El último barquillero de Madrid: «Éramos cientos. En cada esquina, en cada verbena»

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El último barquillero de Madrid: «Éramos cientos. En cada esquina, en cada verbena»

En la Ribera de Curtidores con Amazonas. Esta es la intersección que Julián Cañas, el último barquillero de Madrid , eligió para apostarse cada domingo de Rastro. Se le distingue, con su barquillera y parpusa, entre el incesante vaivén de los turistas. De vez en cuando, ante la mirada curiosa de los vacacionistas, hace sonar la ruleta que antiguamente determinaba la cantidad de barquillos que el comprador obtenía al azar. Se remonta, nada más comenzar la conversación, a 1890, cuando su bisabuelo –panadero– «hacía barquillos en sus ratos libres para que mi abuelo saliera a venderlos con sus hermanos». Cañas describe un Madrid castizo, donde en cada parque y salida de colegio «te encontrabas a dos o tres barquilleros». «Entonces eran cientos de ellos. Y vendían también cientos de estas obleas. Personas que no tenían trabajo y que los obradores les entregaba equis barquillos para que salieran a venderlos. Se buscaban la vida y se llevaban un tanto por ciento de las galletas que vendían. Gente que se buscaba la vida», en definitiva. Cañas, de 57 años, comenzó a trabajar en el obrador familiar de Tirso de Molina, en el número 25 de la Calle Amparo, con tan sólo doce años. Lleva siendo el último barquillero de Madrid desde que murió su padre, con 65 años. «Éramos diez hermanos. Había que ayudar a la familia. Nuestro padre, Félix Cañas, nos ponía a cada uno en una esquina de la verbena, de Madrid. Esto lo hacía con los más pequeños. Después, a medida que íbamos creciendo, con doce o trece años, nos llevaba al obrador y nos enseñaba cómo hacer los barquillos uno a uno. Empezábamos, al principio, con un molde. Después con dos, con tres…», cuenta el barquillero, que recuerda haber estado «al lado de mi padre, siempre». Hasta hoy día, que produce, de martes a viernes por la mañana, uno a uno los barquillos para poder venderlos –«siempre vestido de chulapo»– los fines de semana. Noticia Relacionada BAJO CIELO estandar Si Las palomas de Madrid Alfonso J. Ussía Nuestra ciudad no tiene en la Paloma a una Virgen declarada, sino a una patrona popular decidida así por las personas desde hace varios siglosLos sábados en la Catedral de la Almudena y los domingos en el Rastro, junto a la plaza de Cascorro. También en el Palacio Real, el Palacio de Oriente, la calle Preciados, la Plaza Mayor, El Retiro y, por supuesto, en las verbenas: San Isidro, San Cayetano, San Lorenzo, La Paloma . «De aquí para allá. Moviéndonos por donde nos podemos mover, dependiendo de nuestra licencia, que permite ejercer la venta de barquillos en sitios específicos de la ciudad –puntos tradicionales para la venta de barquillos–».Desde 2001, Cañas vende los barquillos en paquetes de cinco unidades. Su precio, de cinco euros si se compra en la calle y tres si se hace en el obrador. De vainilla, canela, coco, miel y hasta «de menta que alimenta». «Hay de todo, tengo de todo. A mí me piden y yo lo hago», expresa jubiloso el barquillero. Cuenta que, en realidad, la forma de hacerse los barquillos no han cambiado en absoluto. «Lo único que han cambiado son las planchas, que antiguamente eran de hierro fundido, y ahora son de aluminio. Y la materia prima. La materia prima de antes, no es la misma materia prima de ahora. Pero la manera en que se hacen los barquillos, las cantidades y la receta en sí es como la de mi abuelo. Todo es igual», asegura Cañas. «¿Y los madrileños siguen comprando barquillos?» «Sí, sí, sí. Les gustan los barquillos. Les parece un poco caros, porque antiguamente eran muy baratos. Y el barquillo parece que no debe subir. Pero ahora hay que pagar licencias, hay que pagar a autónomos, los precios de los productos han subido…».250 barquillos al díaCañas no alcanza a calcular cuántos barquillos puede vender en un año: «Son muchos, muchos barquillos. No te puedo decir cuántos, pero muchísimos. Son muchos días, y muchas fiestas». Lo que sí elabora cada mañana, en cuatro o cinco horas, son unos 250 barquillos: «No son tantos. Preferimos hacer menos y de calidad». Se lamenta no obstante el panadero de que «aunque cada año hay más gente en Madrid, con estas temperaturas los barquillos no apetecen tanto». Y recuerda cuando antiguamente los madrileños los tomaban con limonada. «Pero la gente ahora no sabe hacer eso».Sea como fuere, los dos cestos de mimbre de Cañas, a las doce del mediodía, se encuentran ya vacíos. Gracias a que su hijo tomará el relevo de esta tradición familiar. Y que seguirán habiendo en esta Madrid nuestra barquillos para rato.

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