El incendio infinito de Chandrexa de Queixa: «La vegetación es como pólvora»

Home People El incendio infinito de Chandrexa de Queixa: «La vegetación es como pólvora»
El incendio infinito de Chandrexa de Queixa: «La vegetación es como pólvora»

En Cova no se olvidan que es 15 de agosto, festividad de la Ascensión. Los pocos vecinos y familiares que hay en esta pequeña parroquia de Pobra de Trives han quedado tras la misa en el bar de Isabel Prada, ‘Casa Agenor’, para verse, abrazarse y celebrar que están vivos y la pesadilla del fuego quedó atrás. Lo vieron muy cerca, demasiado. Todo el entorno de este núcleo está consumido, calcinado. Y si las casas han resistido «es porque los vecinos nos ayudamos: fue un infierno».El pueblo de Cova, como los de Parafita, Requeixo, Paradaseca o A Espasa, muestra las negras cicatrices del incendio de Chandrexa de Queixa, que supera ya las 16.000 hectáreas, sin que todavía esté controlado. Una escarpada orografía de ceniza y desolación, en la que sin embargo se han salvado la mayoría de las viviendas. El fuego asomó por el monte la noche del martes, a una velocidad desconocida. Isabel llegó a ponerse en lo peor, «porque aquí hay mucha gente mayor». Los accesos a Cova quedaron bloqueados por el fuego: no podían salir ni recibir auxilio de voluntarios de la vecina Trives. «Vi salir a Enzo, de seis añitos, con su mochilita y de la mano de su bisabuela, preguntando si se iba a morir». La emoción la quiebra. «La adrenalina me permitió aguantar los primeros días, pero hoy ya rompí a llorar». Isabel todavía no se atreve a salir al monte y ver la negrura que la rodea. La celebración será íntima, casi en voz baja, por si el fuego regresa sin avisar.Noticia Relacionada estandar No Feijóo pide la movilización de más medios del Ejército contra los incendios y «olvidarse de la política cutre de los tuits» David YagüeEsa está siendo la lucha incansable de los equipos de extinción, que conforman las brigadas forestales de la Xunta y los militares de la UME. «Las condiciones son tan extremas que se nos reavivan todas las zonas de control que establecemos, incluso los cortafuegos mecánicos», reconoce Xosé Bieito Rodríguez, agente ambiental que coordina el dispositivo del incendio de Chandrexa. «Las condiciones de sequía, viento y muy baja humedad y altas temperaturas» hacen que «tengamos mucho fuego de subsuelo», que aprovecha las características del terreno. «Es un suelo muy aireado, granítico arenoso», lo que provoca que «muchas veces empleamos mucho más tiempo en liquidación que en el control de la llama». A Rodríguez le acreditan sus 35 años de experiencia. Ha visto mucho incendio en una vida dedicada a combatirlos, y más en una provincia como Orense, castigada históricamente. «Eso es pólvora»Los fuegos de este verano están encontrando las peores condiciones posibles para su extinción. Las lluvias de invierno y primavera facilitaron la aparición de matorral o «combustible», en la terminología de los técnicos. «Luego la meteorología, porque hemos llegado a tener humedad ambiental del 14%, y la de ese combustible fino muerto, del 4%», relata mostrando imágenes que le facilitan sus equipos, «eso es pólvora, eso es pólvora». A eso se le añaden «vientos desecantes» con «rachas de 70 y 80 km/h, y muchos cambios de dirección». Eso provoca «una velocidad de propagación gigantesca». De hecho, el de Chandrexa «llegó a estar prácticamente estabilizado varias veces», pero la caprichosa climatología «levantó otra vez todas las líneas de control». Hay que volver a extinguir lo apagado ayer, y eso mina la moral de los equipos de extinción. «Estamos cansados y jodidos», confiesa un mando de la UME, «pero nos queda la satisfacción de proteger un pueblo, de apagar un incendio» que amenaza casas y personas. «Si nosotros fallamos, ¿quién va a ayudar a estos vecinos?», se dicen para que no cunda el desánimo en una batalla para la que todavía no se ve fin.El gran incendio de Chandrexa «llegó a