de los Libros, 198 páginas, 16 euros), ilustrada además con deliciosos grabados de maestros como Giovanni Battista Piranesi y Giuseppe Vasi. Este libro no es solo un recorrido por calles y monumentos, sino un viaje en el tiempo a través de las emociones que despertó –y sigue despertando– la que fue ‘caput mundi’, capital del mundo, cuna de la civilización occidental.La Ciudad Eterna , con sus más de 2.700 años de historia, fue muchas cosas: capital imperial, centro de la cristiandad, meta del Grand Tour, símbolo del Romanticismo. Pero, sobre todo, fue un lienzo donde cada escritor proyectó sus sueños y frustraciones, trazando con sus impresiones los caminos que hoy sigue el turismo. Sus palabras, sin embargo, conservan una frescura imposible de replicar: la de quienes veían el Foro cubierto de hierba o el Coliseo habitado, antes de que la arqueología moderna «reconstruyera» lo que el tiempo había desdibujado.Noticias relacionadas estandar Si Roma abre una extraordinaria ventana a su pasado bajo la plaza Venecia Ángel Gómez Fuentes opinion Si visto y no visto Roma ya no está en Roma Ignacio Ruiz-QuintanoEsta guía literaria selecciona con rigor fragmentos de obras clave de dieciséis escritores . He aquí algunas de las miradas más lúcidas, comenzando por Estrabón , geógrafo, historiador y filósofo, conocido principalmente por su obra ‘Geografía’. Él admiró la pragmática grandeza de una ciudad en constante transformación, destacando lo que hoy sigue siendo una característica de Roma, sus fuentes: «El suministro de agua de los acueductos es tan generoso que se podría decir que a través de la ciudad y las alcantarillas fluyen auténticos ríos y en casi todas las casas hay canalización de agua y abundantes fuentes». Para Estrabón, Roma era un organismo vivo, siempre en construcción.Esta vitalidad, aunque erosionada por el tiempo, seguía impactando a los visitantes. Quince siglos después, Michel de Montaigne (1533-1592), filósofo, escritor y político francés, fue uno de los primeros «viajeros modernos» en confrontar la Roma de su imaginación con la realidad de las ruinas. En su ‘Diario del viaje a Italia’ (1580) , Montaigne captó su melancolía. Para él, Roma era una sombra de su pasado: «Estas pequeñas muestras de su ruina las había conservado la fortuna, para testimonio de esta magnificencia infinita, que ni tantos siglos ni tantos incendios ni el mundo entero conspirando reiteradamente, habían conseguido extinguir por completo».Si Montaigne nos invitaba a ver Roma como un palimpsesto donde cada piedra cuenta una historia de grandezas pasadas, fue en el Siglo de las Luces, el XVIII, cuando Edward Gibbon , historiador británico famoso por su obra en seis volúmenes ‘Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano’ (1776) , abordó esa misma idea desde una perspectiva historiográfica profunda. A Gibbon, las ruinas del Coliseo le hablaban de la grandeza de un imperio caído. Con estilo refinado le dedicó páginas inolvidables, contando incluso que «en el año 1332 una corrida de toros, al estilo de las celebradas por moros y españoles, tuvo lugar en el mismísimo Coliseo». La visión de Gibbon es la de un historiador que ve en las ruinas de Roma el testimonio de ciclos históricos, de auge y caída, una lección perenne inscrita en la propia arquitectura.Pero Roma era también, para otros, una fuente de conocimiento vital y personal. Para Johann Wolfgang von Goethe , su ‘Viaje a Italia’ (iniciado en 1786) fue mucho más que un simple recorrido; fue, en sus propias palabras, su «universidad»: «Desde luego, es en verdad una universidad: quien la ha visto, lo ha visto todo». Roma representó para él una inmersión profunda en la cultura clásica que alimentó su espíritu y su obra. Goethe hizo una descripción maravillosa de algunos de los lugares más emblemáticos de Roma: «En San Pedro he comprendido que el arte, como la naturaleza, puede superar cualquier comparación». El autor de ‘Fausto’ encontró en la Ciudad Eterna una fuente inagotable de inspiración y conocimiento . Nadie se resiste a su invitación a un paseo romano nocturno: «Quien no ha cruzado Roma bajo la luna llena no tiene ni idea de la belleza que se ha perdido».La Fontata di Trevi, donde Anita Ekberg se dio un baño en ‘La dolce vita’ EfePrecisamente, sobre su paseo por Roma a la luz de la luna escribe extasiado François-René de Chateaubriand , uno de los precursores del Romanticismo, que viajó a Italia entre 1803 y 1804. Del escritor, político y diplomático francés se publicó su ‘Viaje a Italia’ en 1826. El volumen es una serie de cartas a sus amigos que solo vería la luz en 1826. En ellas Chateaubriand mostró la sensibilidad de un romántico enamorado de la ciudad: «Cualquiera que se dedique exclusivamente al estudio de la Antigüedad y de las artes, o a quien ya no lo sujete conexión alguna, debe venir a vivir a Roma».La visión romántica de Roma que cautivó a Chateaubriand encontró ecos en otro gigante de las letras francesas: Stendhal . Fue un viajero recurrente a Roma desde 1815 y es el autor del famoso síndrome que lleva su nombre, abrumado por la sobrecarga de belleza al visitar la Basílica de la Santa Croce de Florencia en 1817. En ‘Journal’ recogió sus experiencias y pensamientos íntimos sobre Roma, que para él era la metáfora del «amor perfecto». Ante cada monumento expresó su asombro y admiración: « ¡Qué decir del Coliseo! El espíritu se confunde ante su magnitud. Nada, excepto estas ruinas majestuosas, puede transmitir una idea más clara del poder romano«.Mientras Stendhal se abrumaba ante la magnitud de la belleza romana, no todos los autores sucumbieron a la misma euforia. El novelista Charles Dickens vivió en Italia entre 1844 y 1845 y estuvo en Roma durante el carnaval y la Semana Santa, publicando ‘Imágenes de Italia’ en 1846. Dickens no se dejó embriagar por el arte, ni por la Basílica de San Pedro: «No sentí ninguna emoción especial (…) Tuve una sensación de misterio y asombro mucho mayor en la catedral de San Marcos de Venecia». El novelista inglés sí expresó su «conmoción» al entrar al Coliseo: «Su soledad, su espeluznante belleza y su profunda desolación golpean al visitante en cuanto entra».Además de los citados, la guía literaria de Roma recoge también las emociones de estos escritores: Tobias Smollett, Percy Bysse Shelley, James Fenimore Cooper, Herman Melville, Pedro Antonio de Alarcón, Mark Twain, Henry James, Hugh Macmillan, y concluye con Rainer Maria Rilke. La lectura de esta obra es una invitación a caminar por las calles de la Ciudad Eterna con una nueva mirada , aquella que nos brindan estos genios literarios. Nos permite no solo visitar sus monumentos, sino también comprender las emociones y reflexiones que provocaron en mentes tan dispares como la de un geógrafo griego, un ensayista francés o un novelista americano. Es un viaje que trasciende lo meramente turístico para adentrarse en la esencia misma de Roma: su capacidad inagotable para inspirar, conmover y transformar a quienes la visitan. Porque, como escribió el poeta austriaco Rilke, en la Ciudad Eterna «hay mucha belleza», una verdad que perdura a través de los siglos.

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