Vladímir Putin llegó a Alaska, a la fugaz cumbre con Donald Trump, habiendo ganado ya la batalla y la guerra: las de su rehabilitación internacional. El presidente ruso pisaba territorio estadounidense, invitado por la Casa Blanca, en un estado que durante la Guerra Fría fue un puesto avanzado frente a la URSS. Lo hacía pese a la orden de arresto emitida por la Corte Penal Internacional, y sin haber cedido un ápice en su postura sobre Ucrania que a pesar de todo lleva invadida desde 2014. A ojos de sus aliados y de buena parte de su opinión pública, ya no era el paria diplomático que Occidente quiso aislar.Putin aterrizaba acompañado de una delegación de empresarios rusos, en busca de reabrir canales comerciales con la primera potencia mundial, y en un contexto en el que Rusia intensificaba sus ataques contra objetivos civiles en Ucrania. En los días previos, había lanzado casi un centenar de drones Shahed y misiles balísticos contra trece localidades, dañando viviendas, infraestructuras y servicios básicos, en lo que Trump interpretó como un intento de «preparar el terreno» para la negociación.Noticia Relacionada estandar Si Trump dice ahora que no va a Alaska a negociar por Ucrania david alandete Rusia ha atacado con dureza zonas civiles de Ucrania en vísperas de la cumbre pero el presidente de EE.UU. le resta importancia: «Quieren preparar el terreno»El encuentro se celebraba en la base militar conjunta Elmendorf-Richardson, un enclave simbólico que en la Guerra Fría servía como plataforma de vigilancia frente a Moscú. Desde allí, Trump había reconocido que la cumbre abordaría mucho más que la guerra en Ucrania. Recalcó antes que no negociaría en nombre de Kiev, sino que buscaría «poner a las partes en la mesa», abriendo la puerta a discutir intercambios territoriales y eventuales garantías de seguridad para Ucrania fuera del marco de la OTAN.La presencia de Putin en Estados Unidos suponía, en sí misma, un mensaje político: el Kremlin lograba proyectar la imagen de un líder recibido en una fortificada base militar de su adversario histórico, con la oportunidad de ampliar la agenda a las relaciones bilaterales y a posibles acuerdos económicos, pese a las sanciones. Para Moscú, el viaje era ya un triunfo diplomático. Cómodo, el viejo zorro de Serguéi Lavrov, uno de los más avezados diplomáticos del mundo, se plantó en Alaska llevando una camiseta con las iniciales de la URSS en cirílico, todo un recordatorio de las viejas glorias de su país. La cumbre en Alaska empezó a decidirse semanas antes, cuando se supo que Putin aceptaría la invitación de Trump para reunirse cara a cara por primera vez desde que ambos retomaron el poder. La logística del viaje fue en sí un mensaje político: Washington autorizó un vuelo directo del avión presidencial ruso al aeropuerto militar de Anchorage, levantando de forma temporal varias restricciones impuestas por las sanciones, incluido el veto a aeronaves estatales rusas en el espacio aéreo estadounidense.Protocolo especialLa llegada de Putin a suelo estadounidense no fue rutinaria. El ingreso se hizo bajo un protocolo especial que permitía a un dirigente con una orden de arresto del Tribunal Penal Internacional pisar territorio de un Estado que, aunque no es signatario del tribunal, había respaldado políticamente sus dictámenes en el pasado. La Casa Blanca justificó la excepción en razones de interés nacional vinculadas a la oportunidad de poner fin a la guerra en Ucrania.La delegación rusa incluyó a altos funcionarios y empresarios cercanos al Kremlin, algunos sancionados por Washington, lo que evidenció que el Kremlin buscaba algo más que una conversación política: aspiraba a explorar oportunidades para suavizar el aislamiento económico. Para Trump, permitir ese acceso respondía a su planteamiento de que, si se lograba algún avance en la paz, se abrirían también vías para el comercio y la cooperación bilateral.Trump había querido rebajar las expectativas antes de la cumbre, consciente de que Putin iba a ceder muy poco sobre Ucrania. En el vuelo a Alaska, advirtió de que no había «nada escrito en piedra» y, aunque deseaba un alto el fuego rápido, no confiaba en que se alcanzara ese mismo día. «Quiero ver un alto el fuego de forma rápida . No sé si va a ser hoy, pero no voy a estar contento si no lo es», dijo a los periodistas a bordo del Air Force One. Añadió que no actuaba como representante de Europa, aunque tendría en cuenta las opiniones de sus líderes y del presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Sobre su interlocutor, afirmó que Putin es «un tipo listo» y que ambos llevaban «mucho tiempo» en política. «Nos llevamos bien. Hay un buen nivel de respeto en ambos lados», aseguró. dando fe de lo obvio.

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