Quedarse en paro cuando ya se han cumplido los cincuenta años es especialmente mortificante, pues a esa edad muchos tienen una hipoteca por pagar, hijos estudiando u obligaciones familiares, como mayores a cargo. Pero, en el caso de España, lo que empieza como un accidente puede convertirse en un verdadero infierno , una travesía por el desierto que en la mitad de los casos durará más de un año. Es la historia de Áurea Notario, una albaceteña de 50 años que lleva ocho sin conseguir un trabajo estable. En conversación con ABC, nos cuenta que en 2017 tuvo que dejar el supermercado en el que llevaba veinte años trabajando. Con una hija menor a cargo, a partir de ahí empezó una odisea de entrevistas de trabajo en las que siempre le decían que no. Por la fuerza, nos cuenta, ha descubierto que su experiencia no vale para nada y que en el comercio, que fue su sector durante dos décadas, ya no tiene «nada que hacer».Noticia Relacionada estandar No La Seguridad Social registra solo 4.408 nuevos afiliados en julio, pero supera los 21,87 millones Jaime Mejías Por otra parte, los datos de desempleo muestran que, en julio, 1.357 personas menos se encuentran en esta situación, situando el dato en 2.404.606 personasNingún entrevistador se lo ha dicho a la cara, pero Áurea sabe que, en nuestro país, la edad sí es un problema, y le sorprende: «Con cincuenta años estás apartado. Tú te sientes joven, pero te hacen sentir que no vales» . Durante un tiempo su hijo mayor pudo darle un empleo, pero más allá de esto han sido ocho años de encadenar trabajos de cuidadora sin contrato y mucha frustración –con una depresión incluida–. Finalmente, en noviembre del año pasado tuvo que volver a casa de sus padres. «Me casé con diecinueve años y desde entonces he sido independiente. Al volver a casa piensas: ¿a qué ha llegado mi vida?», se lamenta.La biografía de Áurea ilustra una triste excepcionalidad de nuestro país, que se refleja en los datos de la última edición de la Encuesta de Población Activa (EPA). De los 2,7 millones de desempleados que hay en España, 839.200 (el 30%) superan los cincuenta años. Sin embargo, si se toman solo los parados de larga duración –los que llevan más de un año buscando empleo– resulta que el 42% son mayores de 50; es decir, 457.900 de un total de un millón. Es más, en esa franja de edad el paro de larga duración afecta al 54,6%, una incidencia mucho mayor de la que se da en las otras franjas: un 19% de los 16 a los 25 años, un 28% de los 25 a los 34, un 36% de los 35 a los 44 y un 43% de los 45 a los 49. El hecho de que el paro de larga duración aumente con la edad no es casual y de hecho ilustra una de las principales flaquezas de nuestro mercado laboral. Como explica a ABC Andreu Cruañas, que fue director de Empleo de la Generalitat de Cataluña y actualmente preside la patronal de las empresas de trabajo temporal (Asempleo), los mayores de cincuenta acostumbran a tener cargas (hijos o hipoteca), de modo que difícilmente pueden aceptar puestos mal pagados o contratos fijos discontinuos. En las estadísticas del Ministerio de Trabajo, hay que recordarlo, los fijos discontinuos cuentan como ocupados a pesar de que muchos pasan largas temporadas sin trabajar. Sea como fuere, el salario no es la única razón que puede llevar a un parado sénior a rechazar un empleo, pues también influye la menor movilidad geográfica. «Son personas que tienen hijos matriculados en una escuela o universidad, padres a su cargo o una pareja que trabaja» , de modo que no pueden dejarlo todo para ir a otra ciudad, explica Cruañes. Todo esto sitúa a los mayores por detrás de los jóvenes en la carrera por un empleo, y añádase a ello la falta de capacitación en nuevas tecnologías o el edadismo, un término de nuevo cuño que describe la discriminación y los estereotipos que sufren las personas de cierta edad cuando se enfrentan a un proceso de selección.Un problema que le resta puntos al PIBSea como fuere, más pronto que tarde el mercado laboral español tendrá que corregir este desajuste, pues se da la paradoja de que, dado el envejecimiento de la población, los trabajadores sénior son los únicos que están contribuyendo de forma neta al crecimiento de la fuerza laboral. En los últimos veinte años hemos pasado de 4 millones de personas mayores de cincuenta años y económicamente activas (trabajando o buscando trabajo) a 8,7 millones, un aumento del 116%. Paralelamente, los menores de 25 años han reducido un 27,3% su presencia en el mercado laboral y los de la franja entre los 25 y 50 años, un -2,2%. Y mientras esto ocurre, sectores como la construcción, la hostelería, la salud o las tecnologías digitales padecen falta de personal, sin que la inmigración haya sido capaz de compensar el problema. En opinión de Cruañes, hacen falta más iniciativas público-privadas para aprovechar a un colectivo que aporta experiencia y transmisión del conocimiento. También, estabilidad, que es un activo muy preciado, advierte Cruañas, pues uno de los principales retos que enfrentan las empresas es el de retener el talento joven. El mercado laboral trata mal a los mayores de cincuenta años a pesar de que son el principal motor de su crecimiento, y esto le resta puntos al PIB, advierte Cruañas. «Mientras no trabajan, no pagan impuestos y no contribuyen. La capacidad de España para resolver este reto definirá el futuro de las pensiones », zanja Cruañas.