El fontanero que guía a emergencias en el laberinto de fuego de Jarilla, Extremadura: «Lo hago por mi tierra»

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El fontanero que guía a emergencias en el laberinto de fuego de Jarilla, Extremadura: «Lo hago por mi tierra»

Los servicios de emergencia encaraban la madrugada del lunes con el objetivo único de centrar sus esfuerzos en el devastador incendio de Jarilla -más de 15.000 hectáreas y 163 kilómetros de perímetro-. Hasta que se encontraron con una virulenta y aparatosa reactivación de las llamas en un foco que se daba por controlado, el de Aliseda, relativamente cerca de Cáceres capital.Un incendio que no había llegado a quemar 2.000 hectáreas, empezó a tomar fuerza con una rapidez endiablada, obligando a la evacuación de casas de campo en el entorno de la N-523, la carretera que une Badajoz y Cáceres. Los servicios de emergencia se vieron obligados a orquestar un despliegue urgente sobre la zona, para contrarrestar el avance de una lengua de fuego que, a pie de carretera, impresionaba. Se logró frenar, pero los esfuerzos desplegados en Aliseda debilitaron el verdadero frente , que estaba en el incendio de Jarilla.Horas más tarde, el consejero de Presidencia de la Junta de Extremadura y cara visible en la lucha contra los incendios, Abel Bautista , confirmaba ante los medios que la reactivación fue cosa del hombre y no del tiempo . Tenían registradas la hora y el lugar en el que, de la nada, prendieron dos focos de fuego. Ambos, en la misma parcela. Habían sido claramente provocados. Y, a priori, no por el inexplicable placer que se asocia a la piromanía, sino a otro más terrenal: el de ganar dinero. Bautista apuntaba a claros «motivos económicos» asociados a la actividad cinegética y una serie de permisos y licencias de caza, sin dar muchos más detalles. Un individuo -o individuos- prendió la mecha por puro interés en el peor momento posible , consciente de que su tierra ya no tenía efectivos para combatir las llamas y con el agravante de saber que el tiempo, esta vez, sí iba a dar un respiro. «Desalmados» . Decía Abel Bautista que era la mejor forma de definir a estos individuos sin usar otros términos políticamente incorrectos que, reconocía, le costaba evitar. Porque, como en cualquier otra situación de extrema emergencia , donde aparece lo mejor y lo peor del ser humano, los «desalmados» toman protagonismo. El foco de la actualidad, de hecho, les suele apuntar. Más que a quienes se encuentran, justo, en el otro extremo. A quienes, en silencio, se convierten en héroes anónimos , en salvadores de su tierra y de su gente, sin que nadie conozca su nombre. Ocurrió en Valencia con la DANA y está ocurriendo en Extremadura con el fuego.No soy ningún héroeUno de esos nombres que podría quedar en la sombra es el de Manuel . Él, de hecho, pide que así sea, porque no es «ningún héroe» ni quiere «honores de ningún tipo». Porque, como él, dice, «hay muchos». Fontanero de profesión, vecino de Gargantilla y muy conocido en la zona, vivió una situación muy particular cuando el resto del pueblo fue evacuado el pasado domingo. Las llamas del incendio de Jarilla, en uno de sus momentos más complicados, cercaron el municipio, de poco más de 300 habitantes, que es una joya del norte cacereño. Se ordenó la evacuación, pero a él le pidieron que se quedara . Su conocimiento del terreno, de la población y, sobre todo, su maestría como fontanero le convertían en una fundamental ayuda para bomberos y militares.Él es, en sí mismo, un mapa para los servicios de emergencia que, en muchos casos, desconocen la zona. Les guía entre bocas de riego, les enseña senderos y se asegura de mantener vías de agua siempre abiertas para los bomberos. Insiste en que es uno más y que hay otros muchos vecinos que, cómo él, han marcado el paso de la UME entre montes que, para los ajenos, son un auténtico laberinto.«Lo hago por mi gente, por mi tierra» , insiste. Por Gargantilla, donde ha crecido y, donde, como cuenta, nunca ha vivido una situación como la actual, aunque sí sea buen conocedor de lo que ocurre durante un incendio y, sobre todo, tras un incendio. El fuego no deja de hacer daño cuando se apaga. Sus restos, las cenizas que estos días se acumulan en la sierra, acabarán viniéndose abajo empujadas por las primeras lluvias, contaminando aguas y todo a su paso. Él dice, seguirá atento. Hasta que vuelva a salir el verde . Porque, el daño de los «desalmados» permanece siempre mucho menos que el compromiso de quienes protegen su tierra.

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