estar estabilizado varias veces», pero la climatología lo hizo revivir de nuevoEl Puesto de Mando Avanzado está más arriba, en la Estación Invernal de Manzaneda. En las instalaciones intentan descansar los militares de la UME , forzándose a aprovechar las «ventanas de oportunidad» que da la evolución del fuego para dormir y recargar las pilas. La carretera de acceso serpentea entre cadáveres lígneos, consumidos hasta el tuétano por el fuego. Un grupo de militares, que paseaba en chandal en un pequeño lapso de descanso, ha detectado una lengua de fuego que ha revivido a unos cientos de metros de la estación. No dudan. Echan mano del uniforme, informan a la cadena de mando y van a sofocarlo. «Yo no me puedo ir a descansar con un fuego ardiendo». Llegaron el lunes desde la base de León. Se duerme cuando se puede. «El primer día cuesta, el segundo menos, y el tercero ya duermes de día o de noche», reconoce otro militar.Xosé Bieito aplica una lógica complementaria. «Es imposible soportar jornadas superiores a doce horas, trabajando con maniobras complicadas, chupando humo… Llega un momento en que la persona no puede, no te hace nada y lo que compromete es su propia seguridad». La conversación se interrumpe una docena de veces, por comunicaciones que recibe sobre la evolución del incendio. El punto final lo fuerza una petición para que evalúe una posible amenaza a la residencia de ancianos de Chandrexa. Un vehículo de la UME lo transporta hasta el patio del colegio, desde cuya posición elevada dispone de una mayor perspectiva. Otro militar despliega un dron para buscar por dónde va la llama. La visibilidad es compleja. Demasiado humo, denso, pegajoso, que irrita los ojos y escuece en la garganta. Se impregna en la ropa y no te abandona. Es la marca del fuego.Envueltos en humoConforme avanza la mañana, la capa de humo se vuelve más espesa, y tamiza la luz del sol hasta volverla anaranjada por unas zonas, casi púrpura en otras. El viento ha arrastrado ceniza hasta la ciudad de Orense, a 70 kilómetros. Desde Castro Caldelas ya se percibe el olor a ceniza. El incendio no se ve, pero se intuye. El humo dificulta además localizarlo desde miradores como Penas do Rome o el alto del Rodicio. Los curiosos se agolpan en busca de alguna referencia que les permita intuir su dirección. Es perder el tiempo.Son los pocos que se atreven a salir de sus casas. La OU-536, que atraviesa varias localidades, parece una vía fantasma. Nadie en las calles. A las 16.30, los teléfonos en el Rodicio -y en media provincia- empiezan a sonar con la alarma del ES-Alert que recomienda evitar desplazamientos y regresar a casa. El trasiego de camiones de bomberos y la UME es constante.El humo impregna el ambiente en decenas de kilómetros a la redonda. Denso, pegajoso, que tamiza la luz del solPor la pista que baja de Forcadas a Bretelo vienen Alejandro y Lorenzo, sonrientes, batefuegos al hombro. Vienen de sofocar los últimos rescoldos y evitar así que el fuego llegue a su aldea. «No queda ya nada por arder, salvo esta ladera; a ver lo que tarda». No ocultan su desconcierto por la violencia de las llamas. «Nunca vi una cosa así». No muy lejos, en Paradaseca, José Rodríguez contempla cómo la negrura se detuvo a pocos metros de la casa de su familia. Juan, su vecino de 92 años, estuvo en vela dos noches para que las llamas no lo consumieran.En Casa Agenor, Isabel Prada admite la contradicción de desear que llegue la lluvia para apagar el fuego, pero temer que el agua arrastre la ceniza y contamine acuíferos, regatos y ríos, con lo que implica para los ganaderos de la zona. Muchos han visto arder las reservas de pasto seco con las que iban a alimentar las reses en invierno. Isabel solo pide que los políticos no se olviden de ellos. «Pasó el volcán de La Palma y la dana en Valencia, y están en el olvido; imagínate nosotros, que estamos en el culo del mundo». Es más que un lamento.

Leave a Reply

Your email address will not be published.