«Me dijeron que necesitaban gente más joven ‘por la imagen’» Juan Antonio Gil 60 años, ZaragozaJuan Antonio Gil (60 años, Zaragoza) lo tenía todo hecho cuando la vida volvió a colocarlo en la casilla de salida. A los 55 años, casado, con un hijo emancipado y 39 años cotizados en su haber, se vio obligado a irse a vivir a casa de sus suegros; y ahí sigue. Su mujer no puede trabajar porque cuida de ellos, así que los cuatro sobreviven con la pensión de los suegros, el subsidio de 480 euros que cobra Juan Antonio y la ayuda económica que le ofrece Cáritas Zaragoza. Todo se truncó en 2021, cuando en plena pandemia del Covid-19 Juan Antonio tuvo que cerrar su cafetería, en la que llevaba trabajando desde los dieciséis años. En este lustro este zaragozano no ha dejado de echar currículums, pero hasta ahora solo se ha topado con negativas. «Todos me dicen que ya me llamarán pero nunca lo hacen», explica, y no tiene dudas de que el problema es la edad: «Una vez llegaron a decirme que necesitaban a gente más joven ‘por dar buena imagen’». Con todo, su impresión es que la experiencia que tiene «ha caído en saco roto». En este tiempo Juan Antonio solo ha podido encadenar trabajos precarios, como vender boletos en la calle o hacer de Papá Noel en Navidad , así que el desánimo llegó y hubo un momento en el que se preguntó si no lo habrían dado ya por amortizado. Sin embargo, de un tiempo a esta parte ha recobrado el ánimo y dice que es gracias al apoyo de Cáritas. Por la ayuda económica que le brindan y la formación que le han dado –se ha sacado dos certificados de profesionalidad en logística y limpieza–, sí, pero también por el apoyo emocional.«He tenido que volver a casa de mis padres» Áurea Notario 50 años, AlbaceteSi hace diez años a Áurea Notario (50 años, Albacete) le hubieran explicado en qué situación se encontraría hoy, dice que no se lo habría creído. A los cincuenta años, ha tenido que volver a vivir con sus padres porque lleva desde 2017 sin conseguir un trabajo estable. Y esto, a pesar de que tiene veinte años de experiencia en charcutería y pescadería. «Es surrealista que no me estén contratando por la edad ; yo no lo entiendo», nos dice, pues ella se siente joven y muy capaz de trabajar. Áurea se casó a los diecinueve años y abandonó la casa de sus padres «pensando que me iba a comer el mundo», y por el camino tuvo un hijo que ahora tiene treinta años y una hija de veinte. Cuando en 2017 el supermercado en el que llevaba dos décadas trabajando cerró todavía tenía una hija menor a su cargo, así que han sido ocho años angustiosos, de encadenar trabajos de cuidadora –todos sin contrato– y muchos rechazos. Una odisea que ha hecho mella en su salud, tanto como para provocarle una depresión. Sin embargo, contactamos con ella en un buen momento, pues ha conseguido entrar en un curso sociosanitario para dependientes que ofrece Cáritas. Paradójicamente, a los cincuenta años Áurea se ha reencontrado con su ilusión de la infancia, que siempre fue ser enfermera. Ya ha hecho alguna clase práctica y explica que le ha dejado muy buen sabor de boca: «Es muy gratificante que una persona que ni siquiera puede hablar te dé las gracias con la mirada» . Solo nos pide una cosa, que escribamos que quiere trabajar «por vocación, no por el dinero». Hasta ahora, nadie se lo ha tenido en cuenta.«Era fijo discontinuo; si no me llamaban gastaba lo que tenía» Juan Carlos Zamora 58 años, MadridJuan Carlos Zamora (58 años, Madrid) llegó a España hace dos años y medio deseando empezar una nueva vida, después de que su empresa de logística en Bogotá (Colombia) tuviera que cerrar por la crisis tras la pandemia. A los seis meses se le activó el permiso de trabajo y consiguió un contrato fijo discontinuo, que firmó sin saber realmente qué significaba . Por la fuerza, Antonio descubrió que nada sería tan fácil como pensó al principio. Según nos cuenta, durante los últimos dos años calcula que ha estado unos 10 meses sin trabajar. «Son cosas que uno no se espera. Yo llegué con la intención de ahorrar y traerme a mis dos hijas a España, pero, debido a mi contrato, cuando no me llamaban para un trabajo gastaba todo lo que tenía», asegura. Para sobrevivir, Juan Carlos trabajó en una frutería, a veinte euros el día y sin contrato . Así las cosas, se vio obligado a vivir en una habitación con otras doce personas, en un lugar al que llamaban «los hostales de la china», recuerda. Afortunadamente, tras escrutar varias ofertas de trabajo en la web de Adecco tuvo un golpe de suerte cuando esta empresa la mandó un email invitándole a participar en un curso de formación gratuito para mayores de cincuenta años a cargo de la Fundación Adecco. Juan Carlos se ha sacado los cursos de carretillero y logística, y gracias a eso acaba de conseguir empleo en unos almacenes y ha dejado el hostal. «Por fin puedo tener una habitación para mí solo», nos cuenta. Lo siguiente es reunirse con sus hijas.